Jorge Enrique Abello
28 Febrero 2022 06:02 pm

Jorge Enrique Abello

War Circus

Solo los muertos ven el fin de la guerra. Platón

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El circo tiene dos caras como casi todo sobre la tierra. Es el espectáculo más sorprendente de la historia y a la vez el más cruel, despiadado y freak de que se tenga cuenta. Almas perdidas y solitarias recreando la ilusión del hombre, para que todo el resto soñemos despiertos con la boca abierta. Y eso, queridos amigos, es lo que estamos viendo cada vez que abrimos nuestros celulares, nos despertamos con la radio o entramos en el computador para revisar las noticias de lo que algunos seres apocalípticos están denominando la Tercera Guerra Mundial.

 

En octubre de 1962, hace 62 años, Jrushchov y Kennedy le regalaron al siglo XX seis días de terror, mientas se mostraban los colmillos con el dedo puesto sobre el botón rojo, en lo que casi fue una vorágine nuclear por cuenta de una base de misiles en Cuba. Años después, en noviembre de 1983, ejercicios de guerra de la OTAN en Europa oriental alertaron al jefe de la fuerza aérea soviética, el mariscal Pavel Kutakhov, quien puso a la Unión Soviética en alerta máxima nuclear e hizo los preparativos para un ataque inminente.  Según relatan los archivos de la NSA que se han ido conociendo con el paso del tiempo, en lo que se denominó el “War Scare 1983”.

El siglo XX y su materialismo positivista permitieron que las grandes naciones del orbe se pudieran armar con tan desmesurado poder que al defenderse, sumieran al planeta en un invierno atómico que acabara con todos las especies, incluyendo a esta “especie” de escorpiones de dos patas que para defenderse se eliminan. En una de las épocas más nihilistas de la civilización humana el hombre aprendió cómo hacerse el harakiri, pero no cómo acabar el hambre para nuestra raza, construir sociedades más compasivas para todos y paliar las enfermedades mórbidas en la infancia más desprotegida. Esos mismos hombres que construyeron a Little Boy, la bomba que detuvo por siempre los relojes a las 8:15 de la mañana en Hiroshima, para poner fin a la Segunda Guerra Mundial y que hicieron parte del proyecto Manhattan para contrarrestar los sueños atómicos de Hitler, discutieron hasta el final de sus días si su actuar fue un progreso para el mundo o lo habían empujado al abismo; “ No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, solo sé que la Cuarta será con piedras y lanzas”, anotó Einstein ante el desgarrador panorama.

El siglo XX puso la esperanza de vida de la raza humana en manos de los políticos. Una decisión racional con consecuencias nefastas, si usted tiene en cuenta que la mayoría de los políticos se sirven a sí mismos antes de servir a sus pueblos y que existe la posibilidad de que en un ataque de vanidad sean capaces de inmolarse para trascender a la inmortalidad de la historia. El coletazo de ese derrotero lo estamos viendo hoy, en vivo y en directo, en nuestros aparatos celulares y el protagonista es un payaso ruso, dueño del circo que acaba de desplegar una alerta nuclear masiva, amenazando el planeta para proteger la decisión de lo que nunca más debió repetirse: invadir un país vecino a sangre y fuego ya no con el poder del martillo y la hoz, sino con una billetera medio vacía que clama por más capital para hacer de Rusia otra vez un gran Imperio, el imperio que añora el antiguo jefe de la Stasi, la cruel policía de los más oscuros años del régimen  soviético en Alemania Oriental.

El 16 de febrero de este año Noah Harari, quien nos ha maravillado en los últimos tiempos con su particular resignificación del homo-sapiens, escribió sobre el futuro de Ucrania y del mundo, preguntándose si la naturaleza del hombre es seguir repitiendo los mismos errores del pasado sin que haya nadie que pueda cambiar la tragedia de seguir siendo los mismos.

Ante esa reflexión, me voy a permitir citar a otro dueño de circo, pero del circo humano que es el teatro: Bertolt Brecht, quien profetizando la llegada del nazismo a Alemania, alzó la voz para despertar la conciencia dormida de su pueblo, que amenazado dormía tranquilo bajo el ala protectora de la mítica Águila hitleriana : “Ocupad los escenarios y las plazas vacías, para que no lleguen otros con sus banderas y sus estandartes y ya sea demasiado tarde”. 

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