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Colegio Helvetia: exalumnos de hace más de medio siglo envían comunicado
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Un grupo de 20 exalumnos de la promoción de 1969 y estudiantes no graduados del colegio Helvetia publican comunicado en el que hablan sobre los señalamientos sobre la institución en medios de comunicación.
Por: Redacción Cambio
Ante los señalamientos de que ha venido siendo objeto el Colegio Helvetia por parte de importantes medios de comunicación y de exalumnos suyos o sus familiares, consideramos pertinente, en nuestra condición de integrantes de la promoción de bachilleres del año 1969 y de ex alumnos que por motivos diversos no nos graduamos allá, dar a conocer los siguientes sentimientos y reflexiones.
Más de medio siglo después de haber salido del colegio vive intacto en nosotros el grato recuerdo de los años transcurridos en sus aulas, en sus jardines, en sus campos deportivos, en su capilla luminosa y demás espacios y
rincones concebidos con amor y con arte por el arquitecto suizo Víctor Schmid.
A tiempo con el recuerdo de ese entorno cautivante vive también en nosotros el espíritu de fraternidad y alegría que, salvo esporádicas ocasiones —! en el mundo estamos ! —, animaba la relación entre quienes teníamos la fortuna de educarnos allí. En nuestra memoria viven asimismo la calidad humana y la competencia pedagógica de la gran mayoría de sus docentes —suizos o colombianos— y de cada una de las personas que atendían los aspectos logísticos y locativos, incluido Anastasio, el sonriente y puntual jardinero y tañedor de la gran campana de bronce que anunciaba el principio y el fin de los recreos; e incluidos también León y Juan, los cordiales y atildados conductores de los buses más nuevos, el número 9 y el número 10.
El espíritu fundacional del colegio, a saber, su inalienable respeto a la persona humana, su sincera disposición a la crítica y a la autocrítica, su inquebrantable favorecimiento del trato cordial y pacífico entre unos y otros, cualidades estas tan arraigadas en la cultura suiza —y en algunos sectores de nuestra Colombia polifacética— nos llevaron con frecuencia a matricular a nuestros hijos en el amado colegio que nos formó a nosotros, y a congratularnos más tarde por el ingreso a él de nuestros nietos y de los nietos de cercanos coetáneos nuestros.
Lo dicho hasta aquí no ignora, ni pretende ocultar o negar, la condición del Helvetia de organismo partícipe, en grado menor o mayor, de odiosas y seculares realidades sociales, culturales, históricas, que han tejido y siguen
tejiendo la sobrecogedora realidad de nuestro país y que necesaria —y dolorosamente— permean sus distintos ámbitos e instituciones, sin excepción, con todo y los sinceros y comprometidos empeños, individuales o grupales, de atenuarlas o superarlas.
No tendría sentido que a las acusaciones de quienes señalan al Helvetia de responsable, por acción o por omisión, de su infelicidad o de la ajena, contestáramos sosteniendo que a nosotros, en cambio, sí nos hizo felices el colegio. Pero sí tiene pleno sentido —y sólido fundamento en la verdad— afirmar, como de hecho lo afirmamos, que en virtud de nuestro paso por el Helvetia aprendimos que la disciplina, la honestidad a toda prueba, la fidelidad
sin esguinces al ideal más alto, la continuada disposición a una crítica y una autocrítica bien fundadas, y, sobre todo, el ejercicio ininterrumpido de la dignidad propia y del reconocimiento de la ajena, son medios infalibles para
alcanzar esa felicidad sin sombras, que, con todo y lo divino de sus bondades, ha de ser trabajada y reconquistada de continuo en virtud de la efímera condición de toda conquista humana.
Va nuestra sincera voz de solidaridad y ánimo al actual cuerpo de alumnos, de docentes, de directivas y demás integrantes del Helvetia, en la certeza de que su irrevocable fidelidad al compromiso fundacional del colegio de propiciar una sociedad en la que prevalezcan los valores del respeto mutuo y de la convivencia fraterna, permitirá superar con éxito y sin tardanza la actual encrucijada.
Finalizamos con un encarecido y respetuoso llamado a la superación del hábito mediático y social de pretender corregir, mediante el señalamiento y demonización de un supuesto culpable, realidades honda y ubicuamente
arraigadas en nuestro ser social. El fácil expediente de la nominación y sacrificio de un chivo expiatorio como estrategia para atenuar o superar odiosas y complejas realidades sociales —que durante décadas y siglos han
ahondado sus raíces y madurado sus frutos en nuestra cultura incipiente— parece indigno, o cuando menos impropio, de reconocidos medios de comunicación social y de personas de merecido liderazgo que, con sinceridad
aunque sin tino, pretenden contribuir con eficacia a que de veras cambien las cosas en Colombia. A nuestra joven y auspiciosa nación sólo le será dado descubrir su verdadero rostro y emprender el sendero de su potencial
ilimitado, si por fin nos decidimos a superar el hábito infernal de señalarnos y culpabilizarnos los unos a los otros, y cada quien asume con indeclinable compromiso cuanto le corresponde para hacer de la nuestra una sociedad digna y fraterna.