Mariana Garcés
18 Febrero 2022

Mariana Garcés

Tierra de nadie

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Desde el aire parece un campo de brócoli. Exuberante e inmenso. Un territorio bañado por caudalosos ríos que le cruzan completo. Con costas en ambos mares. Es una de las zonas más biodiversas y ricas del planeta. No le ha valido contar en su territorio con la primera ciudad española fundada en tierra firme: Santa María la Antigua del Darién ubicada en el norte del departamento en cercanías de la costa del golfo de Urabá.

La mayoría de sus pobladores son afrocolombianos, y, algunas comunidades indígenas. Es la tierra de Octavio Panesso, profesor de la Universidad Tecnológica y conocido por ser un experto en música y compositor de La vamo a tumbá; de Sergio Mosquera, historiador e investigador, fundador y director de la casa museo y centro de memoria histórica afro más importante del país: Mantú Bantú. De Luis Gilberto Murillo, exministro de Medio Ambiente y hoy alto funcionario en Washington; de Zulia Mena, viceministra de Cultura y alcaldesa de su ciudad natal; del escritor Óscar Collazos; de Goyo y Tostao, de la agrupación ChocQuibTown; de Katherin Gil, directora de la corporación que reúne a los 400 talentosos bailarines Jóvenes Creadores; de Jairo Varela, fundador del grupo Niche; es la tierra del San Pacho y del teatro Primero de Mayo; la tierra de los gualíes, alabaos y levantamientos de tumbas. La tierra del arroz clavado y de las hierbas de azotea. De la exuberancia donde la selva se confunde con el mar y es posible apreciar una danza de delfines. Estamos hablando de uno de los departamentos más hermosos y con mayor potencial de Colombia: Chocó. 

Sin embargo, la región se encuentra en una crisis social y medio ambiental, más profunda de la que ha padecido desde siempre y con la cual los colombianos nos hemos vuelto enormemente indolentes y hasta complacientes. La minería ilegal ha tenido como consecuencia una degradación extrema de la naturaleza. El hambre ronda sus calles, y las necesidades educativas y de salud de su población se palpan en cada esquina. Es una sociedad tomada por la violencia, el tráfico de drogas y la corrupción. 

El mayor empleador es el Estado. Ante la ausencia de un sector empresarial competitivo, la política y el ejercicio de lo público se convierten en un botín. Si no es con el Gobierno, no se encuentra dónde laborar. Un contrato o un nombramiento es la única posibilidad de tener ingresos seguros. Terreno fértil para la ilegalidad y la prosperidad de la corruptela. Todo se vende y todo se compra. Las enemistades por política se transforman en odios acérrimos e irreconciliables y muchas veces terminan en condenas de los que no han cometido delito alguno. 

Los chocoanos son tratados como ciudadanos de segunda categoría por el resto del país, pero sobre todo por este gobierno. La defensoría del pueblo ha aseverado que el 77 por ciento de sus habitantes está en riesgo. Esto es inaudito.

Este fue el llamado de monseñor Juan Carlos Barreto, obispo de Quibdó, mediante una contundente comunicación dirigida al presidente Duque por la agudizada y grave situación de violencia del departamento. Su posición es compartida por los otros obispos de la región y por las organizaciones sociales y étnicas del Chocó, cansados y preocupados por la respuesta de negación del Gobierno nacional silenciando lo que acontece y demeritando la verdadera dimensión de la crisis.  En otras palabras, porque no es admisible no hacer nada.

Monseñor, además evidencia lo que en mi opinión constituye el asunto más grave de su denuncia, y que exhorta al Gobierno y a los organismos de control a tomar acciones contundentes:  complacencia de la fuerza pública con la libre circulación de la ilegalidad. Narra la desprotección de sus habitantes y de las comunidades indígenas cuyos caseríos están en las partes altas de los ríos, territorios que han sido minados por ilegales armados, lo que no les permite moverse en busca de alimento. La sensación es de indefensión y de total zozobra.

Por su parte, el Gobierno desde la comodidad de Bogotá les acusa de exagerados; dice además estar haciendo lo necesario y asevera tener el control sobre el territorio. Cada tanto Diego Molano, ministro de Defensa, coordina un despliegue mediático y en compañía de generales y coroneles realiza un consejo de seguridad dando un parte de tranquilidad. Como se diría en lenguaje médico: “Crítico, pero estable”. 

Lo que pide Chocó es que el Gobierno le preste más atención que a Ucrania, que los oiga, y que se aborde su problemática reconociendo la verdad para que conjuntamente se trace e implemente un plan estratégico que permita un cambio real y contundente para sus habitantes. 

Chocó tiene todo para ser la gran potencia medioambiental y biodiversa de Colombia, pero hoy por hoy es un territorio de nadie, donde no existe autoridad, y parece que sus habitantes solo cuentan con la esperanza de que la voz de monseñor Juan Carlos Barreto tenga algún eco en los corredores de Palacio. 

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