Helena Urán Bidegain
28 Febrero 2022

Helena Urán Bidegain

Mujeres, mandato masculino y guerra

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Recuerdo bien el día que mi madre mirándonos a los ojos nos dijo: “El papito está muerto. Una bala lo mató”. Desde ese día, sola, tuvo que hacerse cargo de sacar nuestra vida adelante y nosotras niñas tuvimos que lidiar con el hecho de convertirnos en huérfanas de padre, no tener un suelo fijo y tener una madre ausente y asfixiada por su trabajo. Pasamos por diferentes países sin tener mucha idea de cuál sería el siguiente lugar al que llegaríamos y lo único certero en ese momento era que la guerra inmunda nos había cambiado la vida.

Es por esta experiencia personal que siempre que escucho una historia de guerra y violencia, lo primero que pienso es en el sufrimiento de los niños y el drama y carga de las mujeres.

Que el enfrentamiento en Europa haya llegado hasta este punto, es para mí sinónimo de que ni a la OTAN, ni al gobierno de turno ucraniano, o a Putin, les importan en absoluto los civiles, ni los hombres, menos las mujeres o niños.  

Rusia autoritaria, con Putin a la cabeza, desprecia la democracia que ve como una idea occidental y, en cambio, construye la ortodoxia rusa y el gobierno patriarcal como cohesión de su proyecto del imperio euroasiático. Lamentablemente este proyecto se legitima interna y externamente debido al doble rasero occidental, que no cuenta sus propias infracciones del derecho internacional, pero sí es hábil para señalar y sancionar a otros. Aquí todo se trata de poder. Un poder sujeto a una estructura patriarcal y bajo el mandato masculino. 

En esta guerra, como en todas las anteriores, las mayores víctimas serán mujeres y niños. 

El gobierno ucraniano prohibió hace unos días que hombres entre 18 y 60 años abandonen el país. Se necesitan hombres-guerreros para enfrentar la batalla. Los varones y no las mujeres, porque como lo dice la antropóloga Rita Segato: “La ilusión de adquirir la posición de prestigio masculina, obliga a los hombres a abdicar de su capacidad de empatía y a exhibir potencia y capacidad de crueldad”, lo que los ha convertido tradicionalmente en el recurso humano de los ejércitos preparados para las guerras. Muchos no se dan cuenta de que esta mentalidad y paradigma también los convierte a ellos en víctimas, aunque claramente con otro rol y grado que a las mujeres y niños.

Quienes logren huir de la guerra en Ucrania, lo harán sin sus esposos, hijos o hermanos. Ahora las mujeres tendrán que sacar adelante la vida de la familia solas y lejos. Centenares, miles, millones más, así por todo el mundo. La Cruz Roja Internacional da cuenta de que la mayoría de los refugiados del mundo, ya antes de los acontecimientos recientes en Ucrania, estaba constituida por mujeres y niños. A estos se sumarán ahora millones más.

Pero aquellas mujeres que no logren o no puedan huir, no les irá mejor quedándose en medio de los ejércitos, las bombas y la confrontación en su país. Ellas se convertirán en botín de guerra aún cuando no tomen un fusil. 

Las mujeres suelen ser vistas como objetivo durante los conflictos porque sin ellas la sociedad se rompe y desaparece. Pero también, porque al estar los hombres sometidos a una mentalidad patriarcal de posesión y dominación, en la que la mujer es vista como su propiedad, entienden el asesinato o la agresión sexual hacia ellas, así sea inconscientemente, como un acto de humillación al rival, un acto de venganza o una estrategia de terror. 

Las violaciones sexuales, en medio de la guerra, no suelen tratarse de un asunto sexual aunque ese sea el medio. En estas agresiones la libido está orientada al poder del mandato de masculinidad y así el cuerpo de la mujer se convierte en un escenario de guerra librada por hombres.

Esto ha sucedido en las otras guerras anteriores. Pasó con alrededor de 200.000 mujeres esclavas sexuales en la guerra del pacífico; con aproximadamente 900.000 mujeres alemanas que fueron violadas en masa por el ejército rojo al finalizar la Segunda Guerra Mundial; las entre 20.000 y 40.000 violaciones en la guerra en Bosnia; los cientos y miles de la guerra en la República Democrática del Congo donde los números no han parado; las violaciones sistemáticas por años a las mujeres indígenas achí durante la guerra en Guatemala, también con las cerca de 30.000 víctimas de violencia sexual en Colombia en el marco del conflicto armado desde 1985. Solo para mencionar algunos ejemplos.

Si miráramos cada conflicto y guerra, los números siempre serían espeluznantes.

Datos que solo son posibles por los valores masculinos del poder y la honra; así como los del patriarcado de la jerarquía, la dominación y el sometimiento. 

Hoy, en 2022, no hemos aprendido nada y una vez más estos mismos valores nos llevan a una nueva guerra. Como si el sufrimiento del mundo no fuera ya suficiente.

No sirve decir que también ha habido mujeres que han tomado el fusil, o que han estado en puestos de poder. Los números demuestran que la participación activa de la mujer ha sido marginal. Y además hay que considerar que estas mujeres han tenido que jugar las reglas del arquetipo y comportamiento masculino (con algunas excepciones), lo que eventualmente les ha permitido tener prestigio y ser reconocidas en un mundo de hombres, mucho más en el escenario bélico.

Sin embargo, no negaría que las mujeres también han participado de manera más pasiva en la guerra y que desde sus roles tradicionales de cocineras, enfermeras, operadoras, etc. han acompañado y propiciado un ambiente para mantener los conflictos y guerras. No pretendo con este escrito señalar culpas, solo busco, aún sin ser experta en temas de género, visibilizar la estructura que ampara este comportamiento y lo que resulta de este. 

También quiero anotar que aunque hablo de la victimización de las mujeres no desconozco y de hecho resalto la paradoja que hay en que son ellas las que con mayor inteligencia emocional y resiliencia se transforman y convierten en agentes de paz.

Las mujeres viven con las consecuencias de la guerra, pero rara vez son solo víctimas pasivas. Se afligen, luchan contra el sufrimiento y muchas de ellas se ven obligadas a reinventarse, a dejar atrás su antigua identidad y a formar una nueva personalidad moldeada por la guerra.

Las mujeres son una importante fuente de estabilidad en las zonas de conflicto, y mantienen unidas no solo a sus familias, sino a todo su entorno. Ellas no son solo víctimas, también son actores en busca de soluciones a los conflictos y esfuerzos de paz.

Para evitar que los conflictos lleguen hasta la violencia y la guerra, será necesario un cambio profundo cultural masivo que traiga consigo un giro en la estructura. Y aunque estos sean los cambios más lentos, hay que insistir. 

Educar a nuestros hijos, niños y niñas, para que respeten y cuiden a los demás, incrementar significativamente la participación activa de mujeres en círculos de poder, construir políticas en clave femenina, buscar el apoyo de los hombres que entienden y comparten esta perspectiva, y en todos los ámbitos en general recurrir a los valores, enfoques y habilidades que tradicionalmente se han asociado a lo femenino: la empatía, las habilidades de comunicación, los hábitos de cooperación; la capacidad de soltar el control. Al desarrollar este tipo de poder estaremos sirviendo a las necesidades de toda la comunidad humana. 

La transición tras la guerra como lo es el caso colombiano, es un momento de oportunidad para poner en marcha este cambio.

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