Daniel Schwartz
23 Noviembre 2022

Daniel Schwartz

Mejor adentro que afuera

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El conflicto en Irlanda del Norte es complejo. Desde el siglo XVIII, la colonización inglesa en Irlanda desató una guerra entre la Inglaterra protestante y la Irlanda católica. El conflicto ha mutado y transitado entre la distensión y la guerra. En el siglo XX el conflicto se transformó, y aquellas riñas que se explicaban a partir de lo étnico y lo religioso, se convirtieron en una guerra de ejércitos, guerrillas, grupos paramilitares, exclusión sistemática y desobediencia revolucionaria. 

Irlanda del Norte se dividió en dos: los nacionalistas, católicos en su mayoría, y los lealistas, protestantes que obedecían a la Corona inglesa. Esta etapa, que fue la más violenta, se conoce con el nombre de “The Troubles” (los problemas), se  inició en la década de los años sesenta y terminó en 1998 con el Acuerdo de Viernes Santo o Acuerdo de Belfast. Este acuerdo, firmado por los gobiernos de Inglaterra e Irlanda, fue aprobado por el pueblo irlandés en un plebiscito y acogido por las mayorías del Sinn Féin, un partido político próximo al IRA, la guerrilla independentista, y por las mayorías del Partido Unionista del Úlster, el principal grupo político de Irlanda del Norte, protestante y de derecha.

Pero no todos firmaron el acuerdo. Algunas partes, las más radicales de ambos bandos, se opusieron fehacientemente a firmarlo. Entre ellos, quizá el más radical del bando protestante, estaba el reverendo Ian Paisley, quien pertenecía a un partido lealista aún más radical que el Úlster. Él y su movimiento se convirtieron en la gran piedra en el zapato del proceso de paz, torpedearon y estigmatizaron los acuerdos, y se negaron a abrir cualquier diálogo con la izquierda independentista.

Hace unos días volví a ver The Journey, una película que ficciona un encuentro íntimo entre el reverendo Paisley y Martin McGuinness, jefe negociador del Acuerdo del Viernes Santo por parte del movimiento Sinn Féin y exmiembro del IRA. El filme está ambientado en 2006, cuando McGuiness y Paisley se encontraron por primera vez para debatir un nuevo acuerdo de paz en St. Andrews, Escocia. Paisley debía regresar a su casa en Irlanda del Norte para celebrar su aniversario de matrimonio número 50, pero el aeropuerto cerró por culpa de una tormenta. Alguien le sugiere que fuera en auto a otro aeropuerto para tomar un jet que lo llevara a casa. McGuinness, jefe negociador, permite el cambio de planes con la condición de que él viajara en el mismo carro del Reverendo.

Los enemigos se encuentran y viajan en el mismo auto por varias horas sin saber que el MI5, la agencia de seguridad inglesa, había instalado una cámara y un micrófono, y que Tony Blair, primer ministro de Inglaterra, tenía comunicación con el conductor, quien recibía órdenes para avivar la discusión entre los dos pasajeros. Al principio, Paisley y McGuiness guardan un silencio implacable. Para Paisley, McGuiness era un terrorista y un asesino, mientras que McGuiness, a pesar de su voluntad pacificadora, veía al reverendo como un hombre perverso que utilizaba su influencia en la gente para avivar la violencia y la discriminación.

Yo sé que las comparaciones son odiosas y que pueden llevar a generalizaciones y distorsiones absurdas. Sin embargo, me atrevo a decir que el conflicto norirlandés y el conflicto colombiano tienen mucho en común, y que los protagonistas de la película son equiparables a la realidad colombiana. Al final, aunque todos los conflictos tienen causas distintas, la guerra ocurre siempre por la misma razón, que es dejar de reconocer la humanidad del otro.

El reverendo Paisley se parece a Álvaro Uribe y Martin McGuinness podría ser una mezcla entre Juan Manuel Santos y Gustavo Petro. Conocido en su país como ‘Mr. No’, Paisley también se rehusó con vehemencia firmar un acuerdo y promovió el ‘no’ al acuerdo de paz. Siendo la cabeza de uno de los partidos políticos más importantes, atizó las diferencias entre “buenos” y “malos” e indirectamente utilizó su poder para agudizar la violencia. Pero él, al igual que Uribe, al parecer cambió de postura años después de que se firmara el primer acuerdo: Paisley terminó firmando el Acuerdo de St. Andrews, que proponía una repartición del poder entre las dos partes en conflicto. Uribe, por su parte, parece haber reconocido, por fin, que hacer la paz es importante. En 1998, las facciones  más radicales del conflicto se alejaron del proceso de paz, y luego, en 2006, acogieron un nuevo acuerdo. En 2016, el uribismo rechazó el acuerdo de paz entre Gobierno y Farc, pero hoy, cuando el nuevo Gobierno propone una paz total, busca ser parte del proceso. La Paz Total no es un acuerdo nuevo, así como tampoco lo fue el acuerdo de St. Andrews. Es la concreción de lo pactado en La Habana hace unos años. La Paz Total es el camino largo del posacuerdo, recoge la idea de que la paz toma tiempo, se adecúa y se nutre conforme pasan los años.

En la película, Paisley le dice a McGuiness que pronto las guerras serán peores, las armas más destructivas y mayor será la sevicia. Por eso, según él, era necesario cerrar el capítulo de la violencia para no perpetuar el odio y el resentimiento en las generaciones venideras. McGuiness, por su parte, dice que jamás pedirá perdón, pues eso sería reconocer que no tuvo razones para hacer lo que hizo. No creo que Álvaro Uribe o José Félix Lafaurie pidan perdón. No siempre es necesario el arrepentimiento, pero sí lo es reconocer al otro, su existencia y sus razones, para así dejar de creer que la única solución al conflicto es eliminando al enemigo, al otro.

Arrepentirse no es un imperativo para hacer la paz, dejar de matarnos no significa solucionar el conflicto, pues muchos conflictos son quizá irresolubles. La paz tampoco tiene que ser un despliegue revictimizante de abrazos, aplausos y besos, sino una simple firma, un pacto de no agresión austero y receloso.

El día de la primera manifestación en contra del nuevo gobierno, Álvaro Uribe se reunió con el presidente. Luego habló bien de él, lo halagó a pesar de las diferencias. En respuesta al informe de la Comisión de la Verdad, el Centro Democrático sacó unas cartillas contando su versión –menos matizada y más unidireccional– del Conflicto Armado. Aunque tienen dejos revisionistas, estas cartillas muestran que el uribismo, como no hacía antes, reconoce que aquí sí hubo una guerra y que las víctimas sí existen. Es, a pesar de sus contradicciones, el primer paso para buscar la paz. No debemos esperar de Uribe y del uribismo ninguna solicitud de perdón, así sea lo ideal, porque el país los conoce bien y sabe cómo ven el mundo. No me parece necesario que, de un momento a otro, Álvaro Uribe y José Felix Lafaurie abracen a las víctimas de Bojayá, hablen en lenguaje inclusivo y utilicen la terminología del pacifismo universitario.

El discurso de la paz total ha sido bien recibido incluso por los sectores más reaccionarios. Es el nuevo lenguaje del poder, del Estado, y, como le dijo Álvaro Uribe a Maria Fernanda Cabal, el Centro Democrático no puede seguir quedándose por fuera. Por eso está José Félix Lafaurie negociando con el ELN. Y aunque seguramente habrá intereses más allá de una irrestricta voluntad pacifista y conciliadora, la alternativa belicista será siempre peor. Este nuevo marco de interpretación, el de la Paz Total, es la reacción inmediata a los acuerdos de 2016, así como los Acuerdos del Viernes Santo de 1998 fueron el interludio de los Acuerdos de St. Andrews, que, como hoy en Colombia, buscaron unir a los sectores más radicales hasta entonces renuentes al diálogo.

Cuando se firmó el Acuerdo de St. Andrews, un periodista escribió que habría que preguntarse si la voluntad pacificadora del reverendo Paisley obedecía a un “gran acto de fe” o si, por el contrario, era la renuncia a la política terrenal de un hombre de 80 años. Pienso que quizá algo similar le ocurre a Álvaro Uribe, quien, próximo a sus años postreros, teme ser recordado como el hombre de la guerra. Viendo cómo han sido los últimos años de su homónimo peruano Alberto Fujimori, quizá Álvaro Uribe está buscando resarcirse con la historia que se escribirá en el futuro y quiere ser recordado, al igual que Paisley, como un hombre de paz.

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