Juan Fernando Cristo
22 Noviembre 2022

Juan Fernando Cristo

Seis años del acuerdo

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Al cumplirse el sexto aniversario del acuerdo de paz con las Farc, más allá de balances estadísticos y presupuestales, es importante profundizar en sus efectos sobre la democracia colombiana. Se discute mucho sobre avances de la JEP, problemas con el desarrollo rural o parálisis del PNIS, pero muy poco sobre el impacto político de la desaparición del movimiento armado ilegal más poderoso del país en cinco décadas.

Seis años después se puede decir que con la firma de la paz con las Farc ganó el país, se consolidó la alternancia democrática y se demostró además la inutilidad y el fracaso de la lucha armada para quienes aún insisten en forma torpe y arrogante en ese camino. Ganó también la izquierda democrática que en 200 años jamás había gobernado y sin duda el acuerdo permitió espantar los sustos de sectores que asociaban a los progresistas con la violencia guerrillera. Y, perdieron las Farc por su insistencia en la participación en política, antes que comparecieran ante la JEP los responsables de crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad.

Tras la apretada derrota del plebiscito, el presidente Santos se empeñó en buscar un consenso alrededor de modificaciones sustanciales al acuerdo. Se aceptaron la mayoría de las planteadas por el uribismo, con excepción de la posibilidad inmediata de participar en política, ante la negativa de las Farc a explorar opciones. Terminó este tema, entonces, convertido en el argumento principal del Centro Democrático para negarse al acuerdo, aunque al final fue evidente que pesaron más la animadversión personal de Uribe contra Santos y las aspiraciones electorales de su partido para 2018.

La discusión sobre este punto sin duda fue la más álgida. Era fuerte el argumento de no permitir la participación en política de los jefes de las Farc, hasta tanto no cumplieran con las sanciones impuestas por la JEP por sus crímenes. En la propia delegación del gobierno siempre pedimos a las Farc evaluar la conveniencia de esa participación, por el rechazo que generaría en los colombianos. En la última ocasión que insistimos en revisar su posición, dos semanas antes de la firma del Acuerdo del Colón, la reacción del equipo negociador de la guerrilla fue tan dura que llegó hasta la absurda acusación de que teníamos un pacto con el uribismo para impedirles hacer política.

Las razones del gobierno eran bien distintas. Generar un clima de reconciliación tras 50 años de guerra y barbarie nunca ha sido fácil en ninguna sociedad. Toma tiempo y cuesta cicatrizar las heridas. La tarea es más difícil si las caras visibles de la guerrilla desmovilizada en ejercicio de la política eran las de quienes se encontraban acusados por la justicia y señalados por la opinión pública como autores de los delitos más atroces. De hecho, más allá de las mentiras de los promotores del NO, una parte importante de la sociedad votó en contra del acuerdo por esa razón. Una buena salida era preservar la participación política a la guerrilla pero que los primeros congresistas fueran dirigentes de izquierda afines a sus ideas, algunos de sus asesores en la negociación o incluso integrantes armados que no estuvieran señalados en ese momento por crímenes de guerra. Sería una decisión bien recibida por la opinión, que abriría el camino a un acuerdo con el uribismo. O al menos les quitaría el pretexto para no hacerlo.

Los comandantes de las Farc no aceptaron la propuesta. No comprendieron que debía pasar un tiempo para su participación en política. No dimensionaron el rechazo de los colombianos a sus acciones. Seguramente, otra hubiera sido su suerte electoral si promueven a dirigentes que no despertaran ese rechazo en la sociedad. Que al partido que surgió de la desmovilización guerrillera más grande y seria de toda la historia le vaya mal en democracia no es una buena noticia. Y pensar que los profetas del apocalipsis advertían que Santos entregaría el país a las Farc.

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A propósito, ahora con el inicio de las negociaciones con el ELN y el tácito apoyo del uribismo, se confirma, por si alguna duda quedaba, que la única razón de Uribe para oponerse de manera rabiosa al acuerdo con las Farc fue su animadversión personal contra Santos. Una buena noticia que no la tenga contra Petro, a pesar de los duros enfrentamientos del pasado. Sin duda ayuda mucho la ausencia de una oposición permanente y sistemática de la derecha, hoy representada en la mesa de negociaciones de Caracas por uno de sus más legítimos y auténticos voceros.
 

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