Daniel Schwartz
14 Junio 2022

Daniel Schwartz

Simple pero peligroso

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Rodolfo Hernández gusta, entre otras cosas, porque parece loco, como salido de un molde distinto al resto de los políticos. Muchos de sus críticos observan también esa supuesta locura: creen que un loco no debería ser presidente. Pero Rodolfo no es loco, porque un loco verdadero es capaz de ver lo que otros no ven. A los locos se les admira por ser sorpresivos y elocuentes, pero Rodolfo es un hombre poco agraciado, simplón, sin más mérito que su cuantiosa fortuna.
 
Creer que es un loco es reducir la locura a la payasada, a la ramplonería. Lejos de ser el loco que canta verdades, Rodolfo es un hombre pequeño que se cree más de lo que es, y en esa medida es un peligro para nuestra democracia.
 
Rodolfo hace gala del saneamiento financiero que hizo cuando fue alcalde de Bucaramanga, lo que para muchos es señal de un buen manejo de los recursos públicos, pero los criterios para sanear las finanzas de una empresa no sirven para sanear las finanzas de una ciudad. En un caso se busca maximizar ingresos y en el otro se busca el bienestar de la población, así que el criterio empresarial es contrario al manejo eficiente de los recursos públicos, que son, precisamente, recursos para invertir en la ciudad y en la gente. Rodolfo incumplió muchas de sus promesas de campaña, no construyó lo que dijo que iba a construir, no alimentó a los niños que dijo que iba a alimentar, y un largo etcétera. Un alcalde, como un presidente, debe utilizar los recursos para darle bienestar a la gente, y eso cuesta.
 
El Estado no debe entenderse como una empresa temerosa de las deudas y los acreedores. Una consecuencia que se deriva de la percepción que tiene Rodolfo Hernández, esto de creer que la ciudad es una empresa y el alcalde un CEO con total libertad para tomar decisiones, es que le incomoda la democracia. Como no cree ni en la burocracia (un estorbo para el crecimiento empresarial) ni en los “politiqueros” (es decir, en cualquier político), gobernó a punta de decretos; siempre que pudo, se saltó al Concejo de la ciudad, recinto donde se define el gasto público, y tomó las decisiones sin consultar ni al Concejo ni a sus propios asesores, incluso saltándose la ley, con la que dice se limpia el culo. Según sus propias palabras, de ser elegido presidente, el primer día de gobierno decretará un estado de conmoción interior, lo cual le permitiría pasar leyes por decreto sin debates y sin el visto bueno del Congreso, tal como hizo durante su alcaldía en Bucaramanga.
 
Hablamos de un hombre simple, pero peligroso: es admirador de Nayib Bukele, el millenial castigador; siente orgullo de ser un ignorante; no cree ni en la cultura ni en el medioambiente; no tiene propuestas serias más allá del amañado –y a veces peligroso– discurso anticorrupción; es mentiroso, pues a pesar de la “revictimización”, sí existen serias dudas e inconsistencias en sus versiones  sobre el secuestro de su hija. Y por si todo esto fuera poco, Hernández está imputado por corrupción.
 
Somos una sociedad acostumbrada a recibir poco y por eso es muy poco lo que le exigimos a un gobernante. Pero merecemos algo mejor, nos merecemos un presidente que sepa hablar y pensar, un presidente que por lo menos haya imaginado un país mejor y que esté comprometido con la democracia.
 
Petro es el candidato que asegura esas cosas, así algunos expertos que se precian de ser liberales, con más prejuicios que evidencias, digan lo contrario. Son los “expertos” que, con sus predicciones apocalípticas sobre un eventual gobierno de izquierda, revelan su miedo al cambio y su odio a los pobres; son los economistas y tecnócratas que se han hecho un nombre ocupando importantes cargos públicos y que temen perder sus privilegios.
 
Petro es, hoy, el candidato que acepta y cree en las reglas de juego. Con Rodolfo no existen certezas (palabra indulgente para describir el salto al vacío que sería su eventual presidencia) para poder ejercer la oposición libremente, para seguir siendo, mal que bien, una democracia. No quiero imaginarme su gobierno frente a la protesta social, por ejemplo. Con Petro, en cambio, sus detractores tendrán la seguridad de que sus derechos serán respetados, y aunque eso suene a migajas, es el fundamento de una democracia.
 
El domingo próximo sería el día del padre, pero para ahorrarnos esa fea analogía de elegir a un nuevo padre en el día del padre, y por el miedo a los desencuentros familiares, esta fecha se corrió. No nos condenemos a la mediocridad, permitámonos soñar con un país un poquito vivible, un poquito tranquilo, un poquito humano. Elijamos un gobierno al que le importa cuidar el agua, que crea que cada persona debe tener la posibilidad de cumplir sus sueños. No estamos condenados a elegir a alguien que propone trabajar más y descansar menos, que desprecia a los pobres, a las mujeres y a los migrantes. No elijamos a un gobernante que desprecia la inteligencia y la democracia. Si nos toca elegir a un padre, no elijamos esta vez al que nos promete correazos y cachetadas.

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