Gabriel Silva Luján
13 Marzo 2022

Gabriel Silva Luján

Uncle Sam is watching, again

En algunas épocas, EE.UU. llegó al extremo de vetar candidatos, intervenir descaradamente en política e incluso promover asonadas y golpes de Estado para impedir que llegaran personajes “incómodos” o “peligrosos”. En otros momentos, Washington se ha limitado a hacer saber de su desgano, manifestar su indiferencia o demostrar su incomodidad con el mandatario que no es de su agrado. Entender en qué momento de ese ciclo se encuentran hoy los Estados Unidos es importante ahora que empiece la fase competitiva de las elecciones presidenciales en Colombia.

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Aunque en el imaginario colectivo se cree que los demócratas son menos propensos que los republicanos a esas intervenciones, realmente -desde la perspectiva histórica- no hay mucha diferencia entre los dos partidos. Así las cosas, si el talante partidista no explica la dinámica de la intensidad y severidad de la injerencia electoral y el grado de atención que le asigna EE.UU. a esos procesos, solo queda la dimensión externa como el espacio para construir una mejor explicación.

En ese contexto es fascinante observar que entre más desafiado estratégicamente se sienta Washington, mayores incentivos tiene para elevar su perfil y su activismo en los temas electorales de los países que considere decisivos para la protección de sus intereses. El grado de competencia geopolítica y la pugnacidad de la confrontación determinan la mayor o menor asignación de recursos a la injerencia en la política de otros.

En la actual coyuntura estamos en una fase de transición. Después de un par de décadas en las que Estados Unidos estuvo a sus anchas como el chacho de la cuadra, las cosas han cambiado. El ascenso de nuevos actores capaces de arrancarle a dentelladas trozos de su hegemonía económica y política representa un serio desafío para su política exterior. La nueva realidad la confirman muchos ejemplos, entre estos la áspera y creciente rivalidad entre China y Estados Unidos y el expansionismo territorial ruso para consolidar su “espacio vital”.

En este contexto debemos esperar que la política exterior estadounidense ingrese en un nuevo ciclo en el que se buscará consolidar las alianzas y la alineación de los países periféricos y estratégicos de una manera menos sutil, diplomática y consensuada.  Es de esperar el despliegue abierto de un mayor activismo en la política en la región y una actitud de mucha menor tolerancia a las desviaciones ideológicas y geopolíticas en América Latina.

La visita de Duque a Washington, que lo ha hecho tan feliz, realmente no fue diseñada para hacerle reconocimientos a su gestión -bastante cuestionada por cierto en los círculos periodísticos y del poder de esa ciudad- si no para mandarle un mensaje a los candidatos y al futuro presidente de Colombia. La designación de nuestro país como aliado estratégico en la región, algo que ya se sabia desde que Colombia ingresó como asociado a la OTAN en el gobierno Santos, no significa nada más ni nada menos que seremos un ancla importante en la estrategia de contener y reversar el avance de los países que amenazan seriamente la hegemonía estadounidense en América Latina.

Entonces más vale por el bien del país que los candidatos se preparen para responder muchas de las preguntas incómodas que tendrán que contestar sobre las relaciones bilaterales.

Entonces más vale por el bien del país que los candidatos se preparen para responder muchas de las preguntas incómodas que tendrán que contestar sobre las relaciones bilaterales. Algunas de ellas son las de siempre, como cuál va a ser la posición sobre la migración ilegal, la batalla contra las drogas, la lucha contra el crimen organizado… Pero vendrán otras sobre las que Colombia no tenía por qué responder desde los tiempos de la “guerra fría”. Y tienen que ver con cómo vamos a actuar y a quién o quiénes vamos a favorecer en la pugna por construir un nuevo orden internacional. You first, Mr. Petro.

Dictum. Los fracasos en el manejo de las elecciones se deben a unos ciberataques que la misma Policía Nacional desmiente. ¿Será que el registrador quiere ser ministro de Defensa?

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