Sandra Borda
21 Diciembre 2022

Sandra Borda

La política exterior del año que termina: lo bueno, lo que queda pendiente y lo feo

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Lo bueno:

Este balance de los primeros cinco meses de gestión internacional del actual Gobierno necesariamente tiene que comenzar por reconocer su logro más importante: la reanudación de las relaciones diplomáticas con Venezuela y la apertura de la frontera entre los dos países. Independientemente de los errores en las formas, de la falta de planeación y de la insistencia en bajarle el perfil al muy serio asunto de las condiciones de la población migrante, es preciso reconocer que el Gobierno cumplió en lo referente a este tema. Lo adoptó como prioritario, tomó las decisiones rápido y prendió el motor del intercambio binacional con entusiasmo y rapidez. 

La otra dimensión positiva de la política exterior del actual Gobierno ha sido el manejo pausado y prudente de la relación con Estados Unidos. Gustavo Petro ha optado por la altisonancia en sus referencias públicas al tema, pero por fortuna, el manejo diplomático ha sido discreto, moderado y cauteloso. Y eso es lo que realmente importa. El discurso radical y que culpa de todos los males a Estados Unidos cumple con la función de enviarles a sus bases el mensaje que quieren oír y de dar la impresión de que cuenta con amplios márgenes de autonomía frente a la potencia. Esa jugada a dos bandas, que también funciona en otros temas de la política exterior de este Gobierno, es hábil, pero es una banda de caucho que de tanto estirarse puede llegar a reventarse.

Lo que queda pendiente: 

La relación con el resto de la región es un tema que aún continúa en suspenso pero que, también es cierto, requiere más tiempo para llegar a algún lugar. La intención desde el día del triunfo electoral de Petro fue poner a andar los mecanismos de acción colectiva latinoamericanos y jugar alguna suerte de liderazgo en el proceso. Es demasiado pronto para que eso suceda y este es un tema al que será preciso ponerle el ojo durante 2023. La región requiere con urgencia organizaciones fuertes, espacios de coordinación y concertación entre iguales por lo que resulta clave que el Gobierno colombiano tenga pronto algo concreto para contribuir en esta materia. 

El anuncio del diseño y puesta en marcha de una política exterior feminista termina el año con expectativa. Ni el presidente ni el canciller se han pronunciado al respecto, sigue pareciendo un proyecto personal de la viceministra de Relaciones Exteriores y los pocos logros que ostenta se mantienen entre el clóset. El Gobierno ha preferido usar sus canales oficiales para publicitar su buena relación con el régimen de Irán y ha optado por mantener un silencio vergonzante frente a votos importantes en escenarios multilaterales en favor de los derechos de las mujeres en ese país. Además, los nombramientos diplomáticos cada día se alejan más del requisito mínimo de una política exterior feminista: la paridad. Sin paridad, ni siquiera vale la pena pensar en nombramientos de personas defensoras de la igualdad y de la agenda de género. Esperemos que el próximo año traiga consigo menos vergüenza y más orgullo de parte del Gobierno frente a esta política, más coherencia, más contundencia y menos tibieza, más gestión y menos fotos. 

Finalmente, aunque el presidente se mostró muy comprometido con el Estado de derecho y con la democracia liberal en la rueda de prensa con Nicolás Maduro en Caracas, otras declaraciones frente a este mismo tema han sido ambiguas o peor aún, contradictorias. Particularmente, la posición de Petro frente a la crisis del Perú resultó más comprometida con Castillo que con la defensa de la democracia y la legalidad. Algunas de sus posiciones frente a la guerra en Ucrania no cuestionan el irrespeto abierto de Rusia al derecho internacional, particularmente al derecho a la autodeterminación y a la soberanía. En otras palabras, el Gobierno colombiano ha sido tibio en esta materia: una es la posición del presidente en su cuenta de Twitter y otra la que ostenta el Gobierno en foros multilaterales. Todo ello puede ser el resultado de que aún no terminan de afinar sus posiciones internacionales. Esperemos que el próximo sea un año de mayor compromiso con la democracia y sus reglas del juego.

Lo feo:

Sin duda alguna, los nombramientos diplomáticos. Este Gobierno no solo no cumplió con su promesa de profesionalizar el servicio diplomático, sino que terminó nombrando personas con un nivel de idoneidad vergonzoso (y que quede claro que la barra estaba bien baja con los anteriores gobiernos). Convertir nuestras representaciones en el exterior en mero botín burocrático va a tener un costo altísimo para los sueños de liderazgo del presidente. Y no deja de sorprender que sobre esto no digan ni una sola palabra. Los defensores de los nombramientos son justamente quienes ponen las cuotas y mientras tanto el silencio del presidente y del canciller es atronador. Y a propósito: la ausencia del canciller en los temas internacionales es cada vez más notoria. Recuerda los tiempos de Claudia Blum…

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