Jorge Enrique Abello
6 Junio 2022

Jorge Enrique Abello

Valiente cambio

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¿El cambio? ¿Realmente el país está preparado para esta conversación? A veces siento que no, o por lo menos no en los términos en que las circunstancias nos lo están ofreciendo. Es difícil pensar en que un cambio benéfico para el país se logre mientras esté apoyado en las emociones más bajas que componen el espectro humano. Pensar que se pueden conquistar las  batallas por los derechos civiles, la protección a las minorías étnicas, la igualdad de la mujer, el respeto a las comunidades excluidas de nuestra sociedad, la lucha de clases, la inequidad, el cambio climático, la protección animal y el desmonte de la plutocracia para que vivamos en una sociedad más humana y elevada; termina siendo una enorme contradicción si no la cimentamos en la conciencia más profunda de la voluntad del pueblo, es decir, en su deseo de verdadero cambio; de otra manera la palabra que debemos utilizar es crisis, que también sirve para generar transformaciones sociales, pero a otro precio y de otra manera, no siempre amable con los protagonistas de dicha catarsis.

Los últimos días después de la primera vuelta han sido agobiantes, tanto en los medios periodísticos tradicionales como en los alternativos y en las redes sociales. Campañas de desprestigio, bodegas alborotadas, insultos, grupos de WhatsApp de amigos de toda la vida y familias que se terminan agrediendo por supuestos principios políticos, corrompiendo la esencia que les ha permitido estar juntos en el camino de la vida.

Todo el mundo en Colombia defiende algo a muerte, excluyendo al otro y sin posibilidad de controversia. Sentimos de alguna manera que lo que no nos representa es literalmente el demonio, y a los abismos que habita Belcebú es mejor no asomarse, y si se acerca a nosotros para invitarnos a pecar, es mejor eliminarlo. Este país ha pasado su historia eliminando lo que cree que no le conviene, sin proponer un diálogo entre sus ciudadanos; un diálogo que tenga presentes sus errores históricos y así remontarlos de cara a un futuro mejor. Al parecer, seguimos siendo un país de enemigos; conquistadores y conquistados; realistas y criollos; republicanos y monárquicos; amos y esclavos; centralistas y federalistas; radicales e independientes; liberales y conservadores; guerrilleros y paramilitares; uribistas y petristas, y ya hoy petristas y rodolfistas. ¡Basta! ¡A lo bien! Estamos todos en el mismo barco, por más que pretendamos que hay gente de popa y gente de proa en la misma embarcación. Solucionar los problemas del país a punta de madrazos y cancelaciones no lleva a nada, pero, sobre todo, no representa la realidad de una nación que en los pasados comicios dijo algo importantísimo que nadie quiso escuchar, por escucharse a sí mismo y sus propios intereses. Algo que ni siquiera quisieron escuchar algunos intelectuales de centro, que terminaron al servicio de lo que tanto se opusieron por principio y que con pasado coraje catalogaron como demagogia y populismo, ya que su lógica churchilliana les indica que de dos males hay que escoger el menor.  ¡Valiente cambio! Para una Colombia que considera que lo primero que hay que solucionar es la pobreza de 22 millones de habitantes y el hambre que arrastran, asegurando el derecho al trabajo y a vivir dignamente porque por encima de todo lo que han hablado, teorizado y elucubrado, la clave del elector en este momento del país es que pueda trabajar para sostener su familia, eso es lo que pidió la mayoría y a gritos los votantes. Quien lo interprete no solo será elegido presidente en dos semanas, sino que solucionando un solo problema podrá alinear los demás embrollos que aquejan nuestra sociedad.
 

Permítanme ilustrarlos con una corta parábola: Durante el renacimiento japonés hizo renombre un samurái que hoy, a pesar del tiempo, sigue siendo una leyenda; me refiero a Miyamoto Musashi, de quien cuentan, venció a 36 hombres él solo, únicamente usando su espada. Fue en una batalla entre señores feudales, en la que Miyamoto aislado de sus compañeros por la refriega, quedó frente a una treintena de soldados que estaban dispuestos a acabar con su vida. El hábil guerrero retrocedió hasta llegar a la boca de un puente y allí se parapetó, dejando solo el flanco frontal al descubierto y por tanto obligando al enemigo a hacer fila para atacarlo. La geometría de la ingeniosa defensa alineó al enemigo para combatir a Miyamoto; de tal manera que solo en duelo de uno a uno podrían enfrentarlo. Pues bien, uno a uno, fueron cayendo bajo la espada del más legendario samurái de su estirpe, que desde ese día se encumbró como héroe del pueblo japonés. Al parecer solucionar un problema, de los muchos que nos aquejan, nos permite abrir camino para aliviar lo que en bandada parece irreconciliable para la razón. A veces, cambiar la naturaleza del caos se da con un paso apenas o con un simple gesto, no hay que cambiar la esencia del universo para lograrlo.

No nos llamemos más a engaño. No será esta generación de políticos de hoy, la que solucione los problemas estructurales del país a partir de oprobios y divisiones que esconden buenas intenciones, no funciona así. Debemos madurar para esa conversación que más que políticos la deben guiar líderes, humanistas, y un pueblo con ánimo de reconciliarse entre hermanos; mientras tanto: crisis. Ya dijo la gran poeta argentina Alejandra Pizanik: Si digo pan ¿comeré? / Si digo agua ¿beberé?

 

 

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