Helena Urán Bidegain
29 Agosto 2022

Helena Urán Bidegain

¿Qué nos puede contar el sector empresarial?

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Hace un tiempo, en Berlín, entendí bien cómo una dictadura, una guerra o conflicto armado, para sostenerse en el tiempo, necesitan de la complicidad, aquiescencia —impuesta o voluntaria— de muchos sectores que no portan insignias ni armas pero que los alimentan y dinamizan con su concurso. Aquellos a quienes hoy el informe de la Comisión de la Verdad ha llamado “terceros”, con relación al caso colombiano. 

Y fue precisamente uno de estos actores, en Alemania, quien años después decidió hacer memoria para no olvidar su participación. Su admisión no ha impedido, sin embargo, que siga siendo una de las empresas más fuertes del país.  

Sucedió así: estando yo en un barrio de bosques y casas elegantes, llegué con algunos amigos a un “Biergarden”, una especie de terraza al aire libre donde se toma cerveza y se come comida típica alemana. Cuando salimos de allí, alguien comentó que detrás estaba la estación de tren de Grünewald. No entendí, en principio, qué era lo particular de esa estación frente a las demás.

Cuando nos acercamos, sentí una especie de malestar y lo que acababa de comer, en la boca del estómago. Percibí un energía inmunda y opresiva. No era una estación más de la red férrea alemana, no, esa sensación lúgubre la producía verme en la estación de tren desde donde, durante el régimen nazi, más personas, sobre todo judíos, fueron deportados a los campos de concentración y exterminio. Estar ahí me generaba mucha desolación por no entender cómo había sido posible tanta injusticia y dolor.

Imaginaba a las familias enteras que no habían podido escapar del país para salvarse, teniendo que subir a los vagones de trenes (¡que salían desde esa estación en la que yo me encontraba!), después de haber sufrido por un largo período el absoluto rechazo de la mayoría, de experimentar cómo sus derechos iban siendo eliminados al no poder permanecer en sus antiguos empleos, educarse como el resto, asistir a eventos o espacios públicos, incluso sentarse en las bancas de enfrente de mi casa, que había visto en fotos con el letrero de “solo para arios”, o cualquier otra actividad que los hiciera sentirse humanos, para por último verse forzados a abandonar sus casas y sus propiedades, de las que otros alemanes no-judíos enseguida se adueñaban; e, incluso, estar obligados a pagar por el boleto para ser transportados en un vagón de ganado que los llevaría hasta las cámaras de gas y el trabajo forzado. Todo eso me contraía el estómago y me daba asco.

Pensar en tanto sufrimiento —solo por la decisión tomada por algunos hombres y la permisividad de la mayoría, que mira para el otro lado— es algo que me niego a aceptar como parte de la naturaleza humana. 

Pero hubo algo más que llamó mi atención en ese lugar: el hecho de que la empresa Deutsche Bahn (ferrocarriles alemanes) reconociera años después su responsabilidad y decidiera que ningún tren volvería a salir desde esa plataforma (Gleis 17), pero en cambio sí dejarla como lugar de memoria para que todos hoy sepamos y recordemos cuál fue su vergonzoso rol en lo que allí sucedió entre 1941 y 1945. 

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En memoria de aquellos deportados entre 1941-1945 por la Deutsche Reichsbahn a los campos de exterminio Foto Helena Uran Bidegain.  

Fui más consciente que nunca del vínculo que se crea entre regímenes dictatoriales o el sistema de zonas en conflicto, con los intereses económicos y empresariales; y pude entonces entender mejor que sin la participación del sector industrial nunca habría sido posible lo que sucedió durante el nazismo en Alemania.

Y es que ya desde el final de la República Weimar, importantes sectores empresariales apoyaron y empujaron el surgimiento de Hitler con su partido NSDAP y la dictadura nazi, pues sabían que con ese régimen podrían aumentar su capital, algo que en efecto sucedió, y que como lo afirma Éric Vuillard en su libro El orden del día, los catapultó como fuertes jugadores dentro del mercado económico global.

El lugar en el que me encontraba ese día de verano en Berlín cuenta hoy con una placa que explica lo que ocurrió allí, además están escrito a los lados de la carrilera las fechas en que cada uno de los trenes partió, el número de personas que iba en cada vagón y hacia dónde fueron llevados: lugares como el campo de concentración de Auschwitz en Polonia, el gueto de Theresienstadt en la anexada y ya extinta Checoslovaquia u otros tantos lugares testigos del horror. 

Fotos Helena Uran Bidegain. 
Fotos Helena Uran Bidegain.

Lo cierto es que la red de trenes alemanes no solo participó transportando a miles y miles de personas hacia su muerte; también se benefició de aquellos reclusos en campos de concentración que no eran enviados inmediatamente a las cámaras de gas, sino reservados para trabajar en la fundición de hierro o la construcción de vías de tren, concretamente.

Los trabajadores forzados o esclavos también fueron utilizados en fábricas de armamento, obras de construcción, en la agricultura, en el comercio o en hogares, en las condiciones más inhumanas, ante los ojos de todos; (también en las famosas autopistas por las que muchas veces se le adjudica el mérito, incomprensiblemente, a Hitler).

Por supuesto, la Deutsche Bahn no fue la única que se benefició económicamente del régimen nazi. Muchas otras empresas como Daimler, Volkswagen, Adidas, Deutsche Bank, Lufthansa, Siemens etc. fueron también ganadoras.  

Cada contexto es diferente pero lo que quiero resaltar con este ejemplo de responsabilidad asumida frente al pasado por esta empresa alemana es cómo los intereses económicos, el sector empresarial y privado, suelen jugar un rol transcendental en regímenes dictatoriales como el nazismo alemán, las dictaduras cívico militares del Cono Sur, o en guerras y conflictos armados internos, como el colombiano.

Así que muchas veces son los intereses económicos los que impulsan y hacen viables las dinámicas del conflicto armado y a la inversa la guerra se convierte en un medio para alcanzar intereses privados.

Soy consciente de que la complejidad del conflicto colombiano hace muy difícil caracterizar la participación e interacción del sector privado con el resto de los actores y que no es tan claro de definir, como en el caso de la Alemania nazi anteriormente descrito. También de que la empresa privada aporta grandes beneficios al país; que muchas de ellas luchan de manera honesta, día a día, para salir adelante. Además, es claro para mí que sin ellas es difícil pensar en la construcción de país y sé que también que necesitamos de su participación (recta) para poder avanzar hacia un futuro mejor con una economía de paz. 

En su artículo “Poner en escena a las empresas - Un trabalenguas para el esclarecimiento del conflicto armado”, el abogado y profesor Camilo Umaña afirma: “Existen múltiples tipos de complicidad y niveles de responsabilidades que involucran diferentes tipos de empresas, personas naturales, personas jurídicas, empresas multinacionales, empresas locales, grandes y pequeñas empresas, gremios, asociaciones de empresarios, entre otros”

Tampoco desconozco que el sector empresarial ha padecido, como el resto del país, los efectos de la guerra, que ha sido fuertemente golpeado por la violencia y ha sufrido daños, en muchos casos irreparables. Pero la narrativa más conocida y aceptada por la sociedad, es que el conflicto armado sitúa a los empresarios como víctimas, a través del padecimiento del secuestro, extorsiones y atentados; en cambio, su papel dinamizador del conflicto armado, de manera directa o a través de estructuras organizadas, por fuerza mayor o por iniciativa propia, es menos claro y conocido para el país.

Será imposible que entendamos nuestro pasado, las causas, estructuras y dinámicas del conflicto que han desangrado a Colombia, si nos limitamos a mirar solo a los actores armados; menos aún, si solo lo vemos como un asunto de grupos antagónicos y no ponemos la lupa sobre los sectores empresariales colombianos implicados en graves violaciones de derechos humanos, o que se lucran de un sistema bélico y prefieren callar. 

Creo esencial que las empresas participen en la búsqueda de la paz, no solo a través de proyectos de responsabilidad social empresarial, apoyos para la reincorporación de reinsertados o excombatientes, estrategias de encadenamiento productivo para familias vinculadas al programa de sustitución de cultivos ilícitos, agendas culturales, etc. que son sin lugar a duda un importante aporte social para el país. Colombia necesita un mayor compromiso de parte de este sector y estoy segura del potencial que tenemos para que articulados, cada quien desde su lugar, podamos crecer de manera justa y pacífica como nación. 

Pero para que podamos entender qué es lo que nos ha pasado durante décadas y las razones por las que en Colombia ha primado el miedo, la desconfianza y la violencia; las empresas implicadas en la guerra, como por ejemplo las que han financiado el paramilitarismo, los medios de comunicación que han predicado odio y propaganda de grupos de poder criminales, o las que han dado servicios para la guerra, tienen también el deber ético y moral de  aportar ahora a la verdad y explicarle al país las prácticas, ideas y discursos que las han relacionado con el conflicto; esa verdad sobre el pasado nos permitirá no caer en las mentiras del presente y crecer como nación.

El sector privado será entonces más potente y de manera digna podrá seguir generando empleo y lucro, con vía libre para tener negocios más sólidos en pro del país y por lo tanto “al menos” despejar el camino para la construcción de un país en paz, lo que a su vez les permitirá desarrollar mayor competencia global.

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