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La bailarina principal lleva una batea en su cabeza, símbolo de la minería artesanal, el currulao de fondo se interrumpe con las voces de periodistas que hablan de las tragedias de los pueblos del Pacífico colombiano y con la voz de un hombre que dice con vehemencia: “Para poder desarrollarse como ser humano nosotros tenemos que esforzarnos al doble por una triple condición, por vivir en el Pacífico, por ser pobres y por ser negros”.Los movimientos perfectamente coordinados entre la bailarina y su compañero de escena cuestionan el extractivismo y el sometimiento que pesan sobre los individuos y las comunidades afro del Pacífico. Yo veía, escuchaba y lloraba. Estábamos en el teatro Contact de Mánchester en el Festival de Arte Latinoamericano Antirracista y Anticolonialista y la que se presentaba era Sankofa, la gran compañía de danza afrocontemporánea de Medellín que dirige Rafael Palacios. Los he visto muchas veces en 20 años y otra vez me sorprendía su capacidad de hablar de manera clara y fuerte a través de los cuerpos que danzan. Fecha límite está descrita en el catálogo como una obra que honra las voces que han sido silenciadas, entre otros motivos, por contradecir las estructuras que tratan de ubicar al cuerpo racializado en un lugar de no existencia dentro de la sociedad actual. 

Esa misma noche las voces masculinas de un armonioso coro en Zulu, Xhosa, Sesotho o Ndebele, combinadas con frases en inglés proyectadas que Magda me traducía al oído, me conmovieron hasta las lágrimas desde el primer minuto. Estaba viviendo Sibyl en el teatro Barbican de Londres, una extraordinaria ópera de cámara y un cortometraje con música en vivo del director William Kentridge, creada con la compositora e intérprete coral Nhlanhla Mahlangu y el pianista Kyle Shepherd, todos ellos de Sudáfrica, cuya experiencia no puede reducirse solo a ser vista. Por eso digo que la viví. 

La proyección, interpretación, música y fondos pintados a mano entraban al alma por los ojos, los oídos y la piel. “La incertidumbre de la vida y la inutilidad de intentar predecir nuestro futuro”, tema de fondo de la obra, no se lograban leer, sino que se sentían como un estallido en el pecho que a muchas personas en el teatro nos puso a llorar. Sibila Cumana es la antigua profeta griega en quien se inspira la obra que nos lleva a sentir –no a pensar– el viejo “problema humano de conocer nuestro futuro, nuestros destinos, nuestra agencia o falta de agencia en esos destinos”. 

En esos dos teatros, mientras lloraba, celebraba el poder del arte y experimentaba esa forma del amor que consiste en desear que el amado viva la experiencia grata que uno está teniendo; recordé que, aunque existieran los recursos para llevar obras como estas al Chocó, mi amado departamento no tiene un espacio para apreciar espectáculos de esta naturaleza. El tan anunciado teatro César Conto de Quibdó pasó de ser un sueño que prometía hacerse realidad a una mole de cemento con forma de teatro inconcluso, que poco a poco está siendo tragada por la humedad de nuestra selva. Llevamos cuatro años esperando la conclusión, inauguración y, más que eso, la estructuración de un modelo de gestión que garantice la operación eficiente del teatro para que no sea, incluso después de construido, un edificio muerto.

Tres ministras de Cultura, entre ellas dos afros del Pacífico, no han sido suficientes para poner una fecha límite a esta obra que, según me comentó alguna vez una servidora pública del ministerio: “Debe ser resuelta por los chocoanos”. así que seguimos en la incertidumbre, sin certezas sobre el futuro del proyecto, sintiendo entre el sector cultural de la ciudad y del departamento el frío de la soledad porque, tal como lo dice Sibyl en uno de sus textos: “¿Cómo puede uno estar caliente solo?”.

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