María Jimena Duzán
28 Mayo 2022

María Jimena Duzán

Rodolfo Hernández, el populista que quiere reinar

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El populismo, en su definición más primaria, es una ideología y una forma de comunicación política que trata a la sociedad como si fuera una pieza descuartizable, que se puede dividir en dos partes iguales, o más precisamente, en dos grupos sociales que son antagónicos: el pueblo y las élites. El primero siempre es indefenso y las élites siempre son corruptas. No hay matices ni grises en sus miradas porque en la cartilla del populismo la realidad nunca puede ser compleja, sino simple y binaria.
Los políticos populistas desprecian las instituciones y consideran que su único interlocutor es el pueblo oprimido. Su discurso es disruptivo, arbitrario, performático y de doble moral. Se ven como los defensores de ese pueblo indefenso y actúan como si fueran los escogidos para defenestrar a las élites corruptas, pero suelen ser seres desajustados, con éticas elásticas, que se creen infalibles y que caminan por encima de la ley.  

En esta contienda electoral, solo hay un candidato que sigue al pie de la letra este manual del populismo. Su nombre es Rodolfo Hernández.

Por la manera como se expresa, por lo que dice y promete y sobre todo por lo que calla, Rodolfo Hernández es un populista de derechas.

Su promesa central en esta campaña, la de que va a acabar "con la robadera", (en realidad no tiene otra), es la misma receta que utilizó Trump para canalizar el descontento que había contra el establecimiento.

Rodolfo Hernández se cree infalible como todos los populistas y siente que puede apropiarse de la lucha contra la corrupción sin que le pase factura su actual condición de imputado. El ingeniero está acusado por la Fiscalía de haber cometido un presunto acto de corrupción y tiene que ir a juicio en julio, pero para Rodolfo Hernández todo este prontuario es un paisaje.

Su discurso anti-élites, calcado del manual del populista, le permite a Hernández ser bastante versátil, otro atributo que caracteriza a los populistas y que les permite ir cómodamente de la derecha a la izquierda, sin que se les note su piel de lobo.  

Un día se lanza en ristre contra Federico Gutiérrez mientras le manda un piropo a Petro alabando su gestión en la Alcaldía de Bogotá. Al otro, le manda un dardo a Petro y es gentil con Fico. En ocasiones impone una fuerte distancia con Uribe y dice que es el pasado, pero en otras, confiesa con orgullo que es muy cercano a su hijo Tomás Uribe, con quien tiene negocios de compra y venta de tierras.

No se equivoquen, Hernández puede parecer un candidato no binario, de género fluido, pero en realidad es un populista que atrae los votos de de la derecha y que le disputa a Fico la bandera antipetrista. Cuando en las encuestas se le pregunta a los votantes de Hernández por cuál candidato votarían si él no llega a pasar a la segunda vuelta, la mayoría dice que se iría con Fico y una minoría con Petro.  

Otro de los rasgos de un populista de cartilla es su falta de modales y su desfachatez, características que Rodolfo Hernández cumple a la perfección. El candidato es un déspota con las mujeres y un machista sin vergüenza. Es también un político que pega cachetadas y que las justifica sin ningún reato ético. "¿Sabe porque a mí no me pasó nada cuando le pegué a un concejal y a Germán Vargas sí se le acabó el mundo con su coscorrón?, me dijo en una entrevista para mi pódcast en Spotify. "No sé por qué", le contesté. "Ahh" -me respondió- "pues porque, en mi caso, la gente entendió que yo le estaba pegando a un concejal corrupto, que me estaba pidiendo una coima, y en cambio, la gente no le perdonó a Germán Vargas que le pegara un coscorrón a una persona que trabajaba para él".

Hernández cumple también con otro de los rasgos que definen a un populista: es un político autoritario que desprecia las instituciones. Hace una semana desacató la orden de un juez que lo obligaba a retirar los señalamientos que le hizo en un video al alcalde de Floridablanca, a quien tachó de corrupto. Desacatar la justicia cuando la Fiscalía viene de acusarlo formalmente por haber cometido un presunto acto de corrupción cuando era alcalde, muestra que su desprecio por la justicia es parecido al que le tiene Uribe. 

Rodolfo Hernández tampoco va a los debates promovidos por la gran prensa, porque prefiere conectarse con el pueblo de manera directa a través de sus plataformas digitales. Su campaña la ha hecho a través de las redes, del tiktok, de Facebook, de Instagram sin haber siquiera salido de su casa. No tiene sedes, sino una casa principal en Bucaramanga que él mismo bautizó como "Casa Nariño". Su pueblo, son sus fieles digitales, lo demás le estorba y su nicho, los santanderes.  

El ingeniero, que desprecia el Congreso, tampoco tiene a ningún congresista suyo en el Legislativo. Si llega al poder, el riesgo de que cierre el  Congreso, de que gobierne a través de decretos y de referendos es bastante alto. Sin embargo, no se oyen las voces de alarma de quienes dicen temerle a los populismos de las tres Ps y en cambio sí se ve cómo le están dando fuelle al ingeniero.  

Rodolfo Hernández no es un fenómeno político, ni un viejito tiktokero inofensivo. Es un populista de cartilla que quiere llegar al poder para convertirse en rey. No se equivoquen. 

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