Gabriel Silva Luján
22 Mayo 2022

Gabriel Silva Luján

Las victorias perdidas

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La derrota no siempre es el momento más amargo. Existen otras circunstancias en las que la amargura puede ser aún mayor. Me refiero a aquellos momentos de la historia en los que se obtiene la victoria y, sin embargo, el triunfo sufre una metamorfosis política y sus protagonistas lo ven como un fracaso.  Para ilustrar esa paradoja, la de la mutación de la victoria en derrota, vienen a la cabeza dos ejemplos: el proceso de paz y las actuales elecciones presidenciales.

El uribismo se inventó la falsa dicotomía entre guerra y paz como si fueran escenarios antagónicos, como si se tratara de dos paradigmas diferentes para manejar el conflicto interno. La realidad es que una negociación de paz solo es factible cuando la guerra ha demostrado su futilidad para las partes o cuando el contrario llega al reconocimiento de la inevitabilidad de su derrota. Es precisamente esta segunda opción la que llevó a las Farc a sentarse a la mesa.

Las innovaciones tácticas en el campo de batalla, la combinación de las capacidades de todas las fuerzas y los logros de la inteligencia técnica, pusieron a la guerrilla de Marulanda en una situación de desventaja estratégica imposible de remontar. Es decir, no hay duda de que el profesionalismo y la eficacia de las Fuerzas Armadas en el campo de batalla fue una condición necesaria para que se diera el proceso de paz.

Y en un acto de travestismo político, el uribismo le vendió a los militares y a amplios sectores de la opinión que los Acuerdos de Paz eran una entrega, una rendición del Estado, una afrenta para las Fuerzas Armadas. El proceso de paz, en vez de reclamarse como victoria, transmutó en derrota y los acuerdos en traición. Las consecuencias de esa narrativa han sido muy graves para las Fuerzas Armadas y para el país.

Los militares dejaron de aprovechar el vacío provocado por las Farc para consolidar el control territorial y convertir a los desmovilizados en sus aliados. El gobierno Duque perdió la oportunidad de ampliar la presencia del Estado en lugares donde nunca antes había podido penetrar. Este es el mejor ejemplo de cómo la ideologización llevó a que se arraigara en el mando militar y en sectores políticos la equivocada percepción de que el proceso de paz fue una estruendosa derrota.

El desafío político principal de la democracia colombiana ha sido el de cómo darles suficiente credibilidad a los caminos institucionales de acceso al poder de manera que quienes están por fuera del sistema -y que se han sentido históricamente excluidos- opten por participar y competir por las vías legales.  La filosofía de la “democracia participativa” que inspiró la Constitución de 1991 contribuyó de manera importante a ese objetivo.

Con la participación de todas las fuerzas políticas, incluyendo el entonces recientemente desmovilizado M-19, se redactó una “carta magna” que puso en marcha avances significativos en la participación ciudadana, en la protección de los derechos fundamentales y en el estímulo al pluralismo. Con esa Constitución muchos ciudadanos rebeldes y contestatarios optaron por acudir a las urnas en vez de recurrir al uso de violencia, de las armas y de la protesta social. El resultado ha sido el fortalecimiento de la democracia y de la convivencia social.

Y ahora que dicho logro se ha obtenido, con la abultada presencia de diferentes fuerzas políticas distintas al bipartidismo histórico y al uribismo, entre ellas el Pacto Histórico, el “establecimiento” interpreta una posible victoria de Petro como una derrota, como una amenaza para la democracia. Quizás lo que quieren es que quienes le apuestan a cambiar las cosas dentro de la institucionalidad y tienen la ilusión de que en las urnas se puede lograr una transformación social, vuelvan a optar por la calle y las montañas de Colombia. Otra vez, con infinita torpeza, estamos convirtiendo victorias en derrotas.

Dictum. El gobierno se está haciendo deliberadamente el loco con el cuento de que va a haber suspensión o aplazamiento de las elecciones. Eso es una infinita irresponsabilidad.

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