Weildler Guerra
25 Mayo 2022

Weildler Guerra

Lo utilitario y lo normativo

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En esta semana en la que se aproximan las elecciones en Colombia las deserciones de última hora desde el centro han sido una fuente numerosa de noticias y ellas incluyen deslices insospechados. Algunas de estas fugas no son asumidas directamente por los jefes políticos que las inducen o las toleran pues lo hacen en cuerpo ajeno a través de personas de su entorno lo que deja una fulgurante trazabilidad. Congresistas que habían expresado lealtad a un candidato, al menos hasta la primera vuelta, y precandidatos que participaron en la consulta del centro y aceptaron unas reglas de juego se marcharon y solo una resistente legión de columnistas de opinión y ciudadanos parece resistir en una especie de heroica y asediada Numancia ideológica. 

Todo indica que la racionalidad utilitaria para otorgar el voto se impone sobre la racionalidad normativa. La racionalidad utilitaria, que incide en la preferencia de un número significativo de votantes, prevalece porque brinda la utilidad esperada y porque resulta satisfactoria para quienes se guían por ella. Quienes se apoyan en la racionalidad normativa, que tiene un carácter axiológico o basada en valores, la prefieren al margen de que resulte satisfactoria, aunque no se deriven intereses concretos de esta decisión. Es, por tanto, algo intrínseco, asociado a las convicciones más íntimas. Ello no quiere decir que quienes optaron por una racionalidad utilitaria no sopesen en su decisión algunos elementos normativos. No se trata de poner las cosas en blanco y negro. 

Esto plantea interrogantes sobre el futuro del centro en Colombia y en el mundo. Según el autor español Ricardo Montoro Romero “lo que parece molestar del centro político e ideológico es, precisamente, su indeterminación porque, aparentemente, en política solo caben las posiciones definidas. El centro político es visto con demasiada frecuencia como algo parecido a la ausencia de conciencia política”. En   Colombia, un país que padeció en los últimos dos años vigorosas protestas sociales y en las que las actitudes oficiales son abiertamente provocadoras y autoritarias se vive en un permanente estado de indignación. Quienes se han alineado tempranamente con esta indignación recurrente recogen hoy los correspondientes dividendos políticos. No obstante, afirma Montoro, es factible pensar que el centro bien poblado, aun con sus problemas de identificación política, pero sobre todo moderado, refleja a una buena parte de los votantes e irá creciendo con el paso del tiempo cuando un país madure en términos políticos.   

El sentido de que haya una segunda vuelta en las elecciones presidenciales brinda precisamente la posibilidad a organizaciones políticas y a los ciudadanos en general de evitar el ascenso de una opción radicalmente alejada tanto de sus intereses como de sus idearios políticos. Las dos racionalidades pueden entonces coexistir. Sin embargo, el próximo domingo podemos votar con una plena convicción por el candidato de nuestra preferencia con el que nos sentimos como si nos vistiéramos con un traje hecho a la medida. Porque, finalmente, se gana o se pierde enarbolando las propias banderas y quizás la peor de las derrotas sea triunfar con estandartes ajenos.      

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