Paola Herrera
20 Marzo 2022

Paola Herrera

Un campo de batalla

Entre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsAppEntre aquí para recibir nuestras últimas noticias en su WhatsApp

Últimamente he pensado mucho en la posibilidad de abandonar el mundo de las redes sociales, especialmente Twitter. Creo que mi vida sería mucho mejor si me voy de ese lugar que se convirtió en un campo de batalla, una cloaca, en el que te atacan por todo, en el que abunda la desinformación, la mentira, la falta de respeto por el otro y la insensatez.
 
Esa idea, la de irme, empezó a retumbar con fuerza en mi cabeza durante la última semana, tras una entrevista que le hicimos en la W Radio al señor Miguel Polo Polo, representante electo a la Cámara de Representantes para ocupar una de las dos curules de la comunidad afro, y que lastimosamente evidenció lo perjudicial que puede ser llevar discusiones como esa al análisis simple de los 140 caracteres. 

En un ejercicio completamente periodístico quisimos escuchar la voz de una persona que fue elegida pese a tener muchos contradictores, incluso personas de raza negra que dicen no sentirse representados por él. Sin embargo, las preguntas y las respuestas de esa entrevista se trasladaron inmediatamente al mundo virtual y el objetivo, por supuesto, se desconfiguró.

Durante la entrevista el personaje reconoció que llegaría al Congreso a trabajar por los derechos individuales y no colectivos porque “no cree en el colectivismo” y en otras de sus respuestas negó la deuda histórica con las comunidades afrodescendientes en Colombia y dijo que el principal problema de esa población tiene que ver con los muchos subsidios que el Estado les da. 

Eso claramente significa que no iba a trabajar por la comunidad que votó por él para ser su representante, contrariando lo que la ley ordena a las personas que lleguen a ocupar esa curul y, por ende, era completamente válido preguntar por qué entonces se lanzó a la Cámara utilizando una circunscripción especial. La respuesta fue más grave aún: “Porque me dio la gana”. 

El episodio provocó un mar de interpretaciones en las redes sociales. Muchos salieron a atacarme e incluso a acusarme de racista por pedir explicaciones a una persona que en declaraciones públicas reconoció abiertamente que se iba a pasar por la faja un mandato legal. Hasta demandas e investigaciones causaría una respuesta así en cualquier país serio en donde está claro que los funcionarios públicos deben rendir cuentas a los ciudadanos que los eligen. 

Pero acá en Colombia no, acá pasa todo lo contrario, se defiende al que actúa mal, se arropa con la misma cobija y se utiliza Twitter como paredón de fusilamiento para juzgar sin piedad al que se atrevió a preguntar por algo que no está bien, por un comportamiento que a todas luces es antiético, ilegitimo e inmoral. 

Y la razón por la que eso sucede es porque al mismo tiempo que las redes crecen, crece la polarización. En un universo político en el que solo importa el poder, se han creado dos bandos para pelear dentro de una plataforma digital en donde se olvida que al final todos somos seres humanos y tenemos una vida afuera que sí es real. 

Estamos pasando por un momento en el que detrás de una pantalla y con un teclado creemos que podemos decirle al otro todo lo que se nos ocurra sin detenernos a pensar el daño que causamos con los insultos, los ataques, las calumnias, las difamaciones y hasta las amenazas. 

En qué momento caímos en esa trampa de destruirnos los unos a los otros sin ni siquiera saber de verdad quién es ese supuesto contradictor. Todos creemos conocer al que estamos atacando por su trabajo o posturas políticas y con nuestros trinos y la creación de tendencias lo podemos despedazar, pero, ¿sabemos realmente cómo es esa persona y si merece una ejecución así? 

Y lo peor es que metamos al periodismo en ese juego mortal. ¿De cuándo acá si un periodista le hace una pregunta incómoda a alguien con quien no se comparten ideales, entonces ese periodista es el mejor y merece todo el reconocimiento, pero si en cambio, se la hace a alguien que les cae bien, entonces no lo bajan de vendido, impostor y todo lo malo que se les pase por la cabeza?

Yo no quiero ser tendencia por eso, yo soy de las que piensa que la noticia no debemos ser nosotros los periodistas. En Colombia todos los días hay protagonistas verdaderamente importantes que están luchando por causas, que están haciendo grandes cosas y a los que no podemos robarles espacio solo por nuestro afán de figurar. 

Ser periodista es una responsabilidad tan grande que va mucho más allá de generar polémica en una red social, de pelear, de ocupar titulares de prensa (con los que miles que sí tienen verdaderos problemas sueñan), es una forma de aproximarse lo que más se pueda a la verdad. Una verdad que definitivamente no está en los trinos y que necesitan todos, no solo esa parte de la población que tiene un celular.

Y a eso sumémosle la desinformación y la intoxicación de las redes que también ya alcanza niveles insospechados. Hay cientos de colegas que hacen el trabajo bien, con rigor y dedicación pasan horas enteras entendiendo temas complejos para poder salir a explicarlos y contarlos con un sentido crítico y analítico, que investigan y destapan escándalos, pero que no tienen cabida si no dicen exactamente lo que las personas en las redes quieren leer. Si la algarabía es contra sus líderes entonces esa labor no tiene valor. 

Por eso me quiero ir. Creo además que podría aprovechar mejor ese tiempo que gasto en Twitter para dárselo todo a otros proyectos que tengo y que realmente le sirven a la comunidad. No solo se trata de tener las mejores intenciones a la hora de hacer periodismo, (de todas formas, en redes nunca lo van a notar), se trata de utilizar la comunicación como una herramienta que de verdad contribuya al desarrollo social y eso definitivamente no se logra en ese mundillo.

En Twitter solo está activo el 7 por ciento de la población colombiana, es decir solo un poco más de 3 millones de personas. Eso me confirma que la vida está afuera, que las necesidades de la gente están en las calles, en los barrios, en los pueblos, en las zonas rurales y no en una aplicación a la que pocos tienen acceso por la falta de conectividad. 

No lo puedo hacer, mi trabajo me lo impide porque ahora muchas fuentes decidieron que ese sería su canal de información. Y aunque me toca estar pendiente de lo que pasa allá, sueño con el día en que yo prefiera y pueda quedarme mirando el paisaje mientras voy viajando en el carro, en lugar de tener mi cabeza siempre abajo mirando en el celular el tema del momento en Twitter. 

Conozca más de Cambio aquíConozca más de Cambio aquí

Más Columnas