Laura Gil
30 Marzo 2022

Laura Gil

Un revolcón en el servicio exterior

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Todos los candidatos anuncian lo mismo: el aumento del número de embajadores de carrera. Escuchamos esta promesa de campaña una y otra vez, mientras la diplomacia sigue al servicio del gobierno de turno como botín político.

El servicio exterior de Colombia necesita un revolcón. Pongamos las cartas sobre la mesa: apremia un plan gradual, de metas definidas, acordado y socializado entre partidos y movimientos, academia y demás actores de la sociedad civil.

Aquí va un conjunto de propuestas para abordar una reforma de fondo.

La primera responsabilidad del próximo presidente radica en la recuperación de la institucionalidad del Ministerio de Relaciones Exteriores. Se necesita la derogación del decreto que da responsabilidades internacionales a la jefatura de gabinete. No más María Paulas en el camino del próximo o próxima canciller.

El decreto 274 de 2000, que regula el servicio exterior, requiere sustitución vía una norma que refleje un acuerdo político entre las fuerzas en contienda. Este ejercicio requiere un proceso de sinceramiento difícil y necesario para encarar los siguientes puntos. 

Requerimos un cambio de lenguaje: dejemos de hablar de mínimos de embajadores de carrera y, más bien, concentrémonos en máximos de embajadores políticos. El mínimo de 20 por ciento, que establece el decreto 274, constituye un insulto para la diplomacia profesional. ¿No es una ofensa que nos pasemos nuestro tiempo discutiendo si deberían ser 14, 15 o 16?

Los mandatarios tienen todo el derecho a tener representantes internacionales de confianza en capitales clave para la política exterior. Esta debe constituir una premisa de la discusión. Colombia tiene poco más de 60 embajadas y misiones abiertas. No alcanzan la decena las que podrían requerir una persona cercana al presidente. Se debería revertir, como mínimo, la ecuación del 80 por ciento-20 por ciento.

Las personas que alcanzaron el escalafón de embajador no pueden quedar de manera sistemática por fuera de las plazas más codiciadas. Lo ideal sería llegar al punto en que la Casa de Nariño estime que lo más conveniente para el país está en la presencia de un diplomático de carrera allí donde más intereses nacionales estén en juego. Este constituye nuestro objetivo a mediano plazo.

Los embajadores políticos necesitan el acompañamiento experto. Es fundamental que nos demos un periodo de unos años para lograr que la totalidad de los puestos de una embajada esté ocupada por funcionarios de carrera y no por los amigos del presidente o los quemados de las últimas elecciones.  De igual manera, todas y cada una de las direcciones de la Cancillería deben estar en manos de un diplomático profesional, no importa cuán competente pueda ser el candidato extracarrera bajo consideración.

Necesitamos construir un cuerpo diplomático y consular idóneo y confiable. Ni todos los embajadores políticos son malos, ni todos los de carrera son buenos. Necesitamos desromantizar la carrera diplomática y consular cuyos funcionarios están en mora de realizar un ejercicio de autocrítica. Necesitan romper la solidaridad de cuerpo.

La carrera tiene su cuota de malos elementos porque el ascenso está garantizado. Así se premia a todos por igual. Se consigue un ascenso con la llamada a un curso, que se define vía la base de tiempo transcurrido en un rango y no la competencia profesional, seguido de una serie de exámenes. Si un candidato pierde la prueba, siempre está abierto el camino de la tutela.

Urge un cambio en el régimen de ascensos. El avance tiene que estar atado a resultados concretos en el desarrollo del trabajo y no solo a medición de conocimiento en tests muchas veces superfluos. El rango de embajador debe considerarse un honor ganado con esfuerzo y dedicación, no un derecho.

Unos privilegiados se saltan la regla de alternancia, un procedimiento estándar en cualquier servicio exterior. Para Colombia, se resume en cuatro años afuera y tres adentro. Hay quienes llevan hasta 15 años sin salir de Colombia; otros no quieren volver y van de destino a destino en Europa, cuando algunos solo son enviados una y otra vez a los lugares más duros y aislados. 

La Academia Diplomática San Carlos ofrece un programa de entrada a la carrera, cuyos cupos no están asegurados para todos los estudiantes, y otro de maestría con un diploma vía una universidad privada. Está dedicada a organizar cursos cuyos contenidos ni siquiera puede determinar en su totalidad y no ha logrado erigirse en un verdadero centro de pensamiento útil para la toma de decisiones.

Al presidente entrante le corresponde superar el cuento de que la situación del servicio exterior se supera con unos pocos embajadores más de carrera. Los funcionarios de la carrera diplomática y consular están desmotivados y cansados de tanto atropello. Hacer algo por ellos y ellas constituye un primer paso hacia una política exterior más coherente y –por qué no– algún día de Estado-.
 

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