
“Sexualmente, la colombiana es una sociedad bastante solapada”: Eduardo Lora
Eduardo Lora, economista e investigador.
Crédito: Archivo Particular
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¿Cómo somos los colombianos? ¿Qué tan machistas? ¿Realmente somos tan felices como dicen algunos medios? ¿Es verdad que la mayoría ya vive sola? Estas son algunas de las preguntas que responde el economista Eduardo Lora en su libro ‘Los colombianos somos así’. CAMBIO lo entrevistó.
Por: Armando Neira

La curiosidad por conocer a fondo el país llevó al economista bogotano Eduardo Lora a sumergirse en documentos, estudios, estadísticas y toda cifra que encontró para pintar un retrato de la sociedad, el cual ahora presenta en Los colombianos somos así, un libro que muestra la identidad nacional a partir de la estadística.
Lora, quien ha dedicado gran parte de su vida a explorar diversos aspectos de la realidad económica y social de América Latina, y en particular de Colombia, estudió en la Universidad Nacional y en la London School of Economics. Fue director de Fedesarrollo (1991-1995) y economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo (2008-2012), por lo que la respuesta a cada uno de sus interrogantes está sustentada en cifras tangibles.
CAMBIO: En resumidas cuentas, ¿cómo somos los colombianos?
EDUARDO LORA: Entre los rasgos más destacados de los colombianos están el tradicionalismo, la religiosidad y la dedicación al trabajo. Pero es difícil describirnos en pocas palabras sin caer en estereotipos. Hay diversidad de todo tipo entre los colombianos, y en este libro exploro esas diferencias partiendo de la idea de que es un error suponer que los demás son como nosotros.
CAMBIO: Pero hay algunos rasgos que nos diferencias. Empecemos por la casa. ¿Qué es eso de los hijos 'bon-bril'?
E. L.: Se les llama 'bon-bril' a los hijos que duran y duran en casa, como las esponjillas. Esto es cada vez más frecuente en todo el mundo, pero en Colombia ocurre más, posiblemente por la falta de oportunidades laborales acordes con los niveles de educación que están alcanzando las nuevas generaciones.
CAMBIO: Se creería que los universitarios se gradúan y se van de la casa. ¿No es así?
E. L.: En muchos casos, no. En el grupo de edad de 30 a 49 años, la llamada 'tasa bon-bril' —que mide la permanencia en casa de los hijos adultos— es mayor entre quienes tienen estudios universitarios (19 por ciento) que entre quienes solo cursaron secundaria (12 por ciento). El problema es que la educación superior no garantiza un ingreso suficiente para independizarse en condiciones aceptables. Por eso, la 'tasa bon-bril' es más alta en ciudades con mayor desempleo y menor oferta de vivienda de clase media. Además, los hombres son más propensos que las mujeres a quedarse en casa con sus padres. Aquí influyen no solo factores económicos, sino también el machismo de la cultura colombiana, donde a las mujeres 'bon-bril' se les imponen más tareas domésticas que a los hombres.
CAMBIO: Pero, ¿qué tanto han crecido las familias monoparentales? ¿Ahora mucha gente vive sola?
E. L.: Actualmente, casi la mitad de los hogares colombianos son monoparentales o de personas que viven solas. No podría decirse que la familia nuclear tradicional esté desapareciendo, pero sí que ha perdido relevancia como modelo familiar en Colombia. Esto tiene mucho que ver con la independencia que ha ganado la mujer. De hecho, la gran mayoría de las familias monoparentales están encabezadas por mujeres, lo que implica que ellas asumen más responsabilidades en el hogar, tanto en el cuidado como en la crianza de los hijos.

CAMBIO: ¿Quiénes trabajan más, los hombres o las mujeres?
E. L.: Justamente a eso iba. Mientras que los hombres oficialmente 'ocupados' dedican en promedio nueve horas diarias al trabajo remunerado, las mujeres 'ocupadas' le destinan unas siete horas y 40 minutos. Sin embargo, esta es una visión incompleta, pues también hay que considerar los oficios domésticos y el cuidado de otras personas. Los hombres apenas invierten unas tres horas en estas actividades, mientras que las mujeres les dedican alrededor de siete horas y 40 minutos. Es decir, aunque las jornadas laborales de los hombres no son cortas, con toda razón se dice que las mujeres tienen una doble jornada.
CAMBIO: A propósito, ¿cuánto tiempo perdemos en ir y volver del trabajo?
E. L.: Como los hombres tienen mayor autonomía para gestionar su tiempo sin depender de las dinámicas del hogar, pueden pasar más tiempo en los trayectos diarios: aproximadamente una hora, frente a los 30 minutos de las mujeres, en promedio en todo el país. Sin embargo, esto varía mucho según la ciudad. Los bogotanos, en general, padecen graves problemas de transporte: solo en su trayecto de ida al trabajo gastan, en promedio, 50 minutos. Y dentro de cada ciudad, las diferencias dependen mucho de la localidad en que se viva. En este aspecto, las desigualdades son notorias.
CAMBIO: ¿Qué tal es la calidad de la educación que reciben hoy los colombianos?
E. L.: El nivel académico de los jóvenes colombianos es, en promedio, bastante deficiente, como lo revelan las pruebas PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes), que se aplican cada tres años a jóvenes de 15 años en varios países. En términos comparativos, el nivel de los colombianos de 15 años equivale al de jóvenes de 12 o 13 años en los países de la OCDE, o al de niños de 9 o 10 años en Singapur, que lidera el ranking mundial. Uno de cada dos colombianos no alcanza el nivel mínimo en lectura o en ciencias, y dos de cada tres no lo logran en matemáticas. En los países desarrollados, en cambio, solo uno de cada cuatro estudiantes queda por debajo de los mínimos.
CAMBIO: En la clase alta existe la creencia de que su educación es excelente…
E. L.: No hay que hacerse muchas ilusiones con la calidad de la educación básica en las clases altas: muy pocos colombianos alcanzan niveles destacados de desempeño académico. Como la educación básica, en general, es mediocre, no se puede esperar que la mayoría de los egresados universitarios tenga una formación profesional sólida.
CAMBIO: ¿Los jóvenes son conscientes de esto?
E. L.: Aunque esta situación es bien conocida, las encuestas revelan que los jóvenes no son conscientes de las deficiencias de la educación ni de los obstáculos laborales que enfrentarán por su formación precaria. Peor aún: muchos creen que, sin importar su desempeño académico, lograrán triunfar como emprendedores.
CAMBIO: ¿Por qué somos tan madrugadores?
E. L.: La razón no la sé, pero somos muy madrugadores: en promedio, estamos de pie hacia las seis y media de la mañana. Solo los sudafricanos y los costarricenses empiezan la jornada así de temprano. También trabajamos muchas horas al año. Los alemanes se consideran un ejemplo de disciplina. Pues bien, mientras que el alemán promedio trabaja 1.340 horas al año, el colombiano promedio trabaja 2.405 horas cada año. Esto incluye los días festivos (más numerosos en Colombia) y los días de vacaciones pagadas (menos numerosos en Colombia). La otra forma de verlo es que trabajamos mucho, pero somos poco productivos.

CAMBIO: ¿Cómo somos políticamente?
E. L.: En contra de lo que suele decirse, los colombianos no son en su mayoría de centro. La posición en la escala izquierda-derecha que los encuestados dicen ocupar tiene poca o ninguna relación con ideas políticas que tradicionalmente reflejan una ideología, como las tendencias al autoritarismo (derecha), el apoyo a las políticas redistributivas (izquierda) o la importancia de la religión (derecha). Muchos dicen ser de centro porque no saben qué más decir.
CAMBIO: A propósito, en las elecciones, ¿por qué en Colombia hay tanta abstención?
E. L.: Si algo caracteriza a los colombianos políticamente es la apatía: no entienden de política y no les interesa. Por lo tanto, la pregunta más bien debería ser: ¿por qué, siendo tan apáticos, tantos colombianos votan?
CAMBIO: ¿Y por qué?
E. L.: Las razones más citadas por quienes votaron en las elecciones presidenciales de 2022 son: “para ejercer el derecho y el deber ciudadano a opinar y participar” (86 por ciento), “para que la situación del país mejore” (76 por ciento) y “por costumbre” (45 por ciento). Estas respuestas indican que una gran parte de los electores está motivada por un sentido del deber y por tradición. Además, en las últimas elecciones presidenciales, el 6,4 por ciento de los votantes declaró haber votado porque le dieron o prometieron algo a cambio, y el 3,8 por ciento por presiones de otros. Los votos comprados o conseguidos bajo presión —no necesariamente de manera ilegal— pueden inclinar la balanza democrática.
CAMBIO: ¿Somos liberales o más bien conservadores en materia política?
E. L.: No sé cómo responder esta pregunta, ya que el significado de esos términos se ha disuelto. Lo que sí puedo decir es que actualmente son muy pocos los colombianos que se identifican con algún partido político. En el pasado, los colombianos liberales y conservadores pasaron de matarse unos a otros a ignorar la política.
CAMBIO: ¿Somos respetuosos de las instituciones?
E. L.: Aunque no entienden mucho de política, durante dos siglos los colombianos han respetado y apoyado con su comportamiento la práctica electoral, los gobiernos civiles, la competencia entre —y también dentro— de los partidos políticos, los congresos deliberantes y el quehacer de los políticos como defensores de los intereses de los electores. Sin embargo, los colombianos tienen una confianza decreciente en las instituciones democráticas. La desconfianza es mayor hacia el presidente y los alcaldes. Los electores son actualmente menos tolerantes al disenso y la crítica, lo que podría facilitar que quienes estén en el poder irrespeten los derechos de los opositores y entorpezcan la competencia electoral.
CAMBIO: Se dice mucho que estamos entre los países más felices del mundo. ¿Es así?
E. L.: Colombia no es uno de los países más felices del mundo, como en ocasiones se afirma. ¿Cómo podría serlo? Es un país sin un lugar destacado en la clasificación mundial de felicidad, debido a su mediocre posición en varios de los aspectos que más importan para la satisfacción con la vida, como el nivel de ingreso, la densidad de las redes de apoyo social y la autonomía individual para tomar decisiones. La falta de generosidad con los demás y el ambiente de corrupción que nos rodea impiden que seamos más felices. Los colombianos podrían ser más felices si no hubiera tantos cuyos ingresos no les bastan para cubrir sus necesidades más básicas, tantos desempleados, tantos ancianos viviendo solos y tratando de desenvolverse en la vida moderna sin usar internet. Si pudieran superar estas limitaciones, sufrirían menos de enfermedades mentales, a las que no prestan la atención que deberían.
CAMBIO: ¿Cómo definiría a Colombia desde el punto de vista de la sexualidad?
E. L.: Diría que es una sociedad bastante solapada en ese aspecto. Como es una cultura muy conservadora, margina a quienes no se consideran heterosexuales. Cuando un familiar o un conocido es gay, lesbiana, bisexual, transgénero o de cualquier otra orientación LGBT+, el tema solo se puede mencionar en murmullos y en pequeños grupos. Muchos preferirían que en su familia no hubiera nadie que no fuera heterosexual; y si los hay, que se vayan a vivir lejos, donde no incomoden. Quien tiene una orientación sexual no aceptada por la sociedad puede ser despreciado, objeto de hostigamiento y ver reducidas sus posibilidades sociales y laborales. De ahí que muchos no se reconozcan como LGBT+. La hipocresía impone así sus duros mandatos, de los que pocos pueden escapar.
CAMBIO: ¿Qué tan machistas somos?
E. L.: El machismo puede tener muchas dimensiones. En el libro me ocupo sobre todo del machismo en el interior de la familia, y en ese sentido somos muy machistas. Presento un índice de machismo en los hogares, que es simplemente la relación entre el tiempo que la mujer dedica a las tareas del hogar y al cuidado de los niños y el que le dedica el hombre. En promedio, en todo el país es 4, y es aún mayor en las zonas rurales y en la región Caribe. Este es un índice de machismo altísimo según estándares internacionales. En el libro explico cómo cualquiera puede calcularlo para su propio hogar.
CAMBIO: ¿Por qué no hemos podido salir de los ciclos de violencia?
E. L.: No uso el concepto de ciclos de violencia, ni me gusta. La violencia aparece en muchas dimensiones de la vida de los colombianos, que se estudian en el libro: la familia, la política, los derechos de las minorías, las mafias… Cuando se reduce todo eso a decir que somos una sociedad violenta o que padecemos ciclos de violencia, se pierde de vista la complejidad del fenómeno.
