Sebastián Nohra
20 Noviembre 2022

Sebastián Nohra

Mancharon la pelota

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No hay evento en el planeta que tenga medianamente la dimensión y la magia de la Copa del Mundo. Ni los olímpicos. Ir a un Mundial permite entender el poder y la universalidad del fútbol, un deporte que logró ser transversal como ningún otro a todas las culturas, idiomas y niveles de ingreso. El fútbol tiene un magnetismo especial y en el siglo XXI terminó de penetrar en todos los países.

El fútbol es tan popular y potente también porque recibe en estas épocas la simpatía y curiosidad de millones que no lo ven regularmente. La inercia de un mundial termina involucrando en las tendencias, partidos, reuniones y programas de televisión y radio a millones que no son futboleros. Pero creo que muchos de ellos se irán del fútbol después de Catar 2022. Se sentirán asqueados de cómo se concibió y construyó este mundial. Lo que sucedió fue abominable.

Entonar ese inútil recurso de la “doble moral”, eso de “pero usted apoya a Cuba e Irán”, es infantil y no lleva a ningún lugar. Esa obsesión de huir de un problema igualando dos males, utilizando un reproche para evitar cuestionamientos de fondo, termina siendo una invitación a la indiferencia y la resignación. No se trata de ponerse la capa de salvador del mundo, sino de construir, como futboleros, una cultura de amor por el fútbol más exigente y profunda. A estas alturas estamos para mucho más que pedir volantes que levanten la cabeza o delanteros con frialdad en el área. Catar debe ser un “nunca más”, como el juicio a la Junta Militar en Argentina.

Encuentro ridículo señalar a quien vaya a Catar o mire los partidos. Al final, el aficionado que trabaja todo el año y se quiere permitir este mes feliz no tiene la culpa de nada. Hay que presionar a los de arriba. Catar pagó sobornos para ganarle la candidatura a EE.UU., se documentó e igualmente el mundo del fútbol no quiso cambiar la sede. A Blatter e Infantino les advirtieron del sistema casi esclavista que usaba Catar para construir infraestructura y no tomaron ninguna medida. Fueron unos miserables.

En pleno 2022, en un país con una renta per capita de 67.000 dólares, así como alguna vez miles de esclavos levantaron unas pirámides colosales en el desierto, se construyeron ocho estadios en condiciones atroces. Murieron muchos trabajadores. Eso ensucia esta copa. Sin matices. Tiene que haber memoria. Podemos ver el Mundial, pero los medios y las aficiones tenemos que ser mejores para terminar de depurar a la élite que gobierna el fútbol.

En Colombia, por lo menos, estaría bien arrancar por casa porque los nuestros no son distintos, son de las misma cepa. Luis Bedoya está en una cárcel en EE.UU. y sus amigos que quedaron han hecho cosas delicadísimas. Lo de la reventa de boletas está probado y ratificado por la SIC y la justicia. Falta saber por qué el caso sigue dormitando en los despachos de la Fiscalía. El medio futbolero ha sido obsecuente y cobarde para sanear su fútbol.

Pero mientras pasa el Mundial deberíamos poder encontrar un lugar decente entre el ocio y la indignación. Disfrutar de la delicada zurda de Messi y apoyar las protestas y símbolos que pongan incómodos a la FIFA y al gobierno de Catar. Que queden marcados de por vida y se logren reparaciones materiales mucho mayores a las familias de los trabajadores. Purgar el fútbol es una empresa posible.

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