Hace 50 años el Pacto de Chicoral destruyó las esperanzas de una reforma agraria en Colombia, que ahora revive con el “Acuerdo Impensable” para la compra de tierras, que manda el poderoso mensaje de que sí son posibles los consensos en una sociedad fraccionada. El acuerdo propone una política rural de largo alcance, que trasciende el actual Gobierno. Los mensajes de uno y otro lado son contundentes. Desde la orilla del ejecutivo que no habrá expropiación, como se advertía en forma malintencionada por algunos sectores radicales de la oposición. Por su parte, los ganaderos, que hace décadas tomaron la equivocada decisión de meterse en política, reconocen que la implementación del Acuerdo de Paz en su punto 1 de desarrollo rural es conveniente y no constituye amenaza para nadie.
El acuerdo del Teatro Colón, que aún está por implementar en lo que tiene que ver con la transformación de los territorios, se sostiene en un trípode esencial que busca que los beneficios de la paz lleguen a la gente del campo, especialmente a aquellas zonas más afectadas por el conflicto: Desarrollo rural, ejecución de los PDET en los 170 municipios e intervención integral en los territorios con la sustitución social de cultivos. El gran desafío del Estado en los próximos ocho años es, entonces, titular 7 millones de hectáreas, distribuir a través del Fondo de Tierras 3 millones más, cumplir a cabalidad los programas PDET que tuvieron gran participación de las comunidades y asegurar el éxito de un PNIS fortalecido, que garantice a los campesinos cultivadores de coca una vida digna.
Sin paz rural no hay paz territorial y sin esta no tendremos paz total, más allá de diálogos con ELN, disidencias, Clan del Golfo y bandas criminales. Si no somos capaces de transformar en forma radical la realidad rural del país nunca alcanzaremos La Paz porque el narcotráfico seguirá vivo. Se podrán desarmar y desmovilizar los actuales grupos ilegales y siempre surgirán nuevos. Por ello, el acuerdo con los ganaderos, que debe ampliarse a todos los sectores del agro, tiene enorme impacto en las posibilidades de reconciliación.
Los elementos que contiene el acuerdo son un muy buen punto de partida y su lectura integral despeja dudas. Habrá compra directa de tierras, que junto a las que ya están incorporadas al Fondo de Tierras, aquellas en proceso de extinción hoy en poder de la SAE y algunos baldíos según la reciente sentencia de la Corte Constitucional, completarán las 3 millones de hectáreas previstas en el acuerdo de paz. Queda claro, además, que serán tierras que no se encuentran en el registro de predios despojados que lleva la Unidad de Restitución. El acuerdo igualmente tiene un importante componente de sostenibilidad ambiental al contemplar el impulso de las partes a los programas silvopastoriles, que buscan una ganadería intensiva en producción de carne y leche, libera tierras para la reforestación y la agricultura y disminuye la emisión de gases de efecto invernadero. La tierra se pagará según el avalúo del Igac y la compra no se limitará a la que oferten ganaderos.
La tarea apenas comienza y se puede enriquecer entre todos. Por ejemplo, es importante evitar la compra aislada de tierras por todo el país que haría imposible dotarla de proyectos productivos eficientes y bienes públicos rurales. Con el mapa de la Upra del Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural se concentraría por áreas la entrega de tierras para evitar experiencias frustrantes del pasado, de las que quedaron campesinos empobrecidos y sin apoyo del Estado. Será importante pensar en mecanismos para comprometer a gobernadores y alcaldes con recursos de regalías. Para garantizar financiación de esta política pública en el largo plazo será necesaria la constitución de un patrimonio autónomo y ojalá prioricen los territorios PDET con lo que se matarían tres pájaros de un tiro: se formalizan campesinos en zonas de conflicto, se cumple con las inversiones públicas acordadas con las comunidades y se sustituyen cultivos ilícitos.
Con el “Acuerdo Impensable” se rompen paradigmas y la controversia que surge es lógica. Con seguridad será difícil alcanzar en cuatro años la ambiciosa meta que se propone, su arranque será lento, pero es una extraordinaria noticia para la paz y el desarrollo del país. Dejemos atrás la desconfianza, las prevenciones y los odios del pasado. Miremos hacia el futuro con optimismo y ánimo de construir.