La diáspora: un territorio por tejer, por Juan David Correa

Crédito: Foto Colprensa.

31 Julio 2024 07:07 pm

La diáspora: un territorio por tejer, por Juan David Correa

El ministro de Cultura reflexiona sobre la migración colombiana en el mundo y la necesidad de tejer una política cultural ambiciosa en el exterior en la que el talento nacional sea protagonista. En el siguiente texto expuso su propuesta:

Por: Juan David Correa

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Colombia ha padecido diversos momentos migratorios de dimensiones considerables. Ninguno ha producido más desgarramiento y desplazamiento internacional como el ocurrido a partir de los años ochenta cuando el narcotráfico instaló el paramilitarismo en vastas zonas de nuestro país. En muchas de ellas, los desplazamientos ocurrieron del campo a la ciudad, conformando en las ciudades verdaderos territorios de la exclusión. La violencia, sumada a la crisis creada por la instalación del proyecto neoliberal que quebró a buena parte de la industria nacional y desalojó a miles de sus empleos con políticas que promovían un Estado más ajustado, y un mercado más holgado —valgan las cacofonías—, produjo migraciones por miles a países europeos y a Estados Unidos.

En los noventa, parte de la clase media alta también migró como hoy, aunque en esa época, muchos intelectuales, escritores y periodistas debieron hacerlo por la persecución y el acoso de los paramilitares y los políticos y conniventes con las mafias. Dicha estela se prolongó hasta la primera década del siglo XXI: el proceso de paz con las FARC, realizado por el Gobierno de Juan Manuel Santos, y la propia organización armada fundada a mediados de los años sesenta, sirvió para que, como dijo una de las migrantes con las que nos reunimos este 22 de julio en Madrid, muchos “exiliados políticos y emigrantes económicos nos volviéramos a poder sentar a la mesa”.

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Foto: Colprensa.

La sociedad colombiana ha padecido una fragmentación cultural producida también por esas violencias que han desencadenado ciclos repetidos de exacerbación hasta el último que ocurrió durante el Gobierno anterior, cuando el estallido social de millones de jóvenes lanzó un masivo basta ya para que se considerara su futuro como una posibilidad del presente, como una decisión política que no era hipotecable. Todos esos sectores ayudaron a elegir el gobierno Gobierno del presidente Gustavo Petro, del cual soy ministro de Culturas desde agosto del año pasado.

Una de las preguntas que me he hecho durante mi vida adulta, incluso como estudiante migrante, es por qué nos ha interesado tan poco el destino de quienes nacimos en Colombia cuando estamos lejos de esa geografía imaginada que compartimos unos cincuenta millones de personas. Salí del país a mediados de los noventa y a comienzos de la primera década del siglo XXI, y en ambos momentos escuché las mismas frases: “Si va a otro país, evite a los colombianos”. Aunque las comunidades se las arreglaban para organizarse culturalmente como ocurre en Jackson Heights, Nueva York; Gentilly, París; , o en Madrid, por solo poner tres ejemplos, y quien camine por alguno de estos lugares pueda sentir algo parecido a una extensión social de lo que somos, lo cierto es que nuestras instituciones internacionales no han promovido una verdadera política cultural que vaya más allá de pensar en asuntos puntuales como la celebración de fiestas patrias o la consecución de apoyos concretos para la circulación de las artes. Las tareas consulares, por supuesto, se cumplen a cabalidad, y las diplomáticas también. Hay solidez en los procesos migratorios y este Gobierno ha cumplido al promover a diplomáticos de carrera para que ocupen los puestos que se merecen en el exterior.

Si todo esto funciona adecuadamente, si tenemos al menos sesenta y cuatro embajadas y un número superior de consulados en el mundo, la pregunta que he intentado hacerme con la diáspora en dos encuentros en Madrid, y en París, en los últimos siete meses, es por qué no insistimos en tejer una política cultural mucho más ambiciosa, pues es esta la que nos contiene más allá de nuestra ideología.

Por ello, junto a la Cancillería, el Ministerio ha considerado que sus visitas al exterior sean, además de reuniones con instituciones, encuentros para crear puentes de cooperación, y así contribuyamos a la creación de una verdadera red entre los territorios de ultramar y el país.

En Madrid, por ejemplo, con la reinstalación del Instituto Caro y Cuervo, que podría ser el principal centro de promoción de cultura del país si se lo propusiera –a la manera del Cervantes–; la conversación con algunos sectores de las artes para que se organicen en cámaras o asociaciones –por ejemplo, una Cámara Colombiana del Libro Independiente de España— que puedan conectar a diversos escritores, libreros, editores, diseñadores, traductores y agentes o scouts que cubran, a través de presencia en ferias del libro, participación en festivales literarios, edición y publicación de libros, promoción de autores colombianos residentes en todos los lugares del mundo para su traducción a otras lenguas, que ahorraría costos de viaje, y abonaría un terreno que ya está sembrado por miles, quienes, como el editor Santiago Tobón, a cargo del capítulo español de la editorial mexicana Sexto Piso, llevan más de veinte años en España y conocen bien los corredores por los cuales no es evidente caminar.

La diáspora tiene esperanza pero también, como es natural, algo de desconfianza. Así lo expresaron artistas, gestores, actrices, y poetas en algunas de las reuniones, como las que tuvimos en el estupendo Archivo Arkhé, a unas cuadras del Museo Reina Sofía, en Madrid, donde Halim Badawi ha construido acaso uno de los más completos y complejos archivos queer del mundo y se realizará, a partir del septiembre, una exposición en torno a La vorágine de José Eustasio Rivera.

En conjunto con la embajada de Francia, y de su embajador Alfonso Prada, creamos una robusta programación cultural en la Casa Colombia, instalada en el célebre “salón de baile” de La Folie, en plena Villette parisina, ese gran parque que alberga la Ciudad de las Ciencias y la Industria, en la cual es la diáspora la que construyó, con recursos del Ministerio, la programación. Así mismo, la presencia de nuestras dos costas, la pacífica de la mano de Esperanza Biohó, y la caribe con el Colegio del Cuerpo, se presentaron allí.

Imaginar que somos parte del mundo, que hay colombianos que editan, crean, construyen o cocinan como extensiones de un país que se ensimismó en la tradición de mirar siempre al norte, es una de las tareas consignadas en el plan de desarrollo. Que nuestras culturas transiten por los continentes en los cuales es fácil transportarse, que nuestras artes sirvan de sustento para los eventos internacionales, que seamos capaces de creer que ese mundo también es nuestro, es uno de los desafíos de un nuevo país que debe superar el complejo de ser solo víctima y puede pasar a ser protagonista con esperanza, como ya lo está siendo en escenarios internacionales como las COP, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, las ferias internacionales como las de Osaka, o los eventos como la primera Conferencia de las Partes que se realizará en Colombia. Tejer es permitir que la imaginación produzca cadenas afectivas y efectivas: la cultura es eso.

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