Enrique Santos Calderón
8 Enero 2022

Enrique Santos Calderón

Peleas Vecinales

Lo que resulta insólito es que hoy, con todos los recursos y tecnologías disponibles, la incapacidad del Estado siga siendo la misma; que la fuerza pública aparezca tan incompetente o desbordada.

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En este fin de año además de mucho Netflix y de la inevitable dosis de novelas policiacas y best sellers gringos, me leí un libro que quiero recomendar.

Es La Venezuela que conocí de la excanciller María Angela Holguín, en el que recorre sus ocho años al frente de la diplomacia colombiana durante las más graves crisis que haya vivido este país con el vecindario. Por supuesto con la Venezuela de Chávez, pero también con el Ecuador de Correa, amén de toda índole de tensiones con los gobiernos de Cristina en Argentina, de Evo en Bolivia y de Ortega en Nicaragua. Todos receptores agradecidos de los petrodólares que a manos llenas repartía Chávez.

El libro nos recuerda lo que ha significado la ruptura con nuestro vecino histórico; el país que era nuestro principal socio comercial, con el que compartimos una centenaria trayectoria de amores y resquemores (“Bolívar nació en Caracas en un potrero lleno de vacas”, cantábamos de niños) y una frontera aun indómita de más de dos mil kilómetros.  A Holguín le tocó la Venezuela chavista y relata sus encuentros y desencuentros con la dirigencia política venezolana (la oposición queda muy mal parada, lo cual no es noticia) a partir del ascenso al poder del carismático coronel que había salido de la cárcel después de un golpe fracasado, para llegar en 1999 por votación democrática a la presidencia donde se instaló para siempre. A un costo enorme para su país y su pueblo, como se vio poco después. Nicolás Maduro, al que Holguín conoció bien, es la prueba viviente de que, con todo y lo ruinoso, el legado de Hugo Chávez sigue ahí. La autora explica por qué.

Además de juiciosos análisis sobre temas regionales del momento, esta memoria de la excanciller es rica en anécdotas y episodios poco conocidos. Por ejemplo, el de cómo Uribe y Chávez casi se dan en la jeta en la última cumbre del Grupo de Río, en Cancún en 2010, cuando se dijeron “cosas muy duras e impropias de jefes de Estado”. Solo un fuerte manotazo de Raúl Castro sobre la mesa evitó que se volviera una “pelea callejera”. Están pintados: el paisa volado y el venezolano bravucón, ambos de mecha corta y lengua suelta, retándose como dos gallitos finos frente a los presidentes de América. Imagino la incomodidad que debió de sentir María Ángela, diplomática por naturaleza y encargada de armonizar la relación entre los dos países. Cuenta que el presidente de México, Felipe Calderón, dijo que el ancho de la mesa fue lo que impidió que Chávez y Uribe se fueran a las manos. Hubiera sido el match boxístico del siglo.

Holguín narra detalles de otro duro rifirrafe con un vecino más a raíz de los bombardeos que (a buena hora, pero en territorio ecuatoriano) sacaron del juego al segundo comandante de las Farc, alias Raúl Reyes. Todos recordamos la furia del presidente Rafael Correa, no solo por la violación de su soberanía sino porque Uribe le había mentido al contarle la operación. Y todos recordamos —la cosa era en vivo y en directo— su gesto de desagrado cuando el presidente colombiano fue a darle la mano. Otro incidente que casi pasa a mayores, pues se dijeron de todo, y envenenó las relaciones con Ecuador. María Ángela Holguín cuenta cómo fue el proceso para sanar esa herida y reestablecer relaciones.  

El significado del rescate de Íngrid Betancourt y de los tres “contratistas” gringos que estuvieron seis años secuestrados por la Farc, así como de los operativos militares que dieron de baja a al Mono Jojoy y a Alfonso Cano (el jefe militar y el cerebro político) y aceleraron el declive de esa organización, también están relatados en este libro. Lectura útil para quienes quieran entender mejor las complejidades diplomáticas de nuestra historia reciente. Y, en especial, de la larga, delicada y aún vigente crisis con Venezuela.

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La frontera caliente con ese país es elemento clave del problema y eso nos lleva a lo que hoy sucede en Arauca. ¿Cómo se explica que enfrentamientos entre disidencias de las Farc y el Eln produzcan 27 muertos en cinco localidades distintas de ese departamento? Una región vital para los intereses nacionales, rica en recursos y petróleo (hace años se hablaba de “Arauca saudita”), que se ha convertido en campo de batalla y coto de caza para grupos guerrilleros que se disputan rutas del narcotráfico, rentas, regalías y estratégicas zonas de influencia. En una guerra sucia y sórdida que ni siquiera es de combates sino de ejecuciones sicariales tipo mafioso. De “planes pistola”, en los que elenos y exfarianos también son duchos.

Todo esto, frente a la ausencia y evidente impotencia del gobierno y la fuerza pública, reducidos al triste papel de lamentar y condenar. Duque anuncia envío de batallones y generales en camuflado explican por televisión cómo piensan “neutralizar a los bandidos”. Y la comunidad araucana, el pueblo atrapado siempre en el fuego cruzado, solo pide que alguien ponga fin a una guerra que no es suya.

Cabe recordar que en Arauca la presencia del Eln es notable y vieja. Ahí encontró su mina de oro cuando hace décadas la Occidental Petroleum Corporation le pagó cinco millones de dólares para que no dinamitara el oleoducto Caño Limón-Coveñas y así pasó de reducto agónico a próspera guerrilla especialista en “volar el tubo”. Y en extorsionar y secuestrar porque “la revolución requiere billete, compañero”. Que dos exgobernadores de Arauca hayan sido procesados en días pasados por vínculos con el Eln solo confirma hasta dónde llega su influencia en la zona.

La rivalidad entre Farc y Eln en Arauca es histórica y ha producido mas de mil muertos. Lo que resulta insólito es que hoy, con todos los recursos y tecnologías disponibles, la incapacidad del Estado siga siendo la misma; que la fuerza pública aparezca tan incompetente o desbordada; que esos grupos armados aún tengan ese grado de control y libertad operativa. La complicidad de vieja data del gobierno venezolano con la guerrilla colombiana es factor complejo y explosivo de un problema (recordemos la captura de Granda en Caracas) que no se presta a salidas retóricas.

La cuestión no es de más batallones y discursos. Es de más inteligencia. Vale decir de una estrategia paciente, profunda y metódica, que permita conocer mejor al enemigo.

Antes se podía. ¿Será que ya no?  

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