Helena Urán Bidegain
9 Agosto 2022

Helena Urán Bidegain

Segunda oportunidad

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El domingo asistí por primera vez a una posesión presidencial.

Las últimas semanas mi vida ha sido un carrusel lleno de emociones que me llevan de un lado a otro, me confrontan constantemente con el pasado mientras me guía por un camino lleno de afectos y esperanza hacia un futuro que se moldea mientras avanzo. No sé bien hacia dónde va, pero sé que nada ocurre por casualidad. Así como sucede que yo después de tantos años viviendo fuera del país presencie este momento histórico en Bogotá.  

Estar en la Plaza de Bolívar no es algo que sienta como un simple asunto de posición geográfica. Y si bien la ceremonia estuvo de por sí cargada de simbolismo, para mí y algunas otras personas, por razones similares o distintas, estar ahí ese día en el que Gustavo Petro, un exmilitante del M-19, subía al poder, lo estuvo aún más.   

El nuevo mandatario habla de una segunda oportunidad y eso toca mis emociones de una manera singular. Lo siento así, porque lo dice alguien que perteneció al grupo guerrillero que se tomó el Palacio de Justicia; lo siento así porque es alguien que ha sido señalado toda su vida por la masacre en la que murieron magistrados del alto tribunal y es ahora la cabeza de ese mismo Estado al que él y su movimiento un día reclamaron por la paz; un Estado caracterizado por cargar con una gran mancha en su historia al ser el más grande responsable y gran perpetrador de tanta violencia en el país; pero también porque a partir del pasado domingo 7 de agosto de 2022 es él mismo, Gustavo Petro, ahora también como jefe de Estado, quien asume esa doble responsabilidad frente a la injusticia que les ha tocado a muchos vivir. 

Gustavo Petro quiso que llevaran la espada de Bolívar a la posesión delante de él y de todo el país y cuando finalmente estuvo ahí, dijo: “Llegar aquí con esta espada representa toda una vida, toda una existencia.  Que nunca más esté enterrada, que solo se envaine cuando haya justicia”. Esa espada simboliza las luchas por la independencia, la lucha anticolonial, pero también fue robada por parte del M-19 en 1974 y devuelta tras su desmovilización,  como gesto político y apuesta a la vida democrática del país en 1991. Tal vez otros no lo vean así, pero lo que le confiere a esa arma algún tipo de esplendor en la posesión es que simboliza un acto de reconciliación y de búsqueda de la paz. 

Así que, además de todo lo anterior, vivo este momento como una segunda oportunidad también para mí, pues me impulsa a reencontrarme con este país que antes le apostó a la guerra y cuando avanzó un paso dejó dos sin atender, porque no atendió como debía la falta de justicia, la vergonzosa distribución de la tierra, de la riqueza y la inequidad en el país. El nuevo mandatario habla de “paz total”, de acabar con la corrupción, con la mentalidad que naturaliza la guerra y la pobreza, con superar la guerra del narcotráfico, atender los problemas del medioambiente, la violencia de género, el de la falta de educación y salud de calidad, la atención a las víctimas y a la verdad, dice que quiere que avancemos hacía algo mejor para todos y que trabajemos juntos por la paz. 
Para mí esta es una segunda oportunidad y una reivindicación a quienes antes fueron olvidados, no tuvieron nombres, ni participación.

No podemos aún saber si el nuevo mandatario lo hará bien o mal, pero su voluntad de abrir caminos para dialogar, insistir en que son las armas las que deban ser parte del pasado y olvidadas, encontrarnos de manera más participativa como nación, buscar caminos comunes que nos posibiliten construir confianza y reparación, es lo que representa una gran esperanza para que no caigamos más en la repetición.

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