Jaime Honorio González
24 Septiembre 2022

Jaime Honorio González

Morcillas

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Yo no quiero ser el defensor del presidente de la república. Que se defienda solito. Para eso tiene todas las herramientas de comunicaciones disponibles y los presupuestos necesarios para mostrar su gestión.

Ah, pero lo que yo sí quiero es recordar que tal vez sea el momento oportuno para que los 10.604.337 colombianos que votaron en la pasada segunda vuelta presidencial por el candidato Rodolfo Hernández les agradezcan clara y francamente a los 11.291.986 compatriotas su decisión, la de haber elegido a Gustavo Petro.

Ya pronto vendrá el momento de juzgar las actuaciones de este gobierno que apenas completa dos meses. Por ahora, la única dura realidad es que en estos sesenta días que han transcurrido desde que el nuevo Congreso de la República se posesionó, el candidato que estuvo cerca, muy cerca de gobernarnos ha dado todas las señales posibles de lo catastrófico que hubiese resultado para este país, para todos nosotros, su llegada al poder.

Pero, ¿de qué nos salvamos? Yo creo que nos salvamos de que nos gobernaran todos, menos el ingeniero. Si Petro no le hace caso a nadie, con Rodolfo creo que hubiera sido exactamente al revés, una especie de famulocracia (creo que no existe la palabra, pero mi profesor de griego impulsaba la creación de vocablos siempre y cuando las dos raíces lo permitieran), como un gobierno ejercido por la familia, doña Socorro y sus tres muchachos, uno de los cuales, Luis Carlos, aún no resuelve sus problemas con la Justicia por haber firmado un compromiso que le aseguraba una buena plata si lograba que su papá-alcalde le diera un súper contrato de basuras a unos amigos.

Ya hemos visto lo malo que resulta para el país un gobierno en cuerpo ajeno.

¿De qué más nos salvamos? Bueno, si Petro tiene plan para todo, excepto para lo de las invasiones a las tierras, Rodolfo no tenía plan de nada. Una buena parte de los colombianos ve con preocupación la anunciada reforma a la salud, la reforma tributaria, las relaciones con Maduro, lo que se derive del discurso en Naciones Unidas, la barrida de generales, la llamada paz total, y un sinnúmero de posiciones planteadas por el presidente de la república. Tampoco es que hayan resultado muy sorpresivas. Casi todas las venía anunciando desde mucho antes de la campaña. Pero, con el ingeniero, nadie, ni él, ni sus asesores, ni todos los políticos que allí aterrizaron después de la primera vuelta, tenían un plan, o sabían qué hacer, o qué no hacer, y si lo sabían no tenían certeza de que el ingeniero —y su familia— fuese a aceptar las propuestas. Y mientras tanto, Colombia ¿qué?

Sí. Petro ha tirado los dados, sin embargo —desde antes de que ganara— todos sabíamos los números que iban a caer. Con Rodolfo, los dados aún estarían girando y mientras tanto, el país sumido en la polarización política, el odio sembrado, el miedo a la venezolanización y toda esa sarta de infundios que —durante la contienda—reemplazaron las propuestas de campaña, estaría cayendo en un profundo abismo sin posibilidad de retorno.

Tan mala era la idea de que Hernández ganara la presidencia que, al otro día de su derrota, los fundamentalistas de tuiter que decididamente lo apoyaron —triste herencia de la campaña de Fico— fueron los primeros en abandonarlo en tanto renegaban de su decisión en las mismas redes sociales donde antes lo ensalzaban a más no poder y lo trataban casi de estadista al mismo tiempo que vituperaban al posterior ganador.

Así que el prohombre terminó con una curul parlamentaria graduado a las malas como jefe de la oposición. Pero, todos sabíamos que esos diez millones de votos no eran de él, fueron una particular mescolanza de odiadores de Petro y fastidiados con la politiquería, bandera de la que se apropió a pesar de ser todo un politiquero, no de otra forma podría leerse el hecho de haber aceptado la curul para así mantener la personería jurídica de su partido y quedarse con una plataforma necesaria para aspirar a las elecciones locales del año entrante en su departamento. Él, que fue concejal, él, que fue alcalde, él jugando a ser candidato a la presidencia, acabar con la politiquería, ¡ja!

Así que, en últimas, Rodolfo terminó de jefe de nada.

También, recordarán ustedes, se iba apropiando de la bandera de la anticorrupción. Querían creerle como fuera, mientras se tapaban los oídos para no escuchar nada sobre la acusación formal que tiene el simpático ingeniero en un juzgado de Bucaramanga, no una investigación, no. Está acusado ante un juez penal, en medio de un juicio por corrupción. Dizque la Liga Anticorrupción. Y sus electores, ahí, firmes, un poco como las morcillas, que a todos les encantan pero que nadie quiere saber cómo las hicieron.

Eso sí, lo mejor de todo fue la respuesta a la pregunta de cómo se sentía en el Capitolio: “Me siento como Messi de portero”. Qué hombre para tenerse fe.

Una cosa es cierta: a Lionel Messi seguro le iría mejor —infinitamente mejor— de arquero que a nosotros los colombianos si Hernández hubiese sido el presidente.

Los que votaron por Rodolfo, más que avergonzados y arrepentidos deberían estar agradecidos, totalmente agradecidos con los electores de Petro, quienes —finalmente— los salvaron del caos total, nos salvaron, diría yo. Para qué, pero todo hay que decirlo.

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