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Muchos de los que decían que Gustavo Petro es una incógnita, un salto al vacío, un egocéntrico y populista, hoy apoyan la candidatura de Rodolfo Hernández. ¿No es acaso ese señor el más indescifrable y enigmático de la campaña presidencial? Hernández no ha propuesto nada distinto al castigo –quién sabe si con torturas o penas de muerte– para los corruptos. Desde la campaña de Hernández contaron que Sergio Fajardo ha pedido reuniones. ¿Qué ve el centro en este personajillo más allá de que no es ni Petro ni Fico? Parece más importante el odio a Petro, en este momento incomprensible, que el riesgo de dejar al país en manos de un anciano irascible que a duras penas conecta una frase con otra.

Rodolfo Hernández parece burlarse de la ciudadanía, parece un personaje de ficción que busca castigar a los políticos tradicionales –un adjetivo cada vez más vacío–, y por esto es, entre los aspirantes a la Presidencia, quien más pone en riesgo a la democracia. Como bien dijo Daniel Coronell en su más reciente columna aquí en Cambio, el voto por Rodolfo es, en últimas, un voto burlón que quiere pasar por reivindicativo.

Por estas razones mi voto es para Petro, porque es el único candidato que no trata al pueblo como una masa ignorante, el único en la competencia que le habla sin considerarlo corto de espíritu, que entiende que el electorado es –quién lo diría– mayor de edad. Y quizá le habla así al pueblo, además, porque a diferencia de sus principales contendores, no es un ignorante. Aquí debo explicar que Fajardo tampoco es un ignorante, pero a veces es tan enredado que pareciera que ni él mismo se entiende. Yo creo que un presidente tiene que haber leído muchos libros en su adultez, o por lo menos haber pensado sesudamente los problemas del país y su eventual solución, cosa que no es evidente ni en Fico ni en Rodolfo.

Petro –y Fajardo y Gómez también, pero a esos dos ya los doy por perdidos– es el único que tiene un diagnóstico estructurado del país, de sus problemas y de sus posibles soluciones. Pero, además, es el único que sabe comunicar ese diagnóstico con sencillez, y eso no es lo mismo que la simpleza de sus dos competidores cercanos. Petro no infantiliza a su electorado a la hora de mostrar sus propuestas, como lo han hecho Fajardo con sus diagramas aparentemente complejos, Fico con sus 'veintiunitas' y su hablado de parcero, y Rodolfo con sus TikToks y sus memes. Él, en cambio, está en la plaza pública haciendo lo difícil, aquello que requiere un talento especial. Y esa capacidad de convertir lo complejo en sencillo, de exponer no solo las ideas que lo inspiran sino también recoger lo que piensa la ciudadanía, es una credencial que no tiene ningún otro candidato.

Allí, en la plaza pública, es donde Petro ha demostrado que conoce la historia del país. Y así como es el único que usa la historia para comunicar sus ideas, es también el único que quiere hacer parte de ella. Aunque eso pueda sonar peligroso, pues generalmente quienes pasan a la historia lo hacen no precisamente por su benevolencia, es importante que un candidato se refiera en sus discursos a un antes y un después, que exprese una promesa de cambio, un sueño compartido que, quizá, nunca llegará. Y eso no es mentirle al pueblo, es saber proyectar un deseo común, lo que creemos que debería ser y hacer el Estado.

Ha habido sin duda un manoseo al concepto de lo histórico en la campaña del Pacto Histórico, pues todos los momentos son históricos –o ninguno lo es, sino que lo será, y eso no se decide ni aquí ni ahora–, y aunque ese anhelo por pasar a la historia revela una peligrosa arrogancia, pienso que para eso son las campañas, para eso se recoge el sentir popular: para hacerse elegir. Y me parece bien que un candidato piense en la historia a la hora de hacer política, que piense en los errores, los éxitos y las deudas del pasado.

Nunca he militado en ningún movimiento y tampoco lo haré ahora. Pienso que cuando uno milita en una ideología o en un grupo somete su visión del mundo a algo que está por encima de la propia libertad. Tampoco suelo anunciar públicamente mi voto, pues entre más gente sepa por quién uno vota, mayores serán el arrepentimiento y las explicaciones. Y si uno hace campaña por un candidato que gana la Presidencia y lo hace mal, mayor será ese arrepentimiento. Pero esta vez anuncio mi voto porque pienso que, aunque la presidencia de Petro podría no ser buena, no será catastrófica (su mayor riesgo es que sea intrascendente). También porque, siguiendo la metáfora de Alejandro Gaviria, debemos evitar a toda costa la erosión del volcán, y Fico y Rodolfo representan esa erosión.

Voto por Petro no porque represente un cambio total y radical, tampoco porque crea que es la solución a los problemas del país. Voto por él porque propone algunas de las reformas que tanto hemos aplazado, que ya se han intentado y quedaron pendientes. La más reciente de todas, y quizá la razón principal por la que le doy mi voto, es el cumplimiento y la puesta en práctica, sin dilaciones ni excepciones, de los Acuerdos de Paz.

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