Tik tok, Instagram y reguetón: la nueva generación de esmeralderos que quiere despojarse del fantasma de la violencia

Josué González es creador de contenido sobre esmeraldas. Su perfil se llama El Guaquerito y cuenta con miles de seguidores.

Crédito: Instagram El Guaquerito.

13 Abril 2025 03:04 am

Tik tok, Instagram y reguetón: la nueva generación de esmeralderos que quiere despojarse del fantasma de la violencia

Lejos de los zares y los patrones de camionetas y vidas misteriosas, jóvenes comerciantes de esmeraldas encontraron en las redes sociales una forma de mercado cada vez más exitosa, al punto de que tienen clientes de Estados Unidos, Europa y Asia. ¿Cómo obtener ingresos con las piedras preciosas de Boyacá y que la plata se quede en Colombia?

Por: Andrés Mateo Muñoz

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En la Plazoleta del Rosario en Bogotá, hasta las palomas participan en el comercio de esmeraldas. La leyenda dice que, si una piedra cae al piso, estas aves correrán a comérsela. “Imagínese, en el buche de alguna debe haber 10 o 20 millones de pesos (risas)”, dice Ramón*, un vendedor sesentón de bigote espeso, zapatos de cuero, jeans azul rey y chaqueta de gamuza caqui con un potro grabado en la espalda. En la mano sostiene una hoja blanca tamaño carta que envuelve cinco piedras, cada una valorada en dos millones. Si logra vender al menos una, habrá pollo asado, cerveza y billar. No recibe tarjetas, Nequi o Daviplata. Todo es en efectivo contante y sonante. Tampoco sabe qué es Tik Tok, Instagram o Facebook. Lleva 20 años en el mismo lugar y trabajando de la misma manera. Pero las ventas son cada vez más difíciles. No es claro si es por más competencia o por menos demanda. Lo cierto es que algo pasa y no sabe qué es. 

Esmeralderos
El cielo encapotado de Bogotá es perfecto para el comercio de esmeraldas. El sol directo les puede afectar el color. Foto: CAMBIO. 

Ramón es hijo de una forma de ver al negocio cada vez más anticuada. Creció y envejeció con zares y patrones. Sabe al dedillo la historia de los Carranza, los Murcia y los Molina, las familias que acapararon un negocio multimillonario en los ochenta y los noventa dejando al margen a decenas de esperanzados comerciantes que anhelaban 'enguacarse'. “Pero qué hacemos si dos lo quieren todo. De la torta no reparten más que migajas. Come el que alcanza y el que no a chuparse el codo”, dice el corrido Capo Moderno de 2001, interpretado por Jimmy Gutiérrez.

Esmeralderos en la Plazoleta del Rosario
El oficio tradicional del comercio de esmeraldas se resiste a desparecer del centro de Bogotá. Foto: CAMBIO.

Pero esa “torta” reservada para unos cuantos parece estar llegando a otras mesas. Las redes sociales han logrado algo que hace dos décadas era impensado: que cualquiera con nada más que voluntad y disciplina se haga un nombre y un camino en el gremio. No hay que llevar consigo una pistola, una camioneta y escoltas dispuestos a matar por su patrón. Por el contrario, estos nuevos ‘zares’ no tienen nada de realeza ni tampoco de intimidantes. Acumulan seguidores y hacen fortunas discretas -o eso dice la mayoría- con manos limpias y armados de ganas de echar para adelante y cambiarle la cara a una profesión que se convirtió en una caricatura a fuerza de estereotipos.

Un video puede ser el camino al éxito

Johan Forero tiene 28 años y su perfil de Instagram, ‘Esmeraldas Muzo’, supera los 130.000 seguidores. Los videos más vistos de su cuenta no tienen que ver con lujos y extravagancias. Mucho menos con historias de bandidaje o guerras. Lo que más le piden los usuarios es que les enseñe ¿qué formas de esmeralda existen?, ¿cuáles son los niveles de calidad de una piedra?, ¿cómo cuidarlas y mantenerlas tan verdes como la primera vez en que fueron talladas?

“Esto se transformó a partir de la pandemia. Ya no podíamos ir a comprar y vender a las plazas y nos tocó cambiar el modo de pensar y vender. Somos una nueva generación de esmeralderos”, dice Forero, que tiene sangre boyacense y santandereana.

Pero detrás de cada pregunta hay algo más que curiosidad. Decenas de sus seguidores quieren aprender de las piedras y también a invertir para ganar en un negocio que, para muchos, es sinónimo de crimen, derroche, excesos, guerras y el acecho constante de la muerte. “Todo el mundo quiere emprender y la esmeralda siempre ha sido un refugio ante las crisis, casi al mismo nivel que el oro. Es que hasta puede ser más rentable que un CDT”, explica el joven comerciante, quien hace una década vendió su primera esmeralda en diez millones de pesos.

Según Forero, el objetivo es derrumbar los estereotipos: “lo malo debe quedar atrás”.

Esto sin negar sus raíces: Muzo, Otanche, Maripí, Pauna o San Pablo de Borbur. Al fin de cuentas, aquellos pioneros -con todas las sombras del caso- abrieron el camino que hoy recorren los muchachitos. “A mí todavía me gustan los corridos prohibidos que escucha mi papá, porque cuentan la realidad como es. Pero también escucho reguetón, obvio”, agrega el esmeraldero convertido en influencer. 

Varios videos de los nuevos comerciantes se musicalizan con Anthony Zambrano, Jimmy Gutiérrez y los Hermanos Ariza, pero no se quedan por fuera Bad Bunny o Rauw Alejandro. Y no es solo por gusto sino una estrategia para ser virales y que los videos lleguen a otras latitudes. 

“Hoy en día, subir un video en Tik Tok es comprar un boleto de lotería gratis”, dice Santiago Orjuela, de 22 años, cuyo perfil en esa red social, Emerald Dealer, supera los 30.000 seguidores. Orjuela recuerda que apenas dos días después de abrir su cuenta recibió el mensaje de un comprador japonés. El hombre, al otro lado del mundo, se enamoró de una joya coronada por una esmeralda y no dudó en enviarle 1.000 dólares sin siquiera haber visto a Orjuela en persona.

“Hay muchos avivatos, pero hay más gente honesta. Yo pude haberle enviado una joya de menor valor, pero así no es. Sabía que podría ser un potencial cliente y que como él llegarían más”, dice el creador de contenido, que entró en el negocio por un tío joyero retirado.

Orjuela dice que es uno de los pioneros en la expansión del negocio al territorio de las redes sociales, tanto, que da consultorías y -según explica- “la mayoría de los que hoy crean contenido pasaron por asesorías mías”.  Orjuela calcula que sus ‘alumnos’ son 390, y van desde los 18 a los 65 años. Todos tienen en común las ganas de invertir y ver el retorno, pero él aclara que el primer mito a derrumbar es el que afirma que con las esmeraldas se sale de pobre de la noche a la mañana. 

Aunque el sacrificio es monumental, de que se puede se puede... Pero, eso sí, con la constancia de un minero. “Si se aburre de su trabajo y decide comercializar, todo está gratis en mi perfil”, dice Santiago Orjuela.

Esmeraldas para los esmeralderos… y 'neoesmeralderos' también

La transformación del negocio esmeraldero va en serio. Así lo explica Jorge Lozano del Campo, quien tiene 170.000 seguidores en su perfil de Instagram. Lozano también reclama el título de pionero en crear contenido sobre las piedras preciosas y se autodenomina como “neoesmeraldero”, un término que acuñó y transmite a cientos de personas que buscan su asesoría.

“En el gremio solo existía la palabra zar.  Había que crear otro término para atraer a gente nueva”, dice Lozano, quien aspiró a la Gobernación de Cundinamarca en 2023 y sacó más de 80.000 votos.

Lozano, de origen campesino en Arbeláez, Cundinamarca, entró al negocio de las esmeraldas en los primeros años de la década de los 2000. Por esa época lavaba carros en el barrio Siete de Agosto de Bogotá. La clave de su éxito estuvo en mirar hacia afuera y abrir trocha en mercados tan exóticos como China.

“Un día me fui a ese país sin saber ni siquiera inglés y conseguí socios”, dice Lozano. El comerciante recuerda que, en las grandes ferias de exposición de piedras preciosas, quienes mostraban las esmeraldas eran japoneses o indios, pero ningún colombiano. “Los viejos patrones no iban para allá. Yo por eso empecé a preguntarme: ¿por qué pasa eso, si el negocio debería ser nuestro y no de los extranjeros?”.

Lejos de ver a los foráneos como enemigos, Lozano los convirtió en sus compradores. Fue el primero en usar WeChat (el WhatsApp de China) para vender esmeraldas. “Las redes sociales democratizaron este negocio [...] a mí me envían hasta 30 o 40 millones de pesos sin haberme dado la mano nunca en la vida”, dice el comerciante, quien agrega que muchos colegas siguen “enchapados a la antigua, viviendo de las compras en efectivo”.

Según Lozano, para ser ‘neoesmeraldero’ no hay que tener primaria o doctorado: “lo crucial es que sea consciente de que, si a uno le va bien, a todos nos va bien. No hay que ser ventajoso y es necesario crear comunidad”.

En eso coincide Johan Forero. “¿Por qué un extranjero viene hace negocios con recursos de nuestro país y nosotros no podemos? [...] cada quien puede tener su nicho”, dice a propósito del aumento de la competencia en el negocio.

Unidos los nuevos, y los viejos…. ¿en guerra?

“A mí me van a matar”, dice Jonatan Sánchez, excandidato a la Gobernación de Boyacá, asesor de Carlos Amaya y ahijado de Hernando Sánchez, el esmeraldero mayor asesinado el pasado seis de abril en el norte de Bogotá. 

Su tono compungido se explica por haber atendido la llamada de este medio justo después del funeral de su padrino de matrimonio. También por el temor real de ser el siguiente en la macabra lista de homicidios que -según dice- elaboraron en 2018 la familia Triana y Rincón en alianza con el Clan del Golfo.

“Ellos nunca quisieron que llegara la inversión extranjera de los norteamericanos a la región y pensaron que las órdenes de extradición fueron una retaliación orquestada por ellos en alianza con los que sí querían la inversión de afuera”, asegura Jonatan Sánchez.

Hernando Sánchez hacía parte de la firma Fura Gems, encargada de explotar varias minas en el occidente de Boyacá. También de Esmeraldas Santa Rosa, la compañía que levantó Víctor Carranza, quien la dejó como la número uno del negocio verde en el país. Su muerte, y la de Sebastián Aguilar el año pasado, representan la eliminación de los dos nombres más importantes en la línea de sucesión del fallecido patrón de patrones esmeralderos.

“No es nada normal que en menos de un año maten a los dos empresarios más importantes de las esmeraldas en Colombia. Aquí está pasando algo y no se puede subestimar”, advierte Jonatan Sánchez. 

Por su parte, Royer Rojas, hijo del legendario esmeraldero Martín Rojas, señala que la muerte de Sánchez es una pérdida para el occidente de Boyacá. “Tenemos un dolor muy grande. Nos estamos quedando sin líderes”, dice. Sin embargo, el joven, que también se dedica a la creación de contenido en redes sociales, explica que la seguridad no es una preocupación en la zona. "Aquí es muy difícil que se pierda una aguja", agrega.

Por ello, su mayor interés es cambiar el paradigma del oficio esmeraldero y los municipios productores. Allí, el cambio generacional ha sido provechoso. Sin embargo, Rojas evita romantizar el relevo y asegura que los jóvenes también tienen que aprender del pasado violento de la región. "La nueva música a veces los lleva a esa vieja mentalidad de la guerra, y son muchachos que no vivieron ese contexto: no saben lo que se sufrió", dice Royer Rojas, a cuyo papá lo asesinaron en mayo de 2014.

Mientras que en las altas esferas los homicidios de Aguilar y Sánchez encendieron una alarma difícil de ignorar, en los comerciantes de la nueva generación la violencia sigue siendo distante. “Lo de Sánchez es como si mataran al ministro de Salud y un internista sintiera miedo”, afirma Santiago Orjuela.

Por su parte, Jorge Lozano asegura que nunca ha recibido ni una sola amenaza contra su vida. “Nunca ha pasado [...] los únicos que me han robado son mis amigos y mi familia”, afirma con agudeza el comerciante.

El consenso entre los nuevos es el mismo: "el que nada debe nada teme". Por ello, mientras los herederos de enemistades siguen mirando a lado y lado antes de subirse a sus camionetas, los ‘pelados’ hacen de las redes el motor a vapor que impulsa una revolución en el gremio esmeraldero. Sonrisa, carisma y creatividad: con estas tres piedras preciosas, los comerciantes de la nueva generación rellenan el vacío del estereotipo 'carrancero' que cada vez es más historia y menos presente.

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