Helena Urán Bidegain
9 Mayo 2022

Helena Urán Bidegain

Salir del exilio

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Hace unas semanas volví a Colombia, el país que mi padre quiso hace mucho tiempo para mis hermanas y para mí; a ese, que, sin embargo, poco tiempo después nos expulsó.  

Porque fue la guerra, la injusticia, la organización del terror, lo que me obligó a vivir después una vida errante de país en país.

Pasaron los años, recorrí muchos lugares hasta que Colombia se convirtió en un simple recuerdo doloroso del pasado, pero no creía ni sentía al país ya como parte mía. 
 
Me hice adulta, seguí mi camino sin mi familia y continué buscando dónde armar una vida más habitable ahora para mi hijo y para mí.
 
Pero con el tiempo finalmente entendí que por mucho que no lo quisiera, llevaría conmigo esa Colombia pesando siempre a cualquier otro lugar.

Fue el exilio, quizás Hamburgo, o talvez Berlín, el que irónicamente me llevó a dejar de negarme, de falsificarme y de exiliarme de mí; y entonces decidí que era el momento de elevar la voz por los que ya no pueden hablar, pero también por mí.
 
Escribí un libro, Mi vida y el Palacio, y conté, no para convencer, sino para denunciar, resistir y liberar todo aquello que estaba amurallado en mí, pero sucedió que el relato se extendió, conocí otras luchas cargadas de dignidad por la justicia y la paz del país y como una onda de energía, un nuevo afán empezó a brotar en mi interior.
 
El recuerdo de aquellos hombres armados de lado y lado, del fuego, del cañonazo contra el lugar donde estaba mi papá, el del tanque de guerra pasando delante de mi casa y entrando a la fuerza para matar, la sensación de miedo debajo de la piel que desde niña conocía bien; aquel terror que me mantenía paralizada y aterrorizada, aquel que me generaba tanta rabia contra un poder frente al que sobre todo los niños, pero tampoco otros ciudadanos, no nos podemos simétricamente defender, se transformó y entendí que es enfrentando la vulnerabilidad cuando surge y trasciende la voz, que es ahí en donde se encuentra la fuerza y desde donde se puede hacer resistencia.
 
Hoy sé que después de contar ya no hay vuelta atrás. Vivo entre varios mundos que me vi obligada a construir, pero siempre cruzados por una historia que empezó en un país al que yo misma después siempre le huí porque ingenuamente creía que así lograría borrarlo de mí.
 


No hace muchas semanas atrás volví a ese país; pero por primera vez, en años, sin que el motivo fuera el proceso jurídico, la exhumación, entrega de restos, o la investigación y exhibición sobre lo que le habían hecho a mi padre, a sus compañeros, a mi familia y a mí. 

Esta vez fue la música, el reencuentro con otros y la lucha por la vida lo que me invitó a ir.
Me subí a un escenario con personas de corazones generosos y de grandes dignidades, y descubrí una Colombia que el miedo no me había dejado vivir.  Pero además entendí que no es suficiente con reclamar ni que el final es levantar mi voz para hacerme oír, sino que ahora debo, además, reivindicar y recuperar con otros lo que debe ser también nuestro país; no creo en identidades nacionales, pero sí en que no serán los que me expulsaron quienes decidan cuál es el lugar del que me tendré que sentir o en el que tendré que residir. 

Unirme a esas otras voces que hasta ahora me negaba a descubrir, a esas búsquedas compartidas y propósitos en común; a quienes luchan por construir un futuro liberado de miseria y de dolor y que quieren que Colombia deje de ser, de una vez, prisionera del pasado y su gente, víctima de todo lo fallido que existe en el país.

Quiero que nunca olvidemos todo lo que nos han hecho sufrir y quiero construir este presente como una responsabilidad con un futuro mejor. No pretendo cumplir todos mis sueños, pero los que tengo no los voy a dejar morir. 
 
Hoy no concibo otro sentido de vida mejor que uno dedicado a la exaltación, la defensa de los derechos y la democracia, a las ilusiones, a la tozudez que se niega a desistir, que se opone a resignarse al conformismo con la inevitabilidad de la miseria, la injusticia, la desesperanza o la guerra.
 
Después de aquellos recientes días en Colombia seguí hasta Berlín donde celebré el cumpleaños (80) de mi padre con una lectura de mi libro sobre ese pasado que no deja hoy de incidir para que podamos, en conjunto, definir cómo queremos seguir.
 
Conmemorar, enunciar, hacer memoria, debe servir como un legado político para actuar, y debe estar al servicio de la justicia en general.

Así cuando percibamos que los fantasmas y pensamientos que nos aterrorizan, paralizan y convierten en objetos pasivos vuelven a surgir, estemos alertas para actuar o reaccionar y que nunca más alguien vuelva a sentirse en derecho a violentar, o expulsar a otros niños o adultos de su país o su lugar.

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