Helena Urán Bidegain
18 Julio 2022

Helena Urán Bidegain

Revolución de la paz para no defraudar

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Vine por unos días a Colombia con la intención de asistir a la entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad, en apoyo a quienes, a contracorriente y soportando todo tipo de sabotajes y ataques, incluso desde el oficialismo, respetaron con altura el mandato por el que fueron llamados a conformarla. 

Desde ese día he sentido mucha emoción de reencontrarme con este país; ver a tantas personas que —desde el periodismo, la política, el activismo, la academia, el arte, las leyes— llevan años intentando moldear a Colombia para que sea un país habitable para todos en general. Esos mismos que, con gran frustración y anhelando el fin de la guerra, han tenido que convivir con la otra parte del país, que hace seis años decidió votar en el plebiscito “NO” a la paz; asunto existencial e incomprensible para muchos de nosotros aquí o para los amantes de la democracia en cualquier otro lugar.  Desde entonces, me cuentan, permaneció la sensación de desamparo y desesperanza en un país que hace tiempo habría llegado a ser mucho más; ahora sienten que pueden salir de allí.

Este grupo de personas no solo ha tenido que soportar la avaricia del alma y estrechez mental de quienes manipularon a otros repitiendo, una y otra vez, que la paz tiene color porque es del “traidor” Santos y que significa regalarle el país a las Farc, sino que además ha tenido que padecer, los últimos cuatro años, un desastroso gobierno que hasta el último de sus días busca desacreditar las instituciones resultantes de los acuerdos de paz —la  Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), la Comisión de la Verdad, y la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD)— sostenidas por el apoyo y protección de la comunidad internacional; un gobierno que fomenta verbal y activamente la violencia estatal, muestra desprecio por las víctimas y tolera la corrupción y hasta el hurto de los fondos donados por terceros para la implementación de los acuerdos de paz.

Llegué a Bogotá pocos días después de las elecciones, en medio de la incredulidad de muchos de vivir, por fin y en tiempo real, la alternancia de poder que, algo natural en cualquier lugar que conozca la democracia, aquí ha sido un hecho excepcional; por eso el sabor, incluso para quienes no comulgaran con Petro, a modernidad y superación.

En la entrega del Informe Final a la que el —aún— mandatario Iván Duque no asistió y en cambio sí Gustavo Petro —que en algunas semanas se posesionará como presidente— fue el momento en que muchos sentimos el relevo, en la práctica, al mando del país; y fue una expresión de la línea que el elegido jefe de Estado ha manifestado, va a seguir. Lo más importante, y algo que no debemos en ningún momento olvidar, fue lo que allí dijo: “La verdad tiene un sentido que no es el de la venganza sino el del diálogo, el del acuerdo, el de la convivencia, el de la reconciliación…”.

Debo decir que en la conformación del nuevo gabinete, el próximo mandatario, con gran responsabilidad histórica, envía un mensaje consecuente con su discurso e insiste en un diálogo incluyente, nombrando ministros con excelente formación, aunque no hayan compartido necesariamente sus puntos de vista; será precisamente por esta razón que podrán construir un mejor país. Puedo imaginar que muchos —opositores o no— esperaban que Gustavo Petro nombrase en los ministerios solamente exmilitantes o gente del Pacto Histórico, pero no fue así. Por el contrario, su mensaje ha sido, en gran contraste con el gobernante que se va, de madurez y conciliación. 

También hay que resaltar que después de tres días de intenso debate, el Pacto Histórico y sus aliados del Gran Acuerdo Nacional (Partido Verde, Partido Comunes, Partido Conservador, Partido Liberal, Partido de la U y por definir Cambio Radical) determinaron las reformas que presentarán en su primer año (tributaria, política y rural). Esos cambios que son el mandato popular representarán el núcleo de su proyecto político. 

Y esto es no solo importante en cuanto a la claridad que transmiten sobre la hoja de ruta que se va a seguir, qué puede la ciudadanía esperar y deberá controlar, sino que también representa pasar de una simple aglutinación clientelista con figuras sueltas y mezcladas para conformar una articulación de fuerzas diversas en una alineación política concreta, compuesta además de manera paritaria y plural. Sin duda, un avance muy importante en la manera de hacer política para el país y también denota la búsqueda de la consolidación de una cultura o como diría el mismo electo presidente es una revolución de paz.

Por estos días también está pendiente la elección del próximo director del Centro Nacional de Memoria Histórica. Es esencial que a la cabeza de esta institución se nombre a alguien con capacidad para dialogar con todas las víctimas y todas las facciones involucradas en el conflicto armado del país; no me refiero solamente a su propia disposición y voluntad, sino a que los demás sientan la confianza y validación para que así sea. Pienso, por ejemplo, que sería errado poner a alguien que haya sido miembro de un grupo al margen de la ley o venga de algún partido político. Sería enviar un mensaje revanchista igual al del gobierno anterior, con Darío Acevedo, porque aunque considero que los exmilitantes tienen, por supuesto, derecho a construir sus memorias y a asumir cargos públicos de responsabilidad, encabezar precisamente el del CNMH traería interpretaciones que, incluso si fueran sin fundamento, podrían generar dificultad en el diálogo, la convivencia y la reconciliación, y serían dañinas para todo el país.

El saliente gobierno, con esmero, procuró la anulación de derechos fundamentales que ahora muchos haremos todo lo necesario por recuperar. Será imprescindible buscar que nadie se sienta invalidado o excluido, si se quiere realmente construir. Muchos sienten una alineación de fuerzas que llevan, finalmente, al país a avanzar.  Habrá que actuar con mucha prudencia y sensatez porque, desde ya, algunos convencidos de que es la guerra, el neoliberalismo y la desigualdad el estado natural, están ansiosos por destruir lo que haya que destruir.

Hoy muchos colombianos no solo se sienten entusiasmados por los cambios que ven, sino que han entendido que la Historia nos ha puesto en un momento de fortaleza y no más tolerancia hacia la guerra y la violencia; Colombia ha devuelto la autoestima a muchos ciudadanos y otros, como yo, estamos descubriendo todo lo grandioso que puede dar este país.  

Esta nueva constelación de fuerzas en el gobierno nos da ilusión, sin convertirnos en ilusos pues el reto es grande, pero Petro y sus allegados tienen ahora el deber de no defraudar la esperanza que todo este cambio despertó.
 

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