Julián, vocero de los Shottas: "Sabemos cómo robarle los jóvenes a la violencia"
14 Enero 2023 07:01 pm

Julián, vocero de los Shottas: "Sabemos cómo robarle los jóvenes a la violencia"

En entrevista con CAMBIO, el vocero de los Shottas revela cómo terminó en la delincuencia y cómo decidió cambiar su vida y ayudar a que los jóvenes de Buenaventura, como él, también "salgan del hueco".

Por: Olga Sanmartín

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Los Shottas son una banda criminal que se ha enfrentado por más de dos años a los Espartanos en una guerra urbana por el control de los barrios en Buenaventura. Su nombre se origina en el cine: Shottas es el título de una película sobre dos criminales jamaiquinos; la palabra se usa en Jamaica para señalar a los delincuentes. Formaban parte de La Local, banda integrada por bonaverenses que querían quitarle el poder a la banda foránea La Empresa, que se había adueñado de Buenaventura. Y lo lograron. Sin embargo, a comienzos de 2020, por conflictos internos, La Local se dividió entre Shottas y Espartanos.

Con más de 800 hombres, Shottas controla gran parte de las zonas rurales y las comunas continentales 10, 11 y 12; y comparte el control con los Espartanos en las comunas 7 y 8, donde la guerra es más cruenta. CAMBIO entrevistó a Julián, nombre ficticio detrás del cual se cubre, por razones de seguridad, el vocero de los Shottas en las conversaciones iniciales con el Gobierno, que tuvieron viabilidad a partir del pasado 2 de octubre, cuando el obispo de Buenaventura, monseñor Rubén Darío Jaramillo, logró una tregua entre las dos bandas para cesar las matanzas y las torturas, en el marco de la Paz Total del actual Gobierno. 

Buenaventura
Foto: Bernardo Peña

 

Buenaventura
Foto: Bernardo Peña

Julián no creció en la pobreza. Su padre tenía contratos en construcción y su madre vendía ropa que traía de Maicao. Era una familia feliz, de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres, y todos se hicieron profesionales en Cali, menos Julián, el menor y el más consentido. Le prohibían trabajar, porque primero eran los estudios.

Contrario a la gran mayoría de los jóvenes que se unen a la delincuencia, Julián no creció en medio de la miseria ni la hostilidad. Nació en la comuna 3 de Buenaventura y fue un niño juicioso hasta que entró a la adolescencia, cuando la vida se le comenzó a enredar. Le apasionaba el fútbol, pero en su casa le decían que primero tenía que estudiar. A los 14 años, le entró la rebeldía y se dijo: “Si no juego fútbol, tampoco estudio. Al final ni jugó fútbol ni estudió. La pasaba con amigos –algunos robaban– y su mamá optó por sacarlo de Buenaventura para que terminara el bachillerato en Cali. Llegó a la casa de su hermana, una docente de bioquímica que le daba permiso de jugar fútbol y llegar a la casa por tarde a las ocho de la noche, y si se pasaba de las 8:05, el fin de semana no tenía salida. A los 18, su hermana le extendió el permiso hasta las diez y después hasta las doce, pero él salía el viernes y regresaba el lunes siguiente. Su hermana, con la situación fuera de control, hizo que Julián, ya de 23 años, regresara a Buenaventura, donde finalmente terminó el bachillerato. Empezó a manejar un taxi y se reencontró con viejos amigos, algunos convertidos en milicianos del frente 30 de las Farc, al que se unió en 2010. Luego llegó a La Local y, cuando la banda se dividió, se quedó con los Shottas, grupo del que hoy es vocero en los diálogos iniciales con el Gobierno nacional.

Cambio Colombia

CAMBIO: ¿Cómo es que un niño que crece en un hogar feliz opta por la vida criminal? 
Julián.
Todavía me pregunto qué hago metido en todo esto. Soy medio chiflado pero nunca he sido violento. De vuelta a Buenaventura encontré que unos amigos se habían unido al frente 30 de las Farc, yo les ayudaba dándoles comida. En 2007 nació la banda criminal La Empresa, adonde migraron algunos milicianos, incluido alias Yajairito, quien declaró objetivo militar a todos los que no lo siguieron, incluido yo, que no formaba parte de ningún grupo. Tuve que esconderme seis meses en Tumaco, en casa de otra de mis hermanas. Mi mamá, muy preocupada, me llevó a donde el marido de una sobrina que había sido comandante del Bloque Calima, ya desmovilizado, para arreglar el problema. Y sí, un día me dijo: "Listo, no pasa nada", y regresé a Buenaventura. En 2010 murió mi madre y mi padre sufrió una trombosis. Quedé solo. Poco después, William, el loco, amigo del frente 30 de las Farc, me llamó y me dijo: "A usted lo quieren joder por ser amigo de esos muchachos, dicen que usted les daba información. No se deje joder, trabaje con nosotros". Y pregunté: "¿qué hay qué hacer?". "Relájese, nada más esté pendiente", me respondió. 

"Todavía me pregunto qué hago metido en todo esto".

CAMBIO: ¿Cuál fue su primera misión?
Julián: Quemar una mula. Me dieron 2 millones y medio de pesos, debía conseguir unos pelados para que la quemaran. Me fue bien, les di a ellos de a 200.000 pesos y quedaron contentos, porque no tenían ni con qué comer. Luego me dijeron: "Hay que poner una bomba"; y pregunté: "¿Cómo se hace eso?" Me pasaron las barras de bentonita, los cables azul y negro, unos tubitos plateados que se llaman estopines y me explicaron el corte chaflán. Cuando llegó la hora, me dije 'no me arriesgo' y contraté a un pelado para que lo hiciera. Luego me mandaban el armamento para la misión, que era ganarse los barrios que controlaba La Empresa, pero como guerrilla nunca lo logramos. Me empezó a ir bien, golpeábamos algún barrio y salíamos. Me volví profesional y me dieron el mandato de la milicia; era el comandante y convertí a Buenaventura en un caos, uno es tan ignorante que hasta desbarata su propia casa. Podía ganar hasta 20 millones de pesos en un mes. En el trabajo me gastaba 200.000 pesos, 500.000, el resto era para la rumba, las motos y las mujeres. 

Buenaventura
Foto: Bernardo Peña

CAMBIO: ¿Tuvo algún momento de reflexión?
Julián: Sí, en 2012, cuando íbamos a desbaratar La Pagoda. Frené la operación cuando vi salir a unos niños del Colegio Naval. Llamé y dije "no, a eso no me uno". 

CAMBIO: ¿Cómo fue que lo cogieron preso? 
Julián: Me fui a vivir al ladito de la Policía, sabía que no me buscarían cerca sino lejos. Todos los días le regalaba a la policía una gaseosa y pollo asado. No me identificaban, nadie me conocía. El 11 de abril de 2012 debía tirar unas granadas en el Palacio del Coco. Tiramos una, pero no explotó. Un man me sapeó. El día siguiente hicieron un allanamiento y nos capturaron. Éramos ocho. Me acusaron por rebelión y me condenaron a 44 meses de cárcel. Tenía 27 años.

CAMBIO: ¿Cómo fue el paso por la cárcel? 
Julián: La de Buenaventura es una de las cárceles que ofrece mayores opciones de salir peor, más inteligente para el crimen. Allá te enseñan a salir con rabia. Adentro vendí marihuana, perico, trago, hojas de tabaco, panes, tinto. Hice amigos, y gracias a ellos pude regresar a Buenaventura. 

CAMBIO: ¿Cómo se convirtió en Shotta?
Julián: Ya había salido de la cárcel, pero me querían matar y no podía sobrevivir sin apoyo. El primero de mayo de 2017, en pleno paro cívico, me dijeron que se estaban conformando nuevas estructuras, como La Local.  Unido a la banda, me fui para el río, hice cursos de enfermería, empecé a conocer la política; me mandaban a reuniones con Gentil Duarte, Gildardo Cucho y Mordiscos. Regresé a Buenaventura en 2018 y a finales de 2019 La Local se dividió, y me quedé con los Shottas en la posición político-militar. Defendí a la comunidad, le enseñé a usar armamento, que el arma se utiliza como última instancia, cuando ya no es posible el diálogo. 

CAMBIO: ¿Cómo se crearon las fronteras invisibles? 
Julián:
Con la guerra, con la división. Yo tuve que sacar a mi mujer y a mi hija de 10 años y mandarlas a España en febrero de 2020, al comienzo de la guerra. Ya regresaron, pero les dieron media hora para salir de la casa. Una niña de 10 años, tener que salir en chanclas, con un short, sin bañarse, sin nada. Me llené de ira. Ningún familiar tiene la culpa de lo que hace su ser querido. Mucha gente sufrió. Yo les decía a los muchachos en la comuna 12: "no saquen a los familiares, háblenles, díganles que no vengan". Cuando comienza el desplazamiento de las familias, nacen las fronteras invisibles y nadie podía pasar por el riesgo a ser acusado de hacer inteligencia. En los enfrentamientos por la toma de un barrio, la gente se encerraba, pero nunca hubo una orden explícita. 

CAMBIO: ¿Cómo funcionaban las casas de pique? 
Julián: Casas de pique como tal no existieron en esta guerra. Es un tema de hace muchos años, 2012, 2014, utilizado por otras estructuras criminales por problemas de narcotráfico, como un método de tortura para sacar información. Lo que nosotros no queríamos era dejar rastros y empezaron las desapariciones; mataban y después los picaban. Nosotros determinamos que era preferible dejar el muerto ahí y ya. No puedo jurar que no se picó a alguien vivo, no lo sé, pero en una casa, como una práctica recurrente durante esta guerra, no. 

"Estoy enderezando mi vida"

CAMBIO: Cuando un integrante de una banda mata a alguien, ¿piensa en que esa persona tiene hijos, familia?
Julián: No, se murió, punto, en la guerra es mejor no pensar. Eso se vuelve como el zancudo que está jodiendo y lo fumigo y ya. Pero sí hay muertos que duelen, los que uno sabe que son buenas personas, la embarran y pagan con la vida. En esto, uno sufre mucho. ¿Quién dijo que esto era vida fácil, dinero rápido? Salimos y no sabemos si regresamos. Uno tiene más la certeza de no volver. ¿Será que eso es fácil?

Buenaventura
"En la guerra es mejor no pensar" ./ Foto: Bernardo Peña

CAMBIO: ¿Qué hay después de la vida? ¿Usted cree en Dios? 
Julián:
Ojalá tuviera al menos una connotación sobre eso, para no tenerle miedo a la muerte. Creo en Dios. Ahora trato de hacer las cosas bien. Si hoy me porto bien, mañana voy a estar mejor. Estoy enderezando mi vida y miro: "esto no se puede hacer y esto tampoco". 

Buenaventura
Foto: Bernardo Peña

CAMBIO: ¿Qué sería lo ideal para Buenaventura?
Julián: Dejar la guerra. Se lo he dicho a los líderes Shottas. Hay que dejar los egos, el querer ser más grande que el otro. Buenaventura sería una ciudad bonita porque aquí se vive sabroso. Cuando esto era una sola cosa, había un solo grupo, en Buenaventura se vivía muy rico. 

CAMBIO: ¿Ustedes qué papel cumplirían para lograr un cambio dentro de la comunidad? 
Julián: Nosotros cuidamos a la comunidad. Conocemos el tema, sabemos cómo robarle los jóvenes a la violencia. Hay formas de sacar del hueco al que está dentro, al que mira aquí y es oscuro, mira allá y es oscuro, hay formas de lograr que voltee y diga: "ahí está la salida". Hay gente que sabe cantar, danzar, que le gusta el deporte. ¿Por qué no cogemos eso y así los vamos trayendo? Creamos grupos juveniles, metiéndonos por el lado de la diversión, el que a ellos les gusta. Necesitamos inversión social y trabajo psicosocial dentro de esas comunidades; todos tenemos que trabajar, incluida la Alcaldía, que saca pecho, pero no ha participado absolutamente en nada, ni siquiera en eventos sencillos; incluidos empresa privada y Gobierno para generar empleo, porque hay gente que ya se graduó de X o Y carrera y no encuentra trabajo, ponen una venta de jugos, y no les alcanza; incluidas las autoridades para que ayuden a cuidar a la comunidad.  Yo he analizado todo y sí se puede. Es un trabajo largo, no de estos cuatro años de gobierno. Podemos 'cuadrar' un modelo para favorecer directamente al pobre que se mete al muelle 14, 15 horas y gana menos del mínimo, ¿será que esa persona tiene vida? 

"Hay formas de sacar del hueco al que está dentro"

CAMBIO: Usted dice que también pueden vigilar para evitar la corrupción, el robo de recursos…
Julián: Sí, estamos dispuestos, porque la corrupción es generalizada. Quisimos hacer unos talleres y unos murales el 5, 6 y 7 de diciembre. No se hicieron los murales, ni los talleres. Se hicieron unas joyas, pero con la corrupción de las juntas de acción comunal. Vendieron comida con unas presas de pollo, y sacaron la mitad de la presa para llevársela a sus casas. Se robaron la mitad de la comida. Propusimos un concierto, y la comunidad de Buenaventura ni se enteró. Hicieron política, llenaron la ciudad a gente de otros lados, que nunca vivió el conflicto. El presidente y la vicepresidenta vieron el espacio lleno y cuando ellos se fueron, quedó desocupado porque no era gente de acá.

CAMBIO: ¿Qué espera de estos acercamientos con el Gobierno? 
Julián: Que el Gobierno pueda cumplir. Nosotros ya nos comprometimos con la comunidad, sabemos que no aguanta un tiro más. La guerra más dura que tuvo Buenaventura fue esta de hace cuatro meses atrás. Nuestro líder dijo, muchachos, necesitamos bajarle a esto, por el bien de nuestras familias, así que nadie hace un disparo. Cumplimos y nos enfocamos en la obra social. Él ha sido una pieza fundamental y dice que no vamos a echar para atrás. 

Buenaventura
Foto: Bernardo Peña

CAMBIO: ¿Es posible mantener a largo plazo la paz entre Shottas y Espartanos?
Julián: De parte nuestra, sí. Hay otros grupos del Chocó que quieren entrar en el proceso, por medio de nuestro líder.  Son Los Mexicanos y trabajan para el cartel. Vamos a ver qué día viene el alto comisionado de Paz a hablar con ellos. 

CAMBIO: ¿Hay temas internos que podrían afectar el proceso? 
Julián: Siempre hay riesgos. Supimos que quieren matar a nuestro líder; pagarle a alguien del Copes (Unidad de Comandos en Operaciones Especiales y Antiterrorismo) para montar un allanamiento y decir que le dieron de baja en un enfrentamiento. Esto hay que evitarlo a toda costa porque podríamos librar una guerra más sangrienta que la anterior. El Gobierno debe intervenir. A nosotros esa parte se nos sale de las manos. 

CAMBIO: En el bajo mundo está el semillero, los jóvenes que pueden alinearse con las bandas criminales. ¿Qué tan grande es ese semillero?
Julián: Muy grande, potencialmente son todos los jóvenes sin oportunidades, que son la mayoría en Buenaventura. Por eso quiero enfocarme en trabajar con los niños, ofrecerles un futuro digno. Camine la llevo y conoce La Gloria, en la comuna 12, uno de los grandes semilleros de jóvenes vulnerables que los criminales aprovechamos para reclutar.

Semilleros del crimen

A lado y lado de la vía hay casas hechas de tablas, latones y ladrillo hueco, muchas tan maltrechas, que podrían creerse abandonadas. De cuando en cuando, esa arquitectura de la pobreza es interrumpida por construcciones más robustas, de cemento, con porche y rejas a la entrada. Vamos en un taxi por una vía en pésimas condiciones y la calle se ve vacía. Solo un par de parroquianos curiosos se asoman desde sus viviendas y a lo lejos juegan algunos niños. Estamos en la zona continental más alta de Buenaventura, en la comuna 12, territorio que controlan los Shottas, y a donde nadie ingresa desde hace años sin permiso de la banda criminal de turno. 

Nos guía Julián. De otra forma este recorrido de apenas unos tres kilómetros no sería posible. Ingresamos por Matías Murumba, barrio que ya se funde, en la parte baja, con la avenida principal Alejandro Cabal Pombo, y en la alta, con La Gloria, el Consejo Comunitario Veredal suburbano más cercano al centro de la ciudad, donde se gestan conflictos serios y conviven unas 150 familias que comparten la pobreza, el abandono y la violencia. 

Hay un grupo de cinco niños, frente de la escuela, cerrada por temporada de vacaciones. Uno de ellos nos mira fijamente, pero Julián hace una seña para decirle que todo está en orden.  “Es campanero”, nos explica, y hacemos nuestra primera parada. Hay tres niñas de entre 10 y 12 años, hablan con desparpajo y se ríen cuando les pregunto qué quieren ser cuando grandes, una pregunta que han oído poco o tal vez nunca.

"Los convencemos fácil porque no tienen nada que perder"

Una de ellas quiere ser abogada y dice que para lograrlo tendrá que irse de Buenaventura; otra, manicurista, y la menor aún no lo sabe. Los pelados son más tímidos y desconfiados, y uno de ellos, de 15 años, se hace a un lado para evitar las fotos. El de 12 años tiene claro que nunca volverá a estudiar porque “lo que le gusta es la plata”. Dice que está dispuesto a trabajar en lo que le salga y que, de vez en cuando, va a la mina a barequear (forma artesanal de separar el oro de la arena). “Cuánto gane depende de uno mismo, explica. Si trabajo tres horas me pagan hasta 600.000 pesos”. Él quiere tener una moto como la de su tío, el mismo que le prestó una cadena de oro que luce con orgullo. 

“Este es uno de  los semilleros de la delincuencia, pero los hay en todos los barrios”, dice Julián. “Como bandidos, nos aprovechamos de los deseos de estos pelaos que buscan dejar la pobreza, ser como nosotros. Los convencemos fácil porque no tienen nada que perder. Otros grupos criminales los reclutan a la fuerza. Ellos son muy vulnerables, como el pelado que no quiso hablar, sufrió mucho, su mamá le daba unas muendas tan tremendas que nosotros mismos teníamos que intervenir”.

Continúa el recorrido y paramos en lo que fue algún día el salón comunitario, un espacio grande y abandonado que Julián aspira a recuperar para convertirlo en el lugar de los niños, donde hagan actividades pedagógicas y lúdicas, en lugar de estar en las calles sin hacer nada. “Lo que buscamos es reconstruir con la comunidad y a mi me importan muchos ellos, los niños, que son el futuro”. 

Buenaventura
"Como bandidos, nos aprovechamos de los deseos de estos pelaos que buscan dejar la pobreza" / Foto: Bernardo Peña

Desde la ventana veo una casa enrejada con un letrero que dice: Centro de Desarrollo Infantil, Sueños de mi Infancia, con el logo de Bienestar Familiar en la parte superior derecha. Es el nombre, casi sarcástico, del kínder del barrio. A pocas cuadras, al fondo de la vía, se ve una casa humilde, de ladrillos huecos, piso de tierra y techo de zinc.  Hay cuatro mujeres y siete niños y niñas, de los 2 a los 10 años de edad. Como todas las de la zona, la casa no tiene agua potable, y hay unos tanques de plástico que sirven para recoger las aguas lluvia. Dentro, hay una cocineta, un baño maltrecho y tres  pequeñas habitaciones, cada una con una cama doble, donde viven diez personas en tiempo de vacaciones. Y el resto del año, cuando una parte de la familia se muda para estar más cerca de la escuela, viven siete. 

Las mujeres están contentas, ya el almuerzo está listo, y es un sudado con arroz blanco. No siempre hay suficiente comida. Son muchos los días sin desayuno, y otros deben pasarlos con tan solo un plato de arroz. No tienen abastos ni tienda cerca, pagan transporte para hacer la compra y una libra de carne les cuesta 15.000 pesos. Para siete personas necesitan al menos dos, más 20,000 del transporte, y lo que suman el arroz, el aceite y las verduras. Calculan un gasto mínimo de 100.000 pesos diarios para cubrir las tres comidas para 7 personas; ahora que son diez, la cosa se pone más difícil. No trabajan porque no hay dónde, han recorrido restaurantes, tiendas y hasta la plaza del mercado, pero “como todas estamos en la misma búsqueda, pues es difícil y toca resignarse”. 

Celebran que llevan unos meses sin tener que esconderse o salir corriendo barranco abajo con los niños para escapar de las balaceras que retumban en su casa a altas horas de la noche o en la madrugada, cuando las bandas se enfrentan por algún lío. Han sentido pánico y, por eso, rezan para que esta paz no se acabe. En cambio, el niño de 10 años asegura que nunca ha sentido miedo, pero entre ellas se miran como sabiendo que ya tiene el machito dentro y le cuesta reconocer esa “debilidad”. Solo un hombre vive en la casa, firme compañero de una de ellas, y todos los días sale muy temprano al rebusque para cargar bultos o hacer lo que sea.  En la sala también está Kelly, tiene 15 años y dice que quiere tener dos hijos cuando sea grande y haya terminado sus estudios. Sin embargo, no planifica. 

CAMBIO: ¿Cómo se visualiza usted, Julián, en diez años? 
Julián: Como un gran líder para la comunidad. Hacer el bien, reconstruir para las víctimas de la guerra y del abandono. Estoy centrado en lo social. Dentro del bajo mundo, el que nadie ve y que no se sabe que existe, muchos niños se acuestan sin comer, como yo conozco eso, y fui generador de violencia, ahora quiero ser generador de paz. Organizo cenas para los niños, fomento el deporte. Quiero que Buenaventura sea una ciudad de cultura y deporte, y quién mejor para hacerlo que el actor armado. Que digan "este 'man' está haciendo eso porque del otro lado no le fue bien", entonces uno termina siendo ese ejemplo de vida ¿no?

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