Rodrigo Lara
12 Octubre 2022

Rodrigo Lara

¿Una profecía autocumplida del Banco de la República?

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Resulta difícil entender las razones por las cuales el Banco de la República apunta a un crecimiento de la economía colombiana de tan solo 0,7 por ciento en 2023, mientras el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), hablan en sus últimos reportes de octubre de tasas de crecimiento superiores al 2,1 por ciento y 2,3 por ciento respectivamente.

Las proyecciones del FMI prevén que el crecimiento de la economía colombiana será superior al de Chile, con una contracción de -1 por ciento; México, con 1,2 por ciento; Brasil, con 0,8 por ciento; y cercana al de Perú, con 2,6 por ciento. Será también superior al promedio de América Latina, para la cual se anticipa una tasa promedio de crecimiento de 1,7 por ciento.

También resulta contradictorio que tanto el FMI como el BM hayan revisado al alza la tasa de crecimiento del país, al subir las proyecciones de crecimiento de mitad de año de 2 por ciento y 1,9 por ciento respectivamente, a las de octubre ya citadas, mientras que el Banco de la República con poco optimismo proyectó en junio un crecimiento inicial de 1,1 por ciento, para bajarlo en la proyección de octubre a 0,7 por ciento.

Respecto de esta sana discusión sobre los pesimistas pronósticos del Banco de la República, no sobra preguntarse si la razón de estas perspectivas sombrías de casi no crecimiento alguno no obedecerá a que la Junta Directiva del Banco estaría incluyendo de manera anticipada el choque que produciría en la economía un alza muy abrupta de las tasas de interés en los próximos meses, encareciendo demasiado el costo del dinero y frenando la inversión pública y privada en 2023, en plena recesión global y cuando más lo necesita el país. Una especie de profecía autocumplida, que no resulta descabellada si nos atenemos al consabido conservadurismo económico de Carrasquilla, miembro de una Junta en su mayoría conformada por el gobierno anterior.

Lo cierto es que, el año entrante, la situación económica del país será un campo de batalla político. Exfuncionarios del gobierno anterior, como el exdirector del Dane desde su espacio televisivo, están presentando el crecimiento modesto del próximo año desde el ángulo de la brecha de 5,4 puntos de crecimiento que separa a los guarismos de 2022 y 2023, y eluden hábilmente el hecho de que este crecimiento de 2,2 por ciento es superior al de México, Brasil y Chile, y que está por encima del promedio regional. El caballito electoral es claro: “Con Duque crecimos en 2022; por culpa de la reforma tributaria decrecimos en 2023”. Pero no dicen ni una palabra sobre lo que pueden significarles los machetazos de las alzas de las tasas de interés al sector real y a los hogares. El arte de un emisor consiste en arbitrar correctamente los equilibrios entre acreedores y deudores y su lucha contra la inflación no puede pretender que la solución sea desplomarla inmediatamente a guarismos de 4 por ciento y menos aún provocar una recesión en aras de atajarla.

Es posible que una de las razones que aluden tanto el FMI como el Banco Mundial para mostrar un mejor crecimiento de Colombia respecto de sus vecinos sea el hecho de que el petróleo y el carbón probablemente harán parte de las materias primas menos afectadas por la recesión global, tanto por efecto de la crisis energética global como por la negativa de Arabia Saudita y Rusia de plegarse a la invectiva norteamericana de decrecimiento de su producción. Y resulta una verdadera paradoja que sean justamente el petróleo y el carbón, tan maltratados por las erráticas declaraciones de los funcionarios del Ministerio de Minas, los productos de exportación que le permitan al país, y por ende al Gobierno de Petro, sobrevivir con cierta holgura la tormenta económica que sacudirá al mundo en 2023.

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