Daniel Schwartz
29 Marzo 2022

Daniel Schwartz

La profesión, la familia, una estafa y una cachetada

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A veces ocurren tantas cosas importantes en una semana, que a duras penas alcanzo a tener una opinión formada sobre algún tema cuando ya hay otro acontecimiento telúrico que sepulta al anterior. Eso mismo pasó esta semana en mi vida. Fui, como en el poema de Barba Jacob, móvil. También fui fértil, sórdido, plácido, lúbrico y lúgubre. Me sentí de muchas maneras, como pocas veces me pasa en una semana, y pensé que no quería escribir sobre un solo tema. 

Me ha costado trabajo escribir esta columna semanal, me ha costado encontrar el tono desenfadado que se alcanza con la madurez. Pienso que estoy saltándome muchas etapas profesionales porque una columna de opinión requiere la experiencia de quien sabe desentrañar el alma de las personas, aceptar la contradicción, dejar de lado la pretensión de la verdad, y cuando se es joven cuesta mucho ver los matices y aceptar que las cosas no son como uno quisiera. Así que hoy me doy la licencia de sonar ligero.

Viajé al Eje Cafetero y conocí a la familia de mi novia, un paso que en un principio parecía prematuro, pero que resultó acertado. Descubrí la fuerza amorosa y protectora que despliega la gran familia caldense y me sorprendió que, a pesar de las diferencias entre uno y otro, el amor filial siempre gana. Me alegré con los brindis colectivos y me conmoví con los abrazos que todos daban a la abuela cuando se cruzaban con ella en la fiesta. Pero más feliz estuvo mi mamá, que vio allí una oportunidad para que yo comprendiera lo bueno que es pertenecer a una familia grande, porque la suya es pequeña y rara. 

Quizá por la emoción que me dio conocer a esa familia, la estafa que casi sufre mi mamá me llenó de ira. El domingo, mientras almorzaba, me llamaron al celular a preguntarme si yo estaba bien. Mi mamá acababa de recibir la llamada de un tal oficial Hernández de la Policía, quien le dijo que Nicolás Betancourt y yo habíamos tenido un accidente, que atropellamos a una mujer embarazada, que podríamos enfrentar de 12 a 15 años de cárcel y que necesitaba varios millones de pesos para pagar la fianza. Algunos detalles pudieron advertirle a mi madre que eso que le contaban no era cierto: primero, yo no sé conducir un auto. Segundo, no reconocía el apellido Betancourt entre mis amigos (ya quisiera yo tener un amigo Betancourt. Me imagino a mi mamá preguntando: “¿Pero de los Betancourt de dónde?”). En todo caso, cuando los acompañantes de mi madre llamaron a preguntarme si estaba bien, escuché al fondo su voz angustiada, y me dio tanta rabia que quise castigar con una tunda a los estafadores. “Nadie se mete con mi cucha”, pensé por primera vez en mi vida.

Por eso comprendo la cachetada que le dio Will Smith a Chris Rock en la ceremonia de los Óscar. Porque machista o no machista, resultado de una conducta patriarcal o no sé qué, lo que hizo Will Smith fue defender a un ser que ama, lo mismo que yo quise hacer cuando escuché la voz angustiada de mi madre.

También me ofendió la tracalada intelectual en Twitter sobre la cachetada, especialmente la de aquellos que criticaron a Will Smith. Es hipócrita quien dice que nunca ha querido cachetear, y además en público, a un idiota. Will Smith pudo haber dado un discurso en vez de usar la violencia, dijeron algunos biempensantes que, al mismo tiempo, defienden el discurso de la digna rabia y la rebeldía. ¿Cómo puede estar mal que un hombre defienda a su esposa de una burla misógina? Podemos echarnos los cuentos que queramos, pero a veces hay que actuar conforme pide la situación. Y sí, los hombres no debemos ser el macho que protege a la hembra, pero a veces es necesario que un esposo defienda a su esposa del ataque y la burla de otro hombre.

Tampoco estoy en contra de que Chris Rock hiciera ese chiste. Él tiene el derecho a la burla porque es un comediante, así como el ofendido tiene derecho a una retaliación. Así funciona. Me pareció, a fin de cuentas, una situación de extrema elegancia, no solo porque una cachetada es una de las formas más elegantes y controladas de la violencia, sino porque le dio cierre al conflicto. Una cachetada, generalmente, es difícilmente devuelta, pues su intención es hacer que quien la reciba comprenda que hubo un agravio y reflexione. Además, una cachetada es preferible sobre cualquier argumento atravesado. Es evidente que Chris Rock lo comprendió. Fue una reacción violenta pero sutil que no deberíamos temer, y de la que podríamos aprender en Colombia.

En la misma ceremonia, Sebastián Yatra hizo el performance colombianísimo sobre la biodiversidad que tanto nos gusta mostrar en el extranjero –como si las plantas y los animales fueran el resultado de nuestra personalidad nacional–, haciéndole un contrapeso a la noticia de que en Colombia murió una celebridad. Hubiera sido bonito que, en vez de mariposas amarillas, el traje de Yatra tuviera pines de tiburoncitos, esos que hace un par de semanas los sanandresanos persiguieron y cazaron luego de que uno acabara con la vida de un bañista. Porque en Colombia el agravio se responde con la muerte y no con cachetadas. Ese sí que es el realismo mágico digno de mostrar a las celebridades de Hollywood: la imagen de una tierna comunidad dando caza a unas bestias marinas.

Y bueno, aquí seguiré, aprendiendo a escribir columnas y a no irme por las ramas.

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