Incautación de droga, Armada Nacional.
Crédito: Colprensa
El mayor reto de reemplazar la prohibición de las drogas es acabar con la narcocultura
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En análisis para CAMBIO, Ramón Jimeno revela cómo el esfuerzo por crear otra política contra las drogas enfrenta el reto de transformar la idealización de lo narco sembrada en las barriadas, más que seguir reaccionando contra un negocio cada vez más sofisticado.
Por: Ramón Jimeno
Operaciones como la Sky en el puerto de Antwerp (Bélgica) son usuales. Unos 1.600 policías de las fuerzas especiales intervinieron una madrugada, y tras un largo día y 200 allanamientos, incautaron 27 toneladas de cocaína por 1.200 billones de euros. Fue una de tantas operaciones exitosas de 2021. Planeadas al detalle durante meses, enriquecen los archivos digitales y llenan de medallas los pechos de los oficiales. Los comunicados de prensa son estándar y cambian apenas fecha y cantidades de kilos y valores. Pero el abastecimiento sigue intacto.
Las estructuras que controlan el negocio reciben, sin inmutarse, la noticia en un chat cifrado. Alguien ha fracasado, una ruta y un capo se han quemado. De inmediato activan otra ruta, otro capo surge y la red se reconecta. El negocio sigue próspero en Europa y Asia, donde el precio del kilo se paga al doble que en Estados Unidos, con riesgos menores. En Europa no hay DEA ni fuerzas con la misma experiencia en drogas. Los carteles andinos han sido desplazados de la parte gruesa del negocio. Se quedaron en la entrega a 1.200 dólares el kilo en costas y fronteras locales.
El valor se agrega en la cadena de transporte, en la red de corrupción y en la distribución al consumidor final. Para el campesino productor de hoja y pasta, el negocio se acaba. No hay tanto comprador porque la sobreoferta tras cinco años sin Farc ni paras liberó los controles de entrada. El incumplimiento olímpico de los acuerdos de La Habana diseñados para evitar que ocurriera lo que ocurrió, los incumplió el gobierno de Duque como si les hiciera un daño a las ya inexistentes Farc y no al país al dejar abandonados a su suerte los territorios narcos.
El estancamiento del mercado de la cocaína en Estados Unidos –cerca de 5 millones de consumidores– y el auge del europeo y el asiático jalonan el desarrollo para ese lado. El de Norteamérica está copado por los mexicanos y sus mafias clásicas que conviven con el Estado sin retarlo. La ruta ahora es por Brasil y África; por eso aumentan los cultivos en Perú y Bolivia, más cerca del destino final y menos vigilados.
Los asesores de Biden aceptan que la guerra no ha tenido los resultados esperados y que ha hecho daños indeseables en sociedades como la colombiana. Es el momento del cambio.
Los gringos tienen como prioridad la lucha contra el fentanilo. Por eso recibieron con tranquilidad la propuesta de Gustavo Petro de reconocer el fracaso de la guerra para ajustar el modelo que consiste en algo de lo mismo y en algo nuevo.
La idea de Petro es ofrecer a los campesinos por enésima vez el tránsito a cultivos lícitos, aunque nadie cree en esta solución. Luego propone campañas de educación y salud como prevención para disminuir el consumo. La propuesta, esbozada a grandes rasgos, incluye despenalizar y descriminalizar el consumo, concentrarse en la interdicción, en perseguir los capitales, y en quebrar la amplia red de funcionarios corruptos. Todo lo propuesto es más o menos lo que todos saben que se debe hacer desde que se inició la prohibición y en vez de esta. Sin embargo, hay un lado en el que poco se ha pensado y que en México lo tienen más estudiado: la idealización en la cultura popular de lo narco como solución a la falta de futuro de las nuevas generaciones.
En muchas barriadas pobres de América es atractivo incorporarse a las pandillas para luego pasar en una intensa carrera a las bandas del negocio ilegal. Es una forma de sobrevivir, de mejorar estándares de vida, de acumular riquezas. Es mejor vivir un corto tiempo con poder, riquezas y reconocimiento social (como bandido) que vivir pobre, mal y humillado durante una larga vida. Y para triunfar es necesario aprender a usar la violencia sin sentimentalismos.
En las últimas décadas, el modelo neoliberal debilitó el estado de bienestar y reforzó los valores individualistas. Sin crear oportunidades masivas, cada individuo quedó responsable de su futuro. En las zonas marginadas, una opción para superar la pobreza, librarse de la violencia doméstica y de la inseguridad del barrio, es ingresar a las pandillas. Allí se aprende a cometer las primeras fechorías, a eludir a la Policía, a conocer la impunidad, a usar cuchillo y a insensibilizarse con la violencia. Poco a poco los mejores ganan estatus (los respetan por el miedo que irradian) y ganan acceso al negocio de las drogas. Se convierten en la oferta de mano de obra para la cadena narco que empiezan como soplones; pasan al cuidado y protección de jefecitos y capos, de casas de seguridad, de los cargamentos, y del cobro de deudas. Estos chicos lo aprenden a hacer rebien y son individualistas, machistas y violentos como los necesita el narcotráfico.
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El narco es un trabajo 24/7 que exige personal. Por lo tanto una labor constante es la de reclutamiento, que exige alto control de las propias tropas para evitar robos, traiciones, delatores. Por eso los trabajadores de base son desechables, aparecen asesinados después de trabajar en laboratorios o en rutas o de mochileros. O acaban en las cárceles en el caso de los dealers callejeros que tienen mayor riesgo de caer. De esta manera las redes de distribución micro son más duraderas. Los adolescentes se forman más temprano en las prácticas delincuenciales y cuando llegan a los 20 tienen una capacidad delincuencial superior a la que tenían sus predecesores de otras generaciones.
Las redes sociales refuerzan esa cultura. No solo porque a través de lenguajes cifrados transmiten la información que necesita el negocio, sino porque les permite exaltar su rol. Las fotos de las fiestas, de los carros lujosos, de las mansiones, de las comidas fastuosas, de los hoteles que visitan; las armas que compran, todo forma parte de un estilo de vida que se exhibe sin pudor y que invita a los arriesgados a sumarse. Así, la pobreza es un elemento fundamental para prosperar en el narco. El dinero fácil y llevar una vida llena de emociones lo ofrece solo el narco. Si se destacan en las bandas y pandillas, los fichan en los carteles. Esa amplia oferta de bandidos les permite a las estructuras narco ser mejores cada día.
En la parte de arriba, los bróker saben usar la violencia de lejos y con mayor eficacia estudian las estrategias de los Estados. Una regla es ser invisibles y otra actuar con impunidad. Tienen manejadores profesionales y tercerizados en todas las etapas, incluyendo la logística y lavado de dinero y aumentan la dimensión de la violencia para dejar claro el costo de perseguirlos, como se ha visto en tantos episodios en Colombia, México y Ecuador. Los grandes capos nunca caen porque no se untan de la parte sucia del negocio; solo se encargan de hacerlo fluir. Funcionan como una multinacional con Chief Financial Officer, manejadores del talento humano, asesores en TIC, y con los lobistas para comprar políticos, congresistas, militares, policías, jueces y los empresarios y empresas que necesitan.
El bróker se encarga de recoger el capital para comprar la cocaína y la envían a los puertos europeos donde tienen oficinas, despachos y funcionarios a sueldo. Si a un puerto llegan 4.000 contenedores al mes, la policía aduanera apenas podrá revisar 25 o 30, lo que reduce el riesgo. Crean bancos en los paraísos fiscales donde las autoridades ejercen mínimos o nulos controles. Las operaciones de la DEA, siempre más sofisticadas, rastrean los dineros narcos e ilustran cómo funcionan. El caso como el Pasquale Locútela es ilustrador. Dueño de 14 embarcaciones y firmas de inmobiliarias en Chipre, Gibraltar y Croacia, era accionista grande de un banco en Zagreb y otro en Apulia. Es la manera como se montan intermediaciones difíciles de rastrear. Si en la intermediación cae un banquero lavador, hay decenas listos a tomar el rol.
De manera que si bien es fundamental una nueva política para prevenir y reducir el consumo de drogas, también es necesario actualizar los estudios de los impactos sociales y culturales de 50 años de una política fallida.