Velia Vidal
17 Junio 2022

Velia Vidal

Matices

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Mientras miraba la desembocadura del río Tenjo, escuchaba los tambores interpretados por hombres de algún país africano y sentía en mi piel la brisa fría que venía del Atlántico a refrescarnos del calor intenso que anuncia un verano fuerte, pensaba en las veces que me cuestioné el deseo de ir a Lisboa. ¿Por qué iba yo a querer ir a la tierra de uno de los primeros y mayores traficantes de esclavizados de África? No estaba en mis planes. Así que los motivos que me llevaron a Portugal vinieron de donde nace lo ineludible, es decir, del amor. Tenía pendiente encontrarme con dos personas que amo y el lugar acordado fue Lisboa. Tendría además dos días en soledad para recorrer la ciudad. 

Lo primero que me impactó al salir del aeropuerto fue la cantidad de personas afro que esperaban a otros que llegaban. En ningún aeropuerto de Europa había visto ni sentido algo así. Esto ya me hacía sentir bastante cómoda. Más tarde supe que había llegado en un día feriado, el día de Portugal en el que se conmemora la muerte de Camões, el poeta más importante de ese país. Un par de días después era el día de Pessoa, y yo andaba justo recorriendo en el barrio de Chiado –un poeta también– las esculturas en su honor, buscando sus libros en la librería Bertrand, la más antigua del mundo, que existe desde la época en la que el país obtenía su prosperidad de raptar, transportar y vender a quienes considero mis ancestros. La misma nación que celebra sus poetas, con tal importancia que su día nacional es el honor al más grande de ellos.

Estando en Portugal vi que una amiga de Quibdó compartió videos de las fiestas en Puerto Meluk, Medio Baudó: sonaba una buena chirimía y la gente disfrutaba el bunde con tanta energía que me provocó estar allá, bailando con ellos, en la misma región donde otros pueblos son azotados por el confinamiento y los desplazamientos. No había pasado una semana desde el más reciente asesinato de una importante líder social y ahí estaba nuestra gente, entregada a la alegría, al disfrute, con la convicción, quizá inconsciente, de que en un mismo espacio deben coexistir la belleza y el horror, las herencias de la esclavización y la poesía.

En Berlín tuve la oportunidad de ver la exposición Affecting Memory, que con las obras seleccionadas aborda diversas emociones pertenecientes a conflictos pasados y cuestiona las representaciones típicas de la memoria, proponiendo diferentes materialidades, corporalidades y maneras de recordarla y transmitirla. Busca las fisuras en esas formas de representación y se ocupa de nombrar lo que no ha sido nombrado, y de recordar y tratar hechos que han sido olvidados.

Así, entre el arte, la sensación del frío Atlántico en mis pies, y mis extensas caminatas por Lisboa y el sonido de chirimía desafiando la tristeza de un pueblo, comprendí, o recordé quizá, que nadie puede estar condenado a ser una sola de las tantas cosas que es o a ser narrado por un solo fragmento de su historia.

Habrá que seguir buscando las muchas fisuras en el relato que construye la memoria de los antiguos esclavistas y sus descendientes, darles lugar a las voces de los descendientes de los esclavizados, insistir en cuestionar el racismo que también se respira en las calles lusitas, en las europeas y en las colombianas. Y al mismo tiempo habrá que darle espacio a matizar la mirada, y con ella, el lenguaje. Asumir el compromiso de hablar de estos temas siempre desde el amor, de modo que se nos hagan ineludibles.

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