Helena Urán Bidegain
25 Abril 2022

Helena Urán Bidegain

Resistencia, amor y dignidad

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El pasado 20 de abril tuve el privilegio de participar en un encuentro en el que uniendo voces creamos un mismo relato de resistencia. Para mí era importante participar en esa puesta en escena, mezcla de música y memoria porque, como dice Martha Nussbaum: “Hay dimensiones de la verdad a las que no se puede llegar a través de argumentos racionales en un mundo fracturado y que solo el arte logra pasar todas las paredes y sacudir todos los fragmentos”.

El concierto organizado por César López y en el que como parte de un colectivo con un propósito común, participaron Jineth Bedoya, símbolo de la lucha contra la violencia sexual; líderes sociales como José Edier Solís del Cauca; músicos activistas como Leonard Rentería de Buenaventura o Diana Avella, un miembro de la guardia indígena; Luz Marina Bernal, madre de Soacha; y otras madres de hijos asesinados por balas del Estado en el paro nacional, Pacho de Roux, Ricardo Silva, entre otros, no solo me llenó de energía, sino que también fortaleció mi esperanza en Colombia. El concierto fue el reflejo del dolor acumulado en los últimos 40 años de terror estatal en Colombia, pero también una expresión de fuerza, amor y dignidad.

Colombia es un país que lleva décadas y décadas sufriendo una guerra brutal, por eso no es de sorprender que esté fracturado y polarizado y que su sociedad tenga una mayor propensión a ser manipulada a través del terror y el miedo.

Intento entender la manera en que la gente en Colombia gestiona ese miedo y responde (o no) a las intimidaciones de aquellos que ejercen poder y violencia sobre ellos.

Veo a los que ceden y se someten fácilmente; en su parálisis, silencio e indiferencia se vuelven cómplices del horror, en muchos casos por no arriesgar su puerto seguro. No reclaman por la injusticia ni mucho menos confrontan al poder. Aterrorizados e incapaces de apropiarse de su vida, se entregan fácilmente a la manipulación y al miedo.  

Sobre ellos, dice Judith Shklar en su libro Los rostros de la injusticia: “La lección política es que el ciudadano injusto, al igual que La Injusticia, no ha de ser considerado solo como alguien violento o codicioso, sino como alguien remoto y éticamente sordo. Es responsable de apoyar y servir a malos gobiernos y en la vida diaria de permitir el engaño y la agresión”.

Existe otro grupo al que pertenecen las personas que tuve la fortuna de conocer en el concierto y que, en cambio, confrontan el miedo con gestos de amor, defienden la vida y la democracia, se sobreponen al dolor y con una especie de esperanza levantan la voz. Actúan como si su mayor temor consistiera ahora en quedarse callados, porque conocen bien la fragilidad y vulnerabilidad que existe siempre en nosotros. Son personas que han padecido ya el sufrimiento y la tragedia. Pero en una lucha consigo mismos, contra los recuerdos y la pérdida, afrontan también lo que implica la estrechez de miras de los otros y dan además en casi todos los casos en Colombia la batalla contra la impunidad. Estas personas viven el miedo, el terror y la manipulación como algo por vencer día tras día, pero han conquistado la libertad.

La lucha que dan quienes levantan la voz en medio de la guerra, incluso después de haber sido dañados por conseguir no una justicia perfecta, pero sí un rechazo a la violencia y al odio, es la mejor muestra de que sí podemos crecer y cambiar nuestra realidad, es el camino a la paz y es ahí donde está la fuerza del país.

 

Ese país se logra solo si se expande el corazón y es a ese país al que me quiero unir.

 

 

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