Mauricio Cabrera
23 Junio 2022

Mauricio Cabrera

Que no se frustre la esperanza

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El próximo 7 de agosto Colombia será un país distinto, pero ese 7 de agosto Colombia será el mismo país del día anterior. Esa es la paradoja que desde ya enfrenta el presidente electo Gustavo Petro, y de la forma en que la resuelva dependerá en parte el éxito de su administración.


El triunfo de la esperanza


En las elecciones del 19 de junio triunfó la esperanza sobre el miedo; los nadies se movilizaron a votar impulsados por el sueño de que su vida podía cambiar para vivir sabroso; muchos jóvenes estrenaron su voto ilusionados por el cambio prometido; las minorías, siempre perdedoras, sintieron que podían dejar de ser excluidas; los defensores de la paz vieron más cerca su anhelo de avanzar en la construcción de una sociedad pacífica.


Para muchos de quienes votaron por ellos, es la esperanza de tener una primera oportunidad sobre la tierra, para superar el hambre y la pobreza, para tener empleos dignos, para que sus hijos puedan tener una educación de calidad, para tener asegurada una vejez digna.


En su discurso de celebración, el presidente electo reiteró su promesa de hacer de Colombia una potencia de la vida con un gobierno que buscará la paz, la justicia social y la justicia ambiental para reducir las desigualdades sin destruir la naturaleza. Pero no se dirigió solo a los más de 11 millones que votaron por él, sino que ofreció que su gobierno buscará que todos los colombianos puedan vivir mejor. Además, invitó a un gran acuerdo nacional a todos los que respaldaron a su contrincante para que mediante el diálogo se pueda construir una democracia multicolor, en la que se logre el consenso para las reformas urgentes que necesita el país.


Las primeras declaraciones del presidente Petro y los nombres que han circulado de sus posibles colaboradores han sido tranquilizantes, lo mismo que hechos tan significativos como la llamada que recibió del presidente Biden a menos de 72 horas de ser elegido, o los trinos y mensajes de apoyo y colaboración de algunos dirigentes políticos que apoyaron a Hernández. Parecería que también será posible la esperanza de superar la dañina polarización que ha marcado a Colombia el último cuarto de siglo.


Con la elección de un exguerrillero y una líder social afro, y con el hito histórico de la llegada al poder de un gobierno de izquierda democrática, el 7 de agosto no solo habrá caras nuevas en los carros oficiales, sino que Colombia será un país distinto y mucha gente sentirá que sus ilusiones y esperanzas se han hecho realidad.


El realismo no tan mágico


Pero el 7 de agosto muy pocas cosas habrán cambiado en Colombia, por lo menos para la gran mayoría de sus habitantes. Muchas madres seguirán viendo a sus hijos acostarse con hambre, los afros e indígenas del Pacífico colombiano seguirán tan excluidos como el día anterior, en los cinturones de miseria de las grandes ciudades los jóvenes seguirán sin oportunidades ni ingresos, los desempleados seguirán con su flor para mascar esperando que el trabajo con que sueñan vendrá.


Porque la realidad de desigualdad, hambre, pobreza y desempleo no se cambia de la noche a la mañana ni siquiera en el realismo mágico del gran Gabo. Tampoco cambia en unas semanas, ni en pocos meses, sino que son procesos que requieren largos periodos para alcanzar resultados significativos, aunque para una parte de la población sí pueden darse pequeñas mejoras en sus condiciones de vida. Hay que recordar que en el Acuerdo de Paz las armas se entregaron en un día, pero su implementación total se pactó a 12 años.


Veamos algunos ejemplos de estos procesos. Una de las promesas que parece más fácil de cumplir es la de nombrar a Francia Márquez en el nuevo ministerio de la igualdad. Sin embargo, la creación de un ministerio requiere una ley que se demora mínimo tres o cuatro meses en ser tramitada en el Congreso, además de modificaciones en el presupuesto nacional para asignarle recursos, selección y nombramiento de personal y temas de logística como la sede para su funcionamiento.


Otras promesas de campaña son todavía más complejas de realizar. Reformas como la de la salud o de las pensiones requieren también ser aprobadas mediante leyes que son más demoradas pues se necesita lograr consenso en el Congreso. Y ni para qué hablar de la reforma tributaria, requisito fundamental para tener los recursos para todas las otras transformaciones sociales, cuyo trámite en el Congreso es todavía más complicado, y sus efectos en el recaudo solo se tienen un año después.


El difícil contexto nacional e internacional


A la demora natural de los cambios en el modelo económico y político hay que añadir las dificultades que enfrentará el nuevo gobierno por el contexto nacional e internacional.


En el frente interno, la herencia que se recibe del actual gobierno por factores como la inflación desbordada, el enorme hueco fiscal o el déficit de la balanza de pagos, imponen restricciones financieras insoslayables que limitan las posibilidades de acción. ¿Cómo se puede adelantar cualquier programa social si no hay recursos suficientes para hacerlo?


En el frente externo las cosas pueden ser más complicadas por las amenazas de recesión mundial que se vislumbran en el horizonte, alimentadas no solo por los impactos económicos de la guerra en Ucrania, sino por las políticas restrictivas de los bancos centrales que han empezado a subir sus tasas de interés para combatir la inflación. El freno de la economía mundial perjudicará el crecimiento de la colombiana, creando más desempleo y, por lo tanto, más pobreza.


Además, la subida de las tasas de interés internacionales desestimulará el flujo de capitales hacía las economías emergentes, y Colombia tendrá menos recursos externos para tapar su enorme déficit en el comercio exterior, lo que puede presionar una mayor devaluación del peso frente al dólar.


En este difícil contexto, uno de los grandes retos del nuevo presidente es no dejar que se frustren las ilusiones y esperanzas que logró hacer crecer en la población cuando, además, los ineludibles tiempos y plazos de los procesos políticos y económicos demoren los resultados que la gente espera que se den de inmediato. Para eso, necesita victorias tempranas en temas tan urgentes como programas de empleo de emergencia o programas comunitarios de alimentación para población en extrema pobreza.

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