Weildler Guerra
23 Marzo 2022

Weildler Guerra

La política del miedo

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El miedo, afirma Tzvetan Todorov en su obra Nosotros y los otros, se convierte en un peligro para quienes lo sienten y por ello no hay que permitir que desempeñe el papel de pasión dominante tanto en nuestras mentes como en el ámbito más amplio de una sociedad. El impulso ciego causado por el miedo ha sido la principal justificación para cometer actos inhumanos y para atentar gravemente contra la democracia por parte de quienes dicen defenderla. Agitar las banderas del miedo puede ser el último y desesperado recurso de aquellos que sienten un miedo irrefrenable ante la posibilidad inminente de perder el poder.

La ocurrencia de un incidente como el del domingo 20 de marzo, cuando un grupo de individuos se tomó la catedral de Bogotá durante un acto religioso, desató una tormenta nacional llena de equívocos y falsos señalamientos por parte de algunos participantes en la campaña a la Presidencia. Si bien quienes protagonizaron este hecho probablemente incurrieron en una conducta punible no hay evidencias de que actuasen bajo las directrices de un partido o de alguna de las campañas a la Presidencia. Estas personas alegaron estar realizando una performance artística, pero al hacerlo pudieron vulnerar el sentimiento y la libertad religiosa de millones de ciudadanos que profesan la fe católica.  

Este tipo de actos en medio de un escenario electoral crispado constituye un regalo inesperado para quienes agitan las banderas del miedo. Sin dudarlo un segundo se acusó al candidato del Pacto Histórico de estar detrás de los hechos. “Hasta la fe nos quieren expropiar”, alegó Fico Gutiérrez, el candidato de la derecha a sabiendas de que esta expresión irreflexiva llevaría al extremo las pasiones de sus seguidores y de algunos católicos indecisos desatando así una especie de cascada de la indignación. Combinar dos falacias: la de la expropiación y la de que un candidato pretende vulnerar la fe de millones de ciudadanos, es un artilugio emocional muy peligroso que puede confirmarnos lo que ya sabían los antiguos griegos: que la ira es una hija legitima del miedo.

Al desarrollar una estrategia política del miedo se presenta al otro como un ser moralmente deficiente, cuya sola existencia amenaza a la democracia misma. Una especie de extraño radical frente al resto de los colombianos y un enemigo de la libertad. El miedo busca excluir la germinación de las ideas y el cultivo de la reflexión en los debates que tanto necesita el país. Por ello apelar a la política del miedo afecta a todos y puede llevar a algunos sectores radicales a desconocer la institucionalidad misma como ocurrió con el intento de modificar los resultados electorales. El miedo ha sido considerado como un veneno para la política democrática.

El reto, como lo dice Daniel Innerarity, es justamente promover las competencias políticas de los ciudadanos entendidas como la capacidad de enfrentarse y decidir entre una pluralidad de visiones e intereses. Una opinión pública que entienda la política y pueda juzgarla no puede ser fácilmente instrumentalizada ni sometida a la simplificación populista, ni al consumo pasivo de la elemental política del miedo.

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