Velia Vidal
4 Marzo 2022

Velia Vidal

La vida de los negros no importa nada

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Aprecio desde el aire los cañaduzales y sin ignorar el espectáculo de verdes viene a mi mente la imagen de Junior Jein diciendo entre ellos: “Nada, la vida de los negros no importa nada”, como en el estribillo de la canción ¿Quién los mató?, que me he repetido muchas veces en las últimas semanas, detrás de sucesivos hechos que inevitablemente me recuerdan y refuerzan esta sentencia.

Aunque muchos intenten justificar los hechos diciendo que corresponden a situaciones migratorias regulares, es innegable que se trata de un arraigado racismo, que ha salido a relucir en el destierro y la consecuente crisis de refugiados a causa de la guerra que vive hoy Ucrania, demostrando que el valor de la vida se sigue midiendo con una escala racial.

“La guardia fronteriza ucraniana no nos dejaba pasar. Estaban golpeando a la gente con los estiletes”, dijo Chineye Mbagw, de Nigeria. “Era un caos absoluto. Nos trataron como animales. Todavía hay miles de personas varadas allí”, aseguró Ahmed Habboubi, quien es francés-tunecino. “Los negros no pudieron subir al tren”, fueron las palabras de Emmanuel Nwulu, también de Nigeria. No necesito más que sus voces reportadas por The New York Times, para constatar que es cierto el racismo en esas fronteras.

A propósito de esto mi amiga Paola dijo en Twitter: “Imagínense que en medio de una guerra la gente piense que, de todos, somos los que menos merecemos sobrevivir. Los que las vidas menos valen y menos importan.  Los que dejan atrás. O sea, pasa siempre, pero imagínense en medio de la desesperación de una guerra”.

La de mi amiga es una de las muchas expresiones de rechazo y dolor de los afrocolombianos quienes, al otro lado del mundo, sentimos que esto nos toca porque sabemos que nuestra vida ocupa exactamente el mismo lugar en esa absurda escala de valor. Los chocoanos lo sabemos de primera mano o de primera piel, para ser más precisos. Esa misma escala podría explicar que la actual crisis humanitaria, social y de orden público, que muchos califican como la peor que ha vivido el departamento al menos en los últimos treinta años, no sea una prioridad nacional. Que incluso haya sido minimizada y negada por funcionarios de alto nivel del gobierno nacional, descalificando las voces de los líderes y las organizaciones. Es que la vida de los negros no importa nada.

Debe ser por eso que la impactante tasa de asesinatos de Quibdó no pasa de ser un dato más. Aunque hay diferencias entre las fuentes oficiales y solo en mayo se conocerá la información definitiva, es claro que en 2021 se presentaron al menos 106 asesinatos por cada 100.000 habitantes, cuatro veces más que la tasa nacional (26,8). Para ese mismo año, el informe consolidado de Medicina Legal a septiembre, aseguró que las personas pertenecientes a comunidades étnicas corren mayor riesgo de ser asesinadas: 239 fueron asesinadas en ese lapso de 2021, 178 más que el año anterior. Como las nubes empujadas por los vientos alisios, estas cifras no alcanzan a cruzar la cordillera Occidental, como los truenos que anuncian la lluvia, esos datos solo suenan en nuestras voces, como la humedad, los muertos solo pesan en las familias y las comunidades que los lloran y los entierran.

El desconocimiento y la invisibilidad de situaciones como esta o como el incremento de los feminicidios en el departamento quedaron en evidencia en las presentes elecciones, en el foro de precandidatos presidenciales ante las comunidades afro. La mayoría de ellos no saben nada, porque la vida de los negros no importa nada.

Como bien lo sustenta Djamila Ribeiro en Lugar de enunciación (Ediciones Ambulantes, 2020) la invisibilidad mata. Esas jerarquías producto del racismo, en las que se establece quién pasa o no una frontera, el hambre o los muertos que importan más o menos, las estadísticas que son o no noticia, ponen directa e indirectamente a las personas negras en una situación de menos posibilidades de una vida, especialmente de una vida digna.

Y entonces hasta ahí llega la manida, superflua, proselitista y racista expresión de sentirse negro por dentro, porque nadie querría ser negro por fuera mientras huye montado en una champa, siendo líder comunitario en el San Juan, intentando salir de Ucrania o amenazado en un barrio de Quibdó.

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