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Qué país raro este. Esta Colombia desmadrada que nos tocó, que nos ha tocado, que nos tocará. A nosotros, a nuestros antepasados, a nuestros hijos.

Esta semana, una colombiana que gana treinta y cinco millones mensuales, sí, treinta y cinco millones de pesos mensuales, se quejó en la radio porque sentía que no le alcanzaba el sueldo. “Libres, libres quedan por ahí ocho millones de pesos”, contó en los micrófonos. Pobrecita. Tanto sacrificio por este país indolente, de gente egoísta que no comprende eso de tener carros a los que toca ponerles gasolina y escoltas a los que hay que alimentar (que además no es cierto, de eso se encarga la Unidad de Protección) y tener que mantenerlos. Malagradecidos que somos en esta patria. La senadora Berenice Bedoya debería renunciar y dedicarse a la Contaduría, que para eso estudió.

O podría devolver las camionetas y renunciar a los escoltas. De pronto hay líderes sociales que los necesitan más. Y de paso, se ahorra una platica.

Claro que la pobre senadora no fue la única que se confesó en estos días. Uno de sus colegas, representante a la Cámara, me produjo un poquito de lástima al oírlo en La W: “Yo nunca en mi vida había aguantado tanta hambre como lo he aguantado acá en el Congreso (…) Cuando nos citan a plenarias a las nueve de la mañana y salimos a las ocho de la noche y no podemos movernos nosotros de ahí”. Cuánta injusticia, citados a las nueve de la madrugada, no hay derecho, obligarlos a trabajar hasta las ocho de la noche, y con ese horrible frío bogotano que cala hasta los huesos, no puede ser, y sin poder moverse, prácticamente presos tras las columnas del Capitolio, ahora entiendo un poco al congresista Jhon Fredy Núñez, venido desde tan lejos, cómo lo obligan a semejantes jornadas, y en esas miserables condiciones, es prácticamente un trabajo forzado, ni Mandela en la isla Robben.

Se hubiera quedado en el Caquetá, tierra fértil, donde le iba divinamente como ingeniero y aspirante a lo que fuera: quiso ser senador en 2009, alcalde en 2011 y diputado en 2019, y nunca lo logró. Y ahora que por fin puede desinteresadamente representar al pueblo —como era su sueño—, entonces lo hacen aguantar. Definitivamente, hay gente que le toca muy duro…

Me acordé del austero tuitero que se quejó porque diez millones al mes no alcanzaban y para justificarlo presentó su lista de gastos, donde —entre otros conceptos— destacaba los dos millones para recreación, el millón de mesada para el hijo y el millón y medio para el “servicio de mucama”. Mucama, hace rato no oía esa palabra. Debo visitar a mis parientes de sangre azul.

Entonces es cuando uno se da cuenta de que no son casos aislados. El nuestro es un país pobre en términos de ingreso, de privilegiados dedicados a rebuscarse más privilegios, de pésima redistribución, de enormes contrastes sociales, de pocos muy ricos y muchos bien pobres, de infinitos y enrevesados odios, de abogados para todo especialistas en acomodar verdades, de multimillonarios terratenientes o empresarios o políticos, o las tres juntas, que pagan cero pesos en su declaración de renta, incluso de pecadores rezanderos que expían sus culpas yendo a misa pero fastidiándose con el mísero o el enfermo o el desdichado que ruega una moneda a la salida de los templos.

Este país es raro. Por estos días en los que soplan vientos de cambio, trayendo símbolos y símbolos con cada hecho, con cada palabra, con cada nombramiento, justo desnombran una ministra de las Comunicaciones, un comandante del Ejército y un director de Planeación. Casi nada.

Los vientos, que comenzaban a amenazar con convertirse en un vendaval, también soplaron de enigmática manera cuando a la hora de la elección del contralor general, el radicalísimo partido de oposición al gobierno Petro votó —juiciosito— a favor del candidato del gobierno Petro, una muy particular forma de ejercer la oposición ésta de los congresistas del Centro Democrático. Dicen por ahí que los caminos de Dios suelen ser misteriosos.

Precisamente, no se veía algo así desde dos mil ocho, cuando el entonces senador Petro votó a favor de la elección de Alejandro Ordóñez como procurador general, una de las personas más alejadas ideológicamente del ahora presidente, tanto que cinco años después, resultó destituido de su cargo como alcalde de Bogotá, justamente por el procurador que había ayudado a elegir. Igualito a lo que acaba de pasar con la elección del contralor. Lo que hay que ver.

¿Me van a decir que esto no es Locombia?

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