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Por estos días en que el ministro de Hacienda entrante, José Antonio Ocampo, comienza a hablar de una reforma tributaria, que, por cierto, tiene en vilo al país; recordé que, en un par de ocasiones, escuché a Gustavo Petro decir que, si se recuperara el dinero producto de la corrupción en Colombia, no sería necesario hacer una reforma tributaria; en especial si esa reforma seguía protegiendo a los más pudientes y grababa a los más indefensos de la cadena productiva. ¿Esto se puede lograr? ¿Es posible? Y lo pregunto porque me parece una idea fabulosa, cuya consecuencia debería equilibrar el sistema automáticamente. Imaginémoslo: los corruptos bloqueados, purgando penas en la cárcel por sus delitos; recuperación del dinero hurtado; no más cartel de la hemofilia, no más alimentos podridos para los niños de menores recursos del país, internet en los lugares más olvidados del territorio nacional; no más carteles de la contratación; el dinero de la paz usado para la paz, las carreteras 4G y los puentes reduciendo trayectos en nuestra intrincada geografía; la vivienda de interés popular en manos de lo más necesitados y no de los más aventajados; es decir tendríamos un país que funciona y en su funcionamiento equidad; el paraíso en la tierra, mejor dicho.

Como buen diletante y curioso, decidí preguntar si esto era posible y llamé a alguno de mis amigos que acostumbro torturar con mis preguntas inoficiosas. Esta vez le tocó el turno a mi querido Camilo Herrera, CEO de la famosísima Radar, que durante años ha monitoreado el consumo de los colombianos, permitiéndonos entender quiénes somos y quiénes hemos dejado de ser a través de cómo gastamos nuestro dinero. Radar, para quienes no lo saben, es un termómetro de la economía del país y sus informes nos ilustran mes a mes sobre cómo se mueve el gasto en Colombia. Camilo, siempre recibe mis llamadas con una enorme paciencia y esta vez no fue la excepción, así que le hice la pregunta: ¿Si Petro tapa el hueco que nos deja la corrupción anualmente, podría olvidarse de hacer una reforma tributaria? Lo primero que escuché al otro lado del teléfono, fue un silencio y luego el tono agudo de analista de Camilo al preguntar: Eso depende de qué entienda usted por corrupción. Le voy a poner un ejemplo, me dijo: “En el periodo que ocupó Edgardo Maya la Contraloría, se dijo que la corrupción en Colombia estaba cuantificada entre 30 y 40 billones de pesos. Lo que no se dijo es que ese es el monto de los contratos durante cuatro años afectados por la corrupción; por lo cual, rastrearla es un tema técnico muy complicado. Habría que ver cuánto es la mordida real en cada contrato, qué detrimento genera en sí misma sobre lo contratado o por consecuencia en el funcionamiento del Estado y el bolsillo de los colombianos, en fin, no es un tema tan fácil de calcular”, y eso que la cifra de Maya es sobre lo que se sabe, porque hay crímenes en todas partes que no se saben -pensé yo- y en Colombia con más veras. Al final de la charla, Camilo anotó que la corrupción tiene muchas caras y que es algo muy difícil de erradicar de nuestra sociedad y que, aunque sonara sarcástico es parte de lo que somos, de ahí la frase de Turbay de que “había que ajustarla a sus justas proporciones”.

Al colgar con el doctor Herrera, con el cual prometimos una charla más larga al respecto, pensé ¿Cómo Petro le dará un punto final a un flagelo tan grave para nuestra sociedad como lo es la corrupción? Y lo pregunto porque fue una de sus promesas más importantes de campaña.

Pues bien, encontré una respuesta donde no la estaba buscando y fue en un ensayo de Jeremy Naydler, un historiador contemporáneo que le gusta ahondar en temas culturales y científicos y que hace un tiempo se puso a pensar en las consecuencias de la tecnología y la virtualidad en la sociedad: La lucha por el futuro humano es su libro y se puede encontrar bajo el exquisito sello de Editorial Atalanta.

Para plantear el conflicto social que propone el ensayo, Naydler redefine el concepto de lo humano y lo inhumano, y fue en la definición de lo inhumano que vi una luz para Petro, para Ocampo y para nosotros, en aras de responder la pregunta sobre qué se entiende por corrupción, planteada en la conversación con Camilo. Dice el autor en pocas palabras, que cuando el hombre se olvida de su carácter esencial, alojado en el interior de su ser y abre las puertas a todo lo que lo aleja, fragmenta y distrae de sí mismo, ocurre un fenómeno que se denomina: el autoolvido de la humanidad y en ese momento se transforma en un ser inhumano, capas de olvidar quién es para abrazar la destrucción. Esa entre otras muchas pesadumbres es la tragedia del hombre contemporáneo que olvida su misión en el mundo (espiritual siempre); de dónde viene y para dónde va y se convierte en un enemigo social.

Más allá de las cifras, mucho más allá de las estadísticas, este gobierno que está a punto de posesionarse el 7 de agosto, tiene una tarea específica; recuperar la conciencia política de los colombianos, en donde los derechos se pagan con los deberes; el bien común está por encima del bien particular y los desvalidos de nuestra sociedad recibirán protección por aquellos que son más fuertes; es decir fundar una sociedad más humana que obrando en conciencia minimice el impacto que genera la corrupción sobre todos nosotros. La corrupción se representa en cuadros de Excel, pero no la solucionan las matemáticas, sino un ser humano con una conciencia espiritual de sí mismo, alguien capaz de construir decisiones políticas que nos alejen de lo inhumano, de la eterna distracción.

Este es el país al que Petro debe apostarle en los próximos cuatro años para que su sueño de Robin Hood se haga realidad. Lo veo difícil, no solo por Petro, sino por todos nosotros; pero siempre albergo la esperanza “dramatúrgica” de que al final podamos remontar nuestro destino contrariado de seguir olvidando quiénes somos.

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