Velia Vidal
12 Febrero 2022

Velia Vidal

Otilio y Luis

“ De entre las cajas de madera cubiertas con papeles que absorben la humedad, una de las curadoras sacó un mecedor, o como diría la mayoría en el Chocó, un mecedó, un cucharón largo de cabeza plana que se usa para mezclar dulces como el birimbí o la panela. En el extremo superior del mango, con tinta de lapicero azul, con la caligrafía de quien apenas aprende a escribir, tenía inscrita la palabra Otilio”.

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El 16 de noviembre de 2021 fui por primera vez a Londres, con él único propósito de ver con mis ojos y tocar con mis manos muchas de las piezas de la colección Chocó, llevadas por dos etnomusicólogos en 1962 desde Noanamá, en el Medio San Juan, hasta el Reino Unido. Collares de chaquiras, vasijas de barro, utensilios de madera, piedras de moler, joyería en plata, nada muy novedoso para mí. Fui por invitación del Centro de Excelencia Santo Domingo para la Investigación sobre Latinoamérica en el Museo Británico (Sdcelar), a raíz del proyecto Volver a contar, una alianza con el Hay Festival que busca cuestionar las formas en las cuales Latinoamérica es usualmente representada y estudiada en los museos. Desde que empecé a participar en el proyecto y a conversar con las curadoras rondaba en mi cabeza la idea de la invisibilización, de lo que se nombra o se deja de nombrar. Al lado de cada pieza únicamente figuraba el año y el lugar de procedencia, que al cabo para todos era igual; no había mayor información del San Juan de la época. Lo que sí estaba muy claro y documentado eran los nombres de los ingleses que vinieron de visita y su recorrido por Colombia que, además de las piezas, dejó audios con cantos y fotografías que ahora también reposan en la Biblioteca Británica y en la de Oxford. 

De entre las cajas de madera cubiertas con papeles que absorben la humedad, una de las curadoras sacó un mecedor, o como diría la mayoría en el Chocó, un mecedó, un cucharón largo de cabeza plana que se usa para mezclar dulces como el birimbí o la panela. En el extremo superior del mango, con tinta de lapicero azul, con la caligrafía de quien apenas aprende a escribir, tenía inscrita la palabra Otilio. Cuando lo vi sentí como si ese hombre, que bien podría ser afro o indígena, hubiera escrito su nombre solamente para que yo lo viera años después en Londres, y se rompiera así el círculo de la invisibilización. Al leer ese Otilio, los objetos dejaron de ser para mí una suma de 300 piezas almacenadas en otro país, ahora había un sujeto en medio, que me conectaba con un pasado que también me pertenece.

El equipo del Sdcelar, motivado por el hallazgo, me invitó a un nuevo proyecto alrededor de la colección y, en particular, sobre la  subrepresentación de lo afro y lo indígena que se evidencia en ella. Esta vez con la participación activa de personas de la región: como Chava, Jhovanny, Orlando, Mary Luz, Felipe, Narly o yo.

Con motivo del proyecto fuimos a Istmina y Andagoya, cabecera municipal de Medio San Juan, el viernes 4 de febrero de 2022. La noche anterior, río abajo, secuestraron a Luis Chamapuro. De esto me enteré el domingo 5 de febrero en Quibdó. Me lo contó el obispo Juan Carlos. 

En Andagoya cruzamos el puente colgante sobre el río San Juan, nos tomamos fotos, felices por estar viendo esas aguas por las que hace tantos años navegó Otilio y las orillas en las que se tallaron o se tejieron las piezas que ahora están en Londres. Sin saber que estábamos muy cerca del lugar donde unas horas antes se habían llevado a Luis.

Cuatro días después, sentada en mi escritorio, leí que habían asesinado a Luis. Revisé los titulares: “Denuncian asesinato de un líder indígena en el Chocó”. “Asesinan a otro líder social, esta vez en el Chocó; ya sería el número 21 de 2022”. “Asesinan a líder indígena de Chocó que llevaba seis días secuestrado”. En unos cuántos lo nombran: “Asesinaron al líder indígena Luis Chamapuro tras ser secuestrado por el ELN”. “Asesinado líder indígena wounaan Luis Chamapuro Quiro”.

Inspirada en el mecedor inscrito con el nombre de Otilio, escribí un cuento en el que me imaginé su vida en Noanamá. La historia de Luis no necesito inventarla: Luis Chamapuro Quiro perteneció a la comunidad de Unión Wounaan, luego a La Lerma, y hace un tiempo venía organizando su propia comunidad nombrada con su apellido. En Puesto Chamapuro vivían hasta ahora seis familias. A Luis se le conocieron tres mujeres con las que tuvo más de 12 hijos, era conversador y recochero, trabajó un tiempo como maestro y después se retiró por asuntos de salud, una de sus hijas ocupó su plaza. Daver, de 21 años, sobrino de Luis, cayó en una mina antipersonal cuando venía al sepelio de su tío. Eran cuatro los que venían por el camino de Belén de Docampadó para el San Juan. Daver tomó la delantera y se encontró con uno de los artefactos que han instalado en los últimos meses.

Ese mismo viernes 4 de febrero Jhovanny nos contó que unos días antes, varios docentes salieron desplazados de las comunidades indígenas, y que estaban anunciados al menos tres desplazamientos masivos más, como resultado de los enfrentamientos y las presiones de los grupos armados. Todo esto era ampliamente conocido por Luis; así como el riesgo que significaba para él, su familia y su comunidad haber nacido wounaan en el Chocó: el riesgo de ser invisible, de ser una cifra más en las tragedias, con la única opción de inscribir el nombre en la memoria de sus amigos y sus estudiantes, o en un mecedor, como Otilio, para que muchos años después alguien pueda recordarlos o reconocerlos, y escribir unas cuántas líneas en su honor.

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