Weildler Guerra
9 Marzo 2022

Weildler Guerra

Ríos en disputa

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A pesar de que Colombia es considerado uno de los países con mayor riqueza hídrica, algunos de sus ríos se encuentran significativamente contaminados y otros notoriamente agonizan. No es necesario leer rigurosos diagnósticos ambientales sobre el estado de algunas cuencas pues el deterioro de las corrientes pluviales es percibido por las poblaciones ribereñas mediante el color de las aguas y los olores nauseabundos que desprenden. Estos se derivan de la emisión de gas metano y de la acumulación de peces muertos a causa de la falta de oxígeno. La sedimentación de sus cauces, una desmedida deforestación, la minería, el funcionamiento de grandes represas, los vertimientos industriales afectan a los ríos tanto a lo largo de sus cuencas como en sus desembocaduras.

Para dar un ejemplo reciente, esto lo han podido padecer los usuarios del río Ranchería, en cuya desembocadura se ha presentado esta semana una preocupante mortandad de peces que ha causado alarma en la ciudadanía. Este río, que nace en la Sierre Nevada de Santa Marta, tiene un curso breve de tan solo 248 kilómetros hasta el mar Caribe. En su parte alta se construyó la represa de El Cercado que inundó 638 hectáreas y contiene unos 198 millones de metros cúbicos de agua, lo que incidió en el régimen hidrológico del río. En su curso medio se encuentra la mina de carbón del Cerrejón, que para ampliar su operación ha pretendido desviar el curso de sus afluentes como el arroyo Bruno. De su lecho se extraen constantemente cantidades de arena para la construcción. A su cauce se arrojan variedades de desechos y se deforesta aceleradamente. Finalmente, la construcción de espolones cerca de su desembocadura para la ampliación de las playas con fines turísticos y recreativos le ha quitado dinámica al río y ha aumentado el proceso de sedimentación.  

A lo largo de su cuenca hay una diversidad de usuarios: indígenas, campesinos, mujeres lavanderas, empresarios agrícolas, pescadores, empresas mineras, militares y operarios de la represa que tienen diversas valoraciones del entorno y diferentes sentidos del bienestar. Sus formas de percibir el río en particular dan origen a representaciones sociales específicas y contradictorias de este. Para los pueblos indígenas que ocupan sus riberas el Ranchería es un ser vivo cuyo cauce es marcado cada año por una serpiente mítica. Estas representaciones del río no son tomadas en serio por las autoridades ambientales. Son consideradas manifestaciones del folclor o creencias y no pueden ser parte de lo que es real. Para la compañía minera esa corriente fluvial es una reserva que alberga debajo de su lecho millones de toneladas de carbón. Por su parte, los empresarios agrícolas esperan la construcción de sus anhelados distritos de riego para adecuar unas 18.000 hectáreas de cultivos.

Mientras tanto, el río se deteriora continuamente y como ser de la tierra carece de una voz. ¿Cómo propiciar ese diálogo aparentemente ininteligible y desigual entre quienes viven del Ranchería, el río mismo y quienes tienen el poder de modificar su cauce o su caudal? Esto pone en evidencia que el control sobre las corrientes fluviales no es algo que se limite al cambio generado en el paisaje y los ecosistemas, sino que tiene que ver también con la ontología política y con la distribución del poder en una sociedad.
 

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