Velia Vidal
15 Octubre 2022

Velia Vidal

Más tesoros tristes

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Desde lo alto observaban los Alpes, con sus cimas nevadas una tras otra, una tierra de la que poco conozco y a la que viajé, paradójicamente, para ver objetos traídos de la tierra mía. En la mesa del frente tenía abierto el libro de Simón Posada, La tierra de los tesoros tristes (Aguilar, 2022). Yo alternaba la lectura de las últimas páginas con la mirada por la ventanilla, como intentando pasarme la frustración que me causaba lo leído, con la nieve que veía pero que nunca he tocado.

Más que leer, parecía estar viajando con Simón. La fluidez del texto me hacía sentir como si él estuviera a mi lado contándome esta historia de guaqueros, chismes, intrigas, nuevos ricos y ricos venidos a menos. Una historia que tiene como protagonista al Poporo Quimbaya, quizá porque es la pieza perfecta para hablar del oro y de la coca, de la maldición sobre esos dos regalos de la naturaleza y, sobre todo, del saqueo del alma, la memoria y los tesoros de nuestro país.

Terminé el libro antes de aterrizar en Zúrich y era inevitable relacionarlo con el motivo de mi visita a la ciudad suiza. El Museo Etnológico de la Universidad de Zúrich inauguraba una exposición/espacio de trabajo sobre la colección Noanamá bajo el título ¿Idea de negocio? Me invitaron a hablar del contexto local en la actualidad y nuestra relación con este tipo de colecciones, considerando que vivo en el Chocó y adelanto el proyecto Afluentes con el Museo Británico, que también indaga alrededor de una colección que igualmente está catalogada como Noanamá y que fue llevada desde el bajo San Juan en el Chocó, en 1960.

La colección de Zúrich fue comprada al polaco Borys Malkin, un etnólogo y entomólogo reconocido porque convirtió su profesión en una idea de negocio. Entre 1957 y 1994 viajó por Suramérica y visitó numerosas comunidades indígenas como científico y empresario, compró objetos, los documentó y los vendió a museos de Europa y Norteamérica. Malkin estuvo en el Chocó entre 1968 y 1972, donde adquirió más de dos mil objetos que vendió a unos 22 museos en Suiza, Polonia, Canadá, Austria, Estados Unidos, Alemania, Italia y Dinamarca.

Se habla de exposición/espacio de trabajo porque no se trata solo de sacar a la luz unos objetos y archivos guardados, sino que el principal interés es cuestionar esta práctica de coleccionismo tan comercial e indagar sobre el contexto actual, además, escuchar lo que hoy tienen por decir las comunidades sobre este tipo de relaciones comerciales establecidas en aquella época, así como la diáspora de los objetos.

A diferencia del Poporo Quimbaya, de la colección que recientemente repatrió el presidente Petro o de muchos otros objetos expoliados, las colecciones Noanamáes de Zúrich, Londres o de los otros museos que le compraron a Malkin, no contiene piezas prehispánicas ni tampoco de oro. Pero como bien dice Simón Posada refiriéndose al Museo del Oro y que es aplicable a este caso: “Las piezas no son valiosas porque sean de oro, sino porque son una ventana a otro tiempo, a otro mundo, a otras culturas que tenían capacidades tecnológicas excepcionales y una visión del mundo digna de ser estudiada”.

Hoy en el Chocó por lo general no decimos Noanamáes o indígenas Noanamá sino Wounaan, somos conscientes de que los objetos de esa colección son en su mayoría de uso cotidiano y no solo de personas indígenas, sino también afros, quienes han coexistido por más de cuatro siglos en el medio y bajo San Juan. Así las cosas, es evidente que estos tesoros que se convirtieron en la fuente de ingresos para Malkin, quien mantenía desde acá a su familia y dejó unas 850 cartas en las que le narraba a su esposa sus aventuras y negocios en Suramérica, son también tesoros tristes que, a doce grados de temperatura junto a los Alpes, no alcanzan a contar ni siquiera una versión completa de una realidad profundamente compleja que desde los años setentas se ha visto afectada por otra suerte de colección: la de complejos asuntos sociales como el conflicto armado, el tráfico de cocaína, los procesos étnicos territoriales afros e indígenas, la minería legal e ilegal a pequeña y gran escala, entre muchos otros.

En cualquier caso, La tierra de los tesoros tristes y la exposición ¿Idea de negocio?, más que la casualidad de encontrarme con ellas al mismo tiempo en Zúrich, comparten la virtud de ser un gran punto de partida para una conversación necesaria y urgente sobre el modo como gestionamos nuestro patrimonio. Un asunto que va mucho más allá de la discusión sobre el lugar donde deben estar los objetos y las solicitudes de devoluciones, se trata más bien de preguntarnos qué tanto los estamos usando como ventanas a esos otros tiempos y otros universos que también son nuestros, en los que seguramente podremos encontrar conocimientos y saberes que siguen siendo vigentes hoy.

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