Sebastián Nohra
17 Abril 2022

Sebastián Nohra

No más tapabocas

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Nadie hubiera querido estar en el pellejo de los gobernantes que gestionaron la pandemia. Recordarán ustedes que fueron días muy extraños. Todo era nuevo y confuso. Nadie está preparado para encerrar a toda la población por meses, tener que apagar de un día a otro a las empresas, tomar medidas diarias con un alto grado de improvisación y recibir teorías de todo tipo de expertos y no expertos mientras la oposición hacía un festín con la catástrofe. Debió ser muy difícil, pero eso no borra la lista de algunas medidas absurdas y ridículas que ahogaron nuestras vidas. 

Durante meses la gente debía trotar con tapabocas, se lavaban las llantas de los carros, los policías les incautaban la mercancía a los vendedores ambulantes, se abrieron primero las discotecas que los colegios, entre otras barbaridades. Decirlo ahora es fácil, pensará el funcionario. En parte tiene razón, pero también es cierto que envalentonados en sus equipos de asesores y epidemiólogos, hubo una intransigencia política e intelectual insoportable para abrirse a ponderar los costos y efectos no deseados de las medidas sanitarias. Llegamos al punto de dejar en el aire que lo grave no era morirse, sino morirse de covid. 

Con ese espíritu de balancear beneficios y costos y de ser generosos con quienes se han sacrificado bastante en estos 25 meses, me parece justo que nos preguntemos por la obligatoriedad del tapabocas en interiores y, en especial, para colegios y trabajadores que tienen actividades físicamente agotadoras. 

El promedio de muertes por covid-19 de los últimos siete días es de cuatro y el de casos, 257. A despecho de que aparezca alguna variante incontrolable o un evento que traiga un nuevo escenario, podemos decir que hoy el coronavirus representa un riesgo minúsculo para la gente. Con esas cifras, ¿se justifica que los niños después de estar meses sin clases tengan que pasar sus días con tapabocas en los colegios, cuando sabemos que son una población de bajísimo riesgo? Pienso en familias numerosas de ingresos medios y bajos que, al calor de la inflación más alta de las últimas décadas, deben seguir comprando cajas de tapabocas para sus hijos y para el trabajo. 

Pienso en la cajera de un supermercado que debe estar parada por horas con un tapabocas. Aunque pasen los siglos -casi- nadie se acostumbrará a trabajar así con comodidad. Pienso también en un celador de un centro comercial que estando al aire libre y con un perro en un brazo debe estar todo el día cubierto. O trabajadores de comercios de poco contacto con la gente y empleadas domésticas cuyos jefes todavía les imponen el uso de tapabocas. Con esto hay sectores y profesiones que normalizaron el absurdo. Nos metieron tanto miedo en el cuerpo que vemos todavía a muchas personas caminando solas al aire libre con tapabocas. 

Los costos de imponer su uso deben discutirse a la luz de los bajísimos contagios que hay. Entre 45.000 y 50.000 pesos debe gastar al mes una familia de 4-5 personas para cumplir con la medida, además de la incomodidad que supone para algunos con trabajos exigentes. También hay un costo medioambiental con su producción y la cantidad de desechos que terminan en playas y mares, pues hablamos de plásticos de un solo uso. Según la ONU, los océanos recibieron entre 4.680 y 6.240 toneladas métricas adicionales de contaminación plástica durante 2020. Hablamos de plásticos de un solo uso. 

La obsesión y selectividad de la medida nos ha llevado a llenar nuestra rutina de incoherencias. En la mañana de un viernes los niños deben usar tapabocas en sus clases, pero en la noche miles de adultos se abrazan y se besan en bares y conciertos. O el teatro este de llegar a los restaurantes con tapabocas y quitárselo apenas la gente entra al establecimiento. 

Ya hay varios estados de EE.UU. que dejaron de exigir tapabocas en interiores y también países como Francia y España. Entre todo y nada hay un mar de grises, pero el gobierno debería darle ese alivio a sectores muy castigados en estos dos años. Lo que se hizo con la educación fue miserable. Los gobernantes y Fecode hicieron un desastre con consecuencias muy costosas que se terminarán de pagar en años. Atropellaron a la ciencia durante meses con sus medidas. Ya es hora de dejar a los niños estudiar y jugar sin la cara cubierta en tela. 

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas