Jorge Enrique Abello
16 Mayo 2022

Jorge Enrique Abello

¿Quién es la máscara?

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Cindy es de Corozal, con 30 años y cuatro hijos, trabaja con nosotros en casa para sacarlos a todos adelante. No escatima sacrificio por ellos, el único lujo que se da es cuidar su larga cabellera; Al igual que lo hacían los samuráis del renacimiento japonés; que la dignidad la tejían en una trenza y la vida la amarraban a la cintura para practicar la muerte a través del Bushido. 


Esta mañana Cindy preparó cayeye con plátano colicero y queso costeño. Nos sentamos a la mesa mi esposa, mis hijos y yo. Cindy se sintió cerca de casa y yo cerca de todos. Mientras comía pensé que el cayeye que disfrutaba, era el mismo que daba fuerza al pescador en la madrugada o al campesino sabanero para la jornada. Traté de imaginar sus mesas, con la familia alrededor de ellos; el olor a tierra del piso y el humo de la estufa de leña colándose por las rendijas de los muros de madera, enamorados de la luz que se abre paso en la madrugada fresca de las rancherías.  Pensé en esos hombres, siempre con la esperanza, como yo, como cualquier padre, de que nunca falte el alimento para todos sobre la mesa, porque no importa de dónde usted provenga, ni qué tan privilegiado sea, su preocupación como padre es que siempre haya comida para todos sobre la mesa. Y de raíces distintas, oficios desiguales y universos alejados todos los padres nos parecemos en eso. En Colombia les sucede también a muchas madres que son padres. Pensé en nuestra guerra, que separa familias como las que ensueño y en la guerra lejana que está partiendo a Europa oriental por la mitad. Pensé en esas familias que dejaron al padre una madrugada, solo, frente al portón de la casa, con el rifle de cacería descansando entre los brazos y los dientes apretados susurrando: “Gloria a Ucrania”, mientras los veía huir desterrados. Alguien la semana pasada me dijo en una sobremesa: “Trump, no se deja meter en esa guerra, hubiera negociado”. Y es verdad, en cuatro años de mandato el rey del discurso excluyente, el de la rabia, el presidente más políticamente incorrecto que han podido tener los Estados Unidos, no hizo una sola guerra, es más, ordenó la salida de las tropas gringas de Afganistán rompiendo una tradición bélica de 60 años, donde cada mandatario en la Casa Blanca, desde Vietnam hasta acá, armó su propia guerra. Paradójicamente, en la misma semana, veo un video donde Gustavo Petro, en plaza pública invita a los paramilitares a su gobierno con una promesa inaudita de perdón y paz. Nunca me lo imaginé haciendo esa propuesta, ¡Petro!, quien años atrás tenía un discurso mucho más radical frente a las milicias paramilitares y a quienes denunció en el Congreso dentro de los procesos de la parapolítica, ahora los invita a la reconciliación. La misma que Uribe le pedía a una maestra de manera vehemente en Antioquia: “Defendeme con los maestros”, con los mismos con los que tantas controversias ha tenido desde el mismo Fecode y que tantos odios ha generado entre los dos. Leo al alcalde de Medellín sin ningún recato tuitear. “…Golpe de estado”, y convocar al pueblo a la plaza pública. Mientras Biden, el mismo que decidió provocar a Putin subiendo las fronteras de la Otan hasta Ucrania, toma la decisión de volver a mandar tropas a Somalia. Vaya demócratas los de los últimos tiempos. Me recuerda la canción de Goytisolo Érase una vez donde nos habla de un mundo habitado por un lobito bueno, un pirata honrado, un príncipe malo y una bruja hermosa. 


Veo todo lo que está sucediendo y me resulta extraño saber ya, quién es quién en este mundo extraño que nos tocó vivir, donde Don Dinero es Dios en la tierra y en donde Dios ha sido crucificado por los actos de pederastia que ocultó la Iglesia. ¿Quién es la máscara?: “Dame una máscara y te diré una verdad”, decía Voltaire. Pues bien, hay muchas máscaras hoy sobre la escena mundial y verdades que al parecer no podemos leer, porque va corriendo tan rápido la contemporaneidad que ni siquiera el presente podemos habitar para entenderlas. 


Nuestros destinos están entrelazados a todo lo que está sucediendo y me pregunto si aquellos que están tomando decisiones, enmascarados de esto o de aquello, dueños de lo suyo y de lo ajeno, tienen una mesa, con hijos alrededor, con pequeños, que mientras comen tejen sueños, ríen y entrelazan las carcajadas con el porvenir de ser quizás mejores cada día, mejores que sus padres, más fuertes, más altos; habitantes de un mundo mejor, más amoroso e igualitario para todos los que residen en este planeta.


¿Será que los poderosos realmente saben qué pasa por nuestras mentes de padres, cuando nos sentamos con nuestra familia a la mesa? Porque todo lo que leo y escucho me hace pensar que no, me indica que la justicia del hombre hoy no sirve para nada, que se decide más sobre la muerte que sobre la vida, y que el discurso político se basa en mover la opinión pública, no importa de qué manera, pero moverla a beneficio de los intereses de quien quiere acceder al poder o de quien no quiere perderlo. Ya nadie habla de lo esencial, que es vivir con amor a la vida y llevar el pan a casa con dignidad. Con estos dos principios basta para vivir en una sociedad un poco más justa.  Hoy nos hablan las máscaras y no sabemos quién en realidad se esconde tras ellas. La historia desvelará algún día el misterio. Terminamos de comer el cayeye de Cindy con sus huevos revueltos, afuera llueve, es hora de trabajar, de pescar, de volver a sembrar.

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