Helena Urán Bidegain
4 Abril 2022

Helena Urán Bidegain

Menores sujetos de memoria

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Si en mi columna anterior me referí a la importancia de hablar con los niños, niñas y adolescentes (NNA) sobre el conflicto armado y los derechos humanos, en esta hablaré sobre la importancia de darles un espacio a ellos para que nos hablen y la necesidad de acercarnos a lo que les ha tocado.

Conocer el significado de la palabra infancia evidenció en mí el problema mayor que padecen los menores. Etimológicamente Infancia refiere al que no tiene voz. Los menores no tienen voz porque suelen estar sometidos a jerarquías sociales y familiares y al desconocimiento e ignorancia de la mayoría de los adultos frente a sus necesidades y potencialidades. 

Los menores en Colombia han acarreado durante décadas las consecuencias de las decisiones y hechos cometidos por adultos, que son quienes los victimizan y después sus voces no son realmente escuchadas.

Ser menor en medio de la guerra y la violencia no ha significado, ni en Colombia ni en ninguna parte del mundo, tener un trato protector. Ni en la actual guerra en Ucrania, la de Israel-Palestina, Siria, o la brutal violencia e inseguridad que padecen en Haití o en Centroamérica; al contrario, en todos estos lugares y en Colombia también su condición de niños, niñas y adolescentes los ha hecho mucho más vulnerables. 

Acorde a cifras oficiales, en el país, más de 2 millones de víctimas son menores de edad, es decir alrededor del 30 por ciento del ya vergonzoso número total que lo incluye en las listas de países con más víctimas del mundo. Sobra decir que los números oficiales suelen estar, por lo general, por debajo de los reales. De cualquier manera, una aberración.

Por lo general, en algún momento de la infancia, la mayoría de los niños pasan por una etapa de miedo a la oscuridad, a dormir solos, a los monstruos que desaparecen cuando vuelve la luz del día. Para muchos niños colombianos, sin embargo, su realidad, la que viven todos los días, es su peor pesadilla y de la que no pueden despertar. Un trauma con el que tendrán que cargar por el resto de sus vidas porque han sido los protagonistas del horror y han sufrido todas las formas de violencia. Han sido entre otros, reclutados por actores armados, amenazados, desplazados, han sufrido actos terroristas, atentados, combates, hostigamientos, han sufrido la tortura, vejaciones sexuales, esclavitud, ejecución, desaparición forzada, o la mezcla de ellas. 

La guerra en Colombia empieza desde muy temprana edad para muchos. A estos más de 2 millones se suma el nefasto hecho de que más de 4 millones de niños han sufrido el desplazamiento forzado y otros tantos más han tenido que abandonar el país. La guerra les ha arrebatado todo lo que les brindó algún tipo de seguridad: su entorno geográfico, material, emocional, familiar, en algunos casos lingüístico, dando vía a un trauma que los afectará el resto de su vida. 

Los años más extremos, es decir en los que más NNA padecieron los efectos del conflicto armado en Colombia, fueron los comprendidos entre 2000 y 2010, y principalmente en aquellas regiones en las que el Estado ya les había fallado, porque desde el momento de nacer vieron frustrado su derecho a una vida digna. Así que el trauma con el que cargan muchos menores colombianos, es también económico, involucra pobreza y explotación, y no solamente muerte y destrucción física. Vivir en Colombia significa conocer el miedo y para muchos menores sufrir el horror.

El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar cuenta con programas para ayudar, concretamente, a menores desvinculado de grupos armados organizados al margen de la ley y brindarles atención especializada, pero comentarios como el del ministro de Defensa actual y antiguo director de esa misma institución, de meses atrás, que considera a los niños reclutados como máquinas de guerra, dan cuenta de la mirada y rechazo a sus derechos de parte del mismo Estado, que hasta en lo oral desata violencia y desprecio contra ellos. La actitud de funcionarios con esta calidad humana no solo intensifica la pesadilla que sufren los menores, sino que además impermeabiliza a la sociedad para que no sienta el sufrimiento de estos niños ni que se identifique con ellos. 

¿Podrá ser esta la única explicación al hecho de que la sociedad no se conmueve con lo que les sucede a estos menores? ¿Que no se les quiebra nada por dentro de solo ver lo que les sucede? ¿A que el trauma que padecen estos niños, niñas y adolescentes, no nos afecta al punto de que se convierta en un trauma colectivo? 

Hemos visto las imágenes de muchos de esto NNA, pero nada cambia para ellos. Quizás, porque, parafraseando a Susan Sontag, las imágenes son interpretadas como la representación de la realidad, no la realidad; por tanto tenemos que dar el paso y escuchar la voz de estos menores, aceptar lo que tienen para contar y confrontar lo que ellos han tenido que hacer en soledad. Talvez así dejemos por fin de ver normal lo que es anormal.

La Comisión de la Verdad ha venido realizando un esfuerzo por dar voz a los niños, niñas y adolescentes, a través de entrevistas directas con ellos, informes propios y los aportados por otras organizaciones no gubernamentales. El informe final, que se presentará a mitad de año, dedicará un capítulo exclusivamente a la verdad sobre el daño que les ha hecho Colombia a millones de menores en el país. Será además expuesto de manera audiovisual e interactiva para que pueda ser utilizado en todos los centros educativos del país, pero sobre todo en un formato dirigido a los niños, niñas y adolescentes para que lo entiendan, les interese y los maestros lo puedan usar fácilmente.

Dar a conocer lo que han padecido millones de NNA del país es necesario para la transmisión de una parte de nuestra historia, horrorosa y traumática, pero real, si queremos apostarle a un Estado incluyente, con un nuevo orden moral, como el que se espera que surja después del proceso transicional que vive Colombia. 

Lo que salga plasmado en el capítulo sobre los menores, víctimas de la guerra en Colombia, no será seguramente suficiente, pues la envergadura de la violencia y del sufrimiento contra los niños es simplemente inabarcable, pero es un gran paso por el que podemos empezar y debemos acompañar. Es una posibilidad para acercarnos a esa realidad invisibilizada de los que no han tenido ningún tipo de voz para contar, menos reclamar.

Este esfuerzo puede conducir a que muchos menores en el país, al verse reflejados tramiten mejor su sufrimiento y sientan que hay alguien interesado en lo que les hicieron, que son reconocidos por otros y que su dignidad se restablezca. Pero también puede llevar a que se supere una memoria histórica desde una perspectiva exclusivamente adulta para seguir construyendo una memoria desde la voz de los menores, pues aunque han sido ignorados ellos son también sujetos de memoria. Quizás así, empecemos a entender e interiorizar lo que ha significado ser menor en Colombia.

Hoy resulta imposible pensar que los alemanes no sabían lo que sucedía con sus conciudadanos judíos, durante el nazismo, pero en el libro Trauma: A social theory, Jeffrey Alexander plantea que previo a los juicios de oficiales nazis y la declaración pública de testigos y víctimas, las ejecuciones masivas eran percibidas como un acontecer más de la guerra, como simples conflictos nacionales y étnicos que subyacen a ella. Según este sociólogo, fue ese momento, es decir, los juicios en los que las víctimas relataron lo que habían padecido, lo que dio el peso para codificar lo sucedido al pueblo judío constituyéndose como un trauma colectivo y de una manera que ocupara el lugar que amerita en la memoria universal.

Quizás darles voz a los niños haga que en Colombia empecemos a sentir, empatizar con aquellos que apenas empiezan a vivir y definirán lo que más adelante será el país; que con firmeza aportemos todo lo que está a nuestro alcance para cambiar esa realidad.  

El informe de la Comisión de la Verdad es una oportunidad para darles la cara a esos menores, para transmitirles que sí los vemos y reconocemos, que aunque el dolor que han tenido que sufrir es inaprensible, lo que les pasó tendrá un lugar en la memoria del país y esta será a la vez una oportunidad para todos nosotros para ser mejores seres humanos.

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