Helena Urán Bidegain
13 Octubre 2022

Helena Urán Bidegain

¿Seremos testigos de que no perderán los de siempre otra vez?

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Les han quitado sus tierras, sus casas, sus familiares; han destrozado sus vidas y han buscado pasar por encima de su dignidad. Es profundamente vergonzoso que hayamos aceptado la clase de país que ha llegado a ser Colombia.

Son miles de historias documentadas en la fotografía de Jesús Abad Colorado y compiladas en El Testigo, una publicación compuesta por cuatro tomos prolijos y bellamente concebidos a pesar del profundo abatimiento que transmite.

Y por supuesto el tema de la tierra:

 “Al líder zenú Andrés Suárez lo mataron en frente de Ana y sus siete hijos. . . El ejército lo acusaba de ser colaborador de la guerrilla. Ana nunca olvidará las carcajadas de los asesinos cuando se marcharon. . . 

. . . Las mujeres que acompañaban a Ana recordaron a líderes asesinados de forma similar a causa de su lucha por la tierra, de la que fueron despojados, a comienzos del siglo pasado, con engaños y leyes dictadas por políticos terratenientes y ganaderos. . .

. . La mitad de la población zenú no tiene territorio dónde vivir, fue expulsada de tierra fértil donde se erigió su cultura, una de las más grandes de América”. Dice el texto que acompaña la foto de una familia zenú en San Andrés de Sotavento, Córdoba.

El trabajo de Jesús Abad Colorado es sublime porque en más de 700 fotografías de los últimos 30 años y una conversación profunda con María Belén Sáez nos confronta en un proyecto editorial con todo lo que, como sociedad (dividida y atemorizada), no hemos querido ver.

 Nos deja claro que no hemos visto que todos somos parte del mismo país y que hemos olvidado lo que es sentir o la necesidad de la empatía para fortalecernos como comunidad; quienes hemos estado mejor, aceptamos convivir con la absoluta crueldad, la sangre, la injusticia, la barbarie y la impunidad antes que cuestionar o intentar entender las estructuras nacionales y transnacionales que fomentan la guerra y rechazarlo como opción de vida; posiblemente para evitar poner en riesgo nuestro superfluo bienestar dentro de una nación en la que pasando la puerta se vive esa vergonzosa realidad; solo puedo pensar que esta sociedad, para aceptar vivir así, tiene que haber estado muy enferma del corazón.

Los medios masivos de comunicación no han puesto el foco en este fracaso estatal; no han mirado ni dejado ver a otros con claridad, la estructura de injusticia y terror que ha habido detrás; se ha distorsionado la verdad en un sistema hecho solo para que algunos puedan ganar; y al resto, negarle cualquier ápice de humanidad.

“¿Cuándo van a dejar de ponerle el micrófono a tantas personas que siembran odio, sabiendo que hay tantos hombres y mujeres del campo que apuestan a la vida y que necesitan contar su historia?” dice en otro apartado de la publicación.

Millones han sido desterrados por los grupos armados para dar espacio a monocultivos y ganado; quienes han acaparado tierras han también acabado con los ecosistemas, la biodiversidad y el cultivo de alimentos; así se ha generado riqueza solo para pocos; pobreza y destrucción del medio ambiente para el resto del país.

El ELN ha dinamitado oleoductos, contaminado ríos, quemado bosques y pueblos, ha destrozado la subsistencia de los campesinos; los paramilitares han construido hornos crematorios para borrar restos humanos; las Farc han secuestrado a miles; las  Fuerzas Armadas se han puesto al mismo nivel de estos grupos armados ilegales, han perseguido a opositores, a defensores de DDHH y medioambientales, y han llegado a actuar como la peor mafia, con el apoyo de civiles poderosos; todos han violentado sexualmente mujeres y niñas, comunidades enteras han sido desplazadas una y otro vez, maestros de escuelas han sido amenazados, y además, las numerosas masacres —como la de El Aro y La Granja o las de Orobajo y La aurora— entre muchos sufrimientos más de la historia del país, que es hora de que empecemos a aceptar;  evitar que nadie sea testigo ni una vez más; que no se repitan estas tragedias humanas nunca más.

Abad Colorado como testigo directo cuenta en estas fotografías la historia de personas con nombres y apellidos y les da voz, es la historia de Colombia que debe ser trascendida —¡ya! — por las decisiones de paz y convivencia.  Y mientras las miro, llega la noticia sobre el acuerdo entre el gobierno de Gustavo Petro y la Federación Nacional de Ganaderos (Fedegán) para la compra de 3 millones de hectáreas, con el fin de cumplir el punto uno del Acuerdo de Paz de 2016 —es decir, el de tierras— y facilitar la devolución y restitución de la tierra a quienes la trabajan.

Cualquiera que vea estas fotos se convencerá de que Colombia no puede soportar más dolor. No tiendo al rezo, pero deseo con una especie de gran devoción que, esta vez, estas personas campesinas, indígenas, afrodescendientes y de contexto rural, las siempre humilladas, degradadas, invisibilizadas y estigmatizadas, no tengan que debatirse más entre dos sufrimientos: uno, la pérdida de su vida pasada; y la otra posibilidad, la pérdida del futuro, sin derechos. Anhelo que por fin puedan sentir que sus derechos se respetan; que son personas como todas las demás. Y que el país gane conjuntamente en dignidad. Que finalmente se abran las puertas para que podamos sentirnos orgullosos de haber salido del pasado injusto y cruel, mirarnos en la resistencia y que podamos enamorarnos de la vida en este país.

En las fotos se percibe todo el dolor, pero también, sin que logre encontrar explicación racional, amor y esperanza; y es ahí en esas luchas por la vida, la verdad y la justicia donde aparece claramente la fuerza de Colombia: “Morir y aun así levantarse” es el título de uno de los apartados, en el tomo 3 de la publicación. Es en esta admirable capacidad de los colombianos que queda claro que sí podemos hacer de este un país mejor.

Tal como está escrito dentro del texto: “El realismo mágico no lo inventó Gabriel García Márquez. Es la capacidad de descubrir, en cada lugar de Colombia, la magia de nuestro pueblo y la maravilla de una cotidianidad donde hay caballos de mar, niños que vuelan, mariposas que se posan en la canana de los combatientes, o flores amarillas en los caminos. Es la vida que bulle en cada rincón”. Todo esto capturado en sus fotografías es lo que debemos potenciar para vivir en paz, como seres humanos y ciudadanos de un mismo país.

La publicación se presenta hoy 13 de octubre en Washington D.C., en el Instituto de Paz de los Estados Unidos (USIP); en el Festival de Gabo, en Bogotá, el 22 del mismo mes entre otros espacios aquí y allá. Todos los colombianos deberían ver lo que muestra este trabajo.

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