Gabriel Silva Luján
1 Agosto 2022

Gabriel Silva Luján

Sin el pan y sin el queso

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En las semanas previas a la posesión se ha observado un importante nivel de interacción entre el gobierno en ciernes con delegaciones de alto calibre llegadas de Washington. Algunos de los presentes en esos encuentros andan por ahí señalando que por fin se ha hablado con firmeza; que por fin se tiene un diálogo entre iguales. Esas afirmaciones revelan mucho sobre el encuadre conceptual en que se le dará al manejo de las relaciones bilaterales con Estados Unidos.

Si hay un asunto que excita con fruición a la izquierda latinoamericana es la retórica anti-imperialista. Parece que de eso tampoco está exento el Pacto Histórico. La posición que ha planteado el gobierno entrante sobre la renegociación del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos se inspira ante todo en esas formulaciones independentistas y que exaltan la autarquía. La ideología está bien para echar cuento, armar partidos y ganar elecciones, pero es muy mala consejera en asuntos de política bilateral donde la eficacia en la defensa del interés nacional pasa es por el pragmatismo y los resultados concretos.

Abrir la puerta de una renegociación del tratado no solo es equivocado por los inmensos beneficios que ha traído, como lo discutiremos en futuras columnas, sino que además es totalmente inoportuno en esta coyuntura. El proteccionismo en Estados Unidos hace que cualquier intento de un tercer país por cambiar las reglas del juego se aproveche más bien para reducir o cerrar accesos.

Tanto los demócratas como los republicanos han entrado en un ciclo político en el que es protuberante su sesgo contra el libre comercio. Además, no se pueden desconocer las realidades del proceso político gringo y de la administración Biden. En las próximas elecciones legislativas de noviembre muy probablemente se dará un cambio de mayorías llevando a los demócratas a una situación de subordinación frente a los republicanos. Hoy no se ve posible que la actual administración demócrata, con sus bajos niveles de favorabilidad y con unas mayorías adversas, se la juegue para pasar una nueva ley modificando el TLC con Colombia.

Tampoco se puede desconocer un escenario en el que debido a las rivalidades partidistas en las elecciones parlamentarias y en la campaña presidencial de 2024, se vuelvan aún más críticos y severos los señalamientos de los republicanos a Petro y al Pacto Histórico. No parece prudente subirles el perfil a los temas comerciales de Colombia en esta coyuntura, mucho menos cuando parecería que la agenda legislativa local va a incluir asuntos de gran impacto en las relaciones bilaterales como son la extradición y la modificación de la política antidrogas.

El TLC es un instrumento jurídico que pone a Colombia y a Washington en pie de igualdad, amarrados por obligaciones mutuas, que tiene la virtud de eliminar la discrecionalidad y el unilateralismo característicos de la política comercial estadounidense. Es paradójico que la izquierda -que siempre se queja de que los gringos y el imperialismo hacen lo que quieren- ahora ponga en riesgo un instrumento que reduce sustancialmente la asimetría de poder entre los dos países, en temas comerciales.

El acceso libre jurídicamente garantizado al mercado más grande del mundo no es algo que se deba manejar a la ligera. De hecho, hasta la entrada en vigor del TLC el acceso privilegiado de Colombia al mercado estadounidense era una concesión unilateral como resultado de nuestros compromisos en la lucha contra el narcotráfico. Por ejemplo, la ley de preferencias comerciales andinas (ATPA-ATPDEA) establecía que si nos “portábamos mal” nos cerraban las puertas. Es decir, con el TLC pasamos de un acceso condicionado que además constreñía nuestra autonomía en cuanto política de lucha contra el narcotráfico, a un comercio regido solo por criterios y normas establecidas de mutuo acuerdo. Si el gobierno sigue insistiendo en modificar, cambiar, renegociar o como se le quiera llamar, el tratado de libre comercio con Estados Unidos, corremos el riesgo de quedarnos sin el pan y sin el queso, y todo por pulir un verso.

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