
Álvaro Uribe en el banquillo de los acusados, ¿cuál será el impacto político?
Álvaro Uribe Vélez, expresidente.
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El expresidente Álvaro Uribe Vélez anunció que este lunes se presentará en los juzgados de Paloquemao, en Bogotá, para responder personalmente por la acusación de manipulación de testigos. ¿Cuáles serán las consecuencias en la discusión pública? Análisis.
Por: Armando Neira

El expresidente Álvaro Uribe Vélez anunció que este lunes comparecerá en los juzgados de Paloquemao, un complejo judicial en el centro de Bogotá, para responder en el banquillo de los acusados. Se trata de un hecho inédito en la historia de la república, con amplias repercusiones en la discusión pública y en el debate electoral rumbo a las elecciones de 2026.
En su contra hay acusaciones por presuntos delitos de fraude procesal y soborno en actuación penal. Graves delitos para quien fuera jefe de Estado, cargo al que llegó aupado por millones de seguidores que consideran que gracias a su esfuerzo el país recuperó el imperio de la Ley en momentos en que los violentos reinaban por doquier. Uribe, quien ha rechazado categóricamente los señalamientos, se juega la carta de su carisma personal para refutar lo que considera una persecución política.
“Vamos a refutar y a probar que estas acusaciones son infames”, dijo Uribe. “Estoy dispuesto a comparecer en las actuaciones que usted indique que deben ser presenciales. Excepcionalmente, con la ayuda de Dios, estaré el lunes en la audiencia en el despacho para que usted me permita, en el momento que lo considere oportuno, después del doctor Granados, presentar mi teoría de la defensa frente a este infame caso que me acusó un fiscal que nunca se declaró impedido”, argumentó Uribe.
En esencia, y de acuerdo con el ente acusador, el caso contra el exmandatario se centra en la supuesta manipulación de testigos, en particular a través del abogado Diego Cadena Ramírez, quien habría contactado a exparamilitares para que se retractaran de declaraciones que implicaban a Uribe.
Durante una intervención reciente ante la jueza 44 de conocimiento de Bogotá, Uribe afirmó que no existe posibilidad alguna de que se declare culpable. El exmandatario atribuye las acusaciones a una supuesta persecución liderada por el senador Iván Cepeda, una de las figuras más visibles del Pacto Histórico, el exfiscal general Eduardo Montealegre y el exparamilitar Juan Guillermo Monsalve.
Un golpe a Uribe y a la derecha
Seguro el movimiento mediático será enorme. Acostumbrado a manejar colmados auditorios, espera salir victorioso. Los factores en contra son varios: ya no conserva la misma energía de tiempo atrás y es evidente que hay una fatiga por un proceso que al margen de su definición le dejará una herida abierta.

Más allá de la discusión jurídica, los efectos políticos serán significativos. Uribe es una de las figuras más influyentes de la derecha y su partido, el Centro Democrático, se encuentra calentando motores para la contienda electoral de 2026.
“El desarrollo de este proceso judicial en un ambiente preelectoral pondrá en el centro del debate a un expresidente como Uribe, quien cuenta con fervientes seguidores y recalcitrantes opositores. Este juicio será desde ya un tema que provocará mucho ruido en ambos sectores”, señala el analista político Pedro Viveros.
Uribe, al igual que el presidente Gustavo Petro, tiene partidarios que le profesan absoluta lealtad. Más allá de cualquier circunstancia, siempre podrá contar con una base de apoyo sólida. En el caso del jefe del Estado, esto quedó en evidencia el martes pasado, cuando tras el caótico y surrealista consejo de ministros en el que Petro enfrentó duras críticas, sus fanáticos lo defendieron argumentando que se trató de un acto de transparencia sin precedentes.
El ejemplo de Donald Trump
El caso de Uribe guarda paralelismos con el de Donald Trump, quien enfrentó múltiples acusaciones, desde incitar el asalto al Capitolio hasta el uso indebido de fondos de campaña para pagar a una actriz porno con la que tuvo relaciones sexuales. A pesar de las evidencias y de haber sido hallado culpable en algunos procesos, Trump barrió en las urnas y hoy es el hombre más poderoso del planeta. ¿Tendrá Uribe la misma resistencia política?
El exmandatario parece convencido de que sí. De hecho, casi en simultáneo con la campaña de Trump y Elon Musk contra Usaid, a la que calificaban de organización criminal controlada por comunistas, Uribe escribió: “César Reyes, el ‘juez’ que me encarceló, era contratista de Usaid al servicio del acuerdo de amnistía de (Juan Manuel) Santos a las narcoterroristas Farc”.

Uribe ha sido, junto con Petro, el líder político con mayor capacidad de movilizar el electorado. De hecho, su juicio lo enfrenta en un momento en el que se encontraba recorriendo varias ciudades, exponiendo su ideario y buscando consolidar su influencia de cara a las elecciones.
El analista Gabriel Cifuentes augura un escenario: “Uribe y la oposición argumentarán que es una persecución política, lo cual avivará la polarización. Los sectores del Gobierno celebrarán que la justicia actúe sin distinciones”.
A pesar de los delitos imputados, la gente puede creer que se trata de un juicio por otras conductas asociadas al gobierno de Uribe, como los falsos positivos, aunque no tengan relación directa.
La generación de las redes sociales
Uribe sigue siendo una de las figuras políticas más influyentes en la historia reciente de Colombia, pese a las duras críticas en redes sociales, donde los usuarios más jóvenes comparten irónicos stickers y memes con su imagen. Un amplio margen de la población que hoy se burla de él, no había nacido cuando asumió el poder por primera vez en 2002.
El experto en comunicación política Carlos Arias, docente de la Universidad Javeriana, asegura que su caso impactará al sistema judicial. “Generará un precedente histórico en los procesos de verdad, justicia y reparación en relación con los llamados falsos positivos”.

“El impacto político del inicio del juicio del expresidente Uribe este lunes es indiscutible”, dice la analista política María Jimena Escandón. “La coyuntura política actual y la crisis de gabinete que atraviesa actualmente el Gobierno de Petro son tan profundas que es factible que la audiencia sobre el proceso penal contra el expresidente marque de manera leve la agenda política durante los próximos días”.
Para ella, tras el episodio del consejo de ministros televisado, el país espera con incertidumbre el rumbo a seguir de Petro, quien se encuentra entre dos aguas: la del pragmatismo político, de cara a una agenda legislativa ambiciosa y compleja sin mayores logros, y la de la oposición, o denominado sindicato de ministros, que lo presiona para mantener el espíritu de su proyecto lejos de operadores políticos. En este contexto, Uribe vuelve a acaparar todos los focos. “El proceso penal supone un fuerte golpe para el CD, la oposición y la derecha del país”, dice ella.
Años atrás, Uribe buscaba el reconocimiento nacional tras haber sido alcalde de Medellín (1982), senador de la república (1986-1994) y gobernador de Antioquia (1995-1997). En otros escenarios, costaba reconocerlo. Su intención de voto era del 2 por ciento. Entonces, Uribe impuso un relato: “Hay que acabar con las Farc, hay que acabar con las Farc”.
Cuando Tirofijo era el rey
Por aquellos tiempos, a inicios de los años 2000, en diferentes escenarios se discutía si Colombia era un Estado fallido, mientras el presidente Andrés Pastrana Arango trataba de mantener en el Caguán unas negociaciones de paz con unas Farc cada vez más soberbias y envalentonadas.
No había un departamento del país en donde esta guerrilla no tuviera al menos un frente que atacara sin piedad a la población civil. Se tomaban pueblos, secuestraban aviones, bloqueaban carreteras, sin importar que le cerraran el paso a misiones médicas con pacientes que morían allí en el asfalto, mientras su jefe, Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo, se daba el lujo de dejar sentado a Pastrana con una silla vacía.
Marulanda se paseaba por el Caguán con Alfonso Cano, el Mono Jojoy y Raúl Reyes, todos bien armados, en camionetas de último modelo y con uniformes de camuflaje nuevos. Detrás iban interminables filas de guerrilleros.
Eran los tiempos del irónico nombre de “pescas milagrosas”, dado a un atroz delito en el cual las Farc salían por sorpresa y se llevaban a sus víctimas monte adentro ante los gritos de sus seres queridos.
Y Uribe no solo ganó, sino que arrasó en la primera vuelta. Con su discurso de guerra, obtuvo el 54,51 por ciento de los votos frente a sus contrincantes Horacio Serpa (32,68 por ciento) y Luis Eduardo Garzón (6,15 por ciento), candidatos del Partido Liberal y del Polo Democrático, respectivamente, que hablaban de paz y reconciliación.
La guerrilla entendió que, con la victoria de Uribe, la guerra estaba declarada. El día de la posesión, las Farc lanzaron varios proyectiles hacia el Palacio Presidencial y el edificio del Congreso, donde hablaba Uribe. Mataron a más de una decena de personas, humildes habitantes de la calle.
Uribe no se atemorizó: “La culebra está viva”, decía en referencia a una guerrilla que conocía bien porque le había asesinado a su padre, Alberto Uribe Sierra, el 14 de junio de 1983 en su hacienda La Guacharaca, ubicada en San Roque, Antioquia, a los 50 años de edad, cuando, según la versión de la familia, luchó para no dejarse secuestrar.
El nuevo libertador
Uribe instauró un gobierno austero y cercano a la ciudadanía, implementando los llamados consejos comunitarios, que realizaba todos los fines de semana.
Para las elecciones de 2006, Uribe volvió a ganar con el 62,35 por ciento de los votos frente a Carlos Gaviria, del Polo Democrático, quien logró una histórica votación para la izquierda en Colombia (22,02 por ciento), pero insuficiente para enfrentar a un líder que sus seguidores consideraban el segundo libertador.
“Uribe está a la altura de Simón Bolívar”, decía la senadora Paloma Valencia. Él, por su parte, aseguraba que el éxito de su gestión se debía a su máxima: “Trabajar, trabajar y trabajar”.
Uno de ellos fue la operación Jaque, el 4 de julio de 2008, cuando el Ejército logró el rescate de tres contratistas estadounidenses, Íngrid Betancourt y otros 11 militares tomados como rehenes.
Pero no todo eran buenas noticias. Además de los asesinatos de 6.402 humildes jóvenes durante su administración, también hubo una larga lista de sus subalternos señalados por diversos delitos: Jorge Noguera, Andrés Peñate, María del Pilar Hurtado, Bernardo Moreno, Sabas Pretelt y Diego Palacio Betancourt, en un largo etcétera.
Tan extensa que no hay un presidente que tenga más funcionarios de su gobierno condenados por diferentes delitos. Este hecho, sin embargo, contrasta con su enorme popularidad, que en algunos momentos de su mandato superó el 85 por ciento.
Uribe gobernó ocho años e iba por un tercer mandato, pero la Corte Constitucional se lo impidió. Entonces señaló a Juan Manuel Santos como su sucesor, quien llegó al poder en 2010 a nombre del Partido de la U, naturalmente en honor a Uribe.
Santos, sin embargo, sorprendió y dijo que era la hora de conversar con las Farc. Así, nombró un calificado equipo en el que estaban Humberto de la Calle Lombana, Sergio Jaramillo y el general Óscar Naranjo.
Un final que no fue
Cuando se firmó el Acuerdo de Paz en Cartagena, el 26 de septiembre de 2016, muchos de los asistentes en el Muelle de los Pegasos consideraban que era el fin del uribismo.
A la semana siguiente, se perdió el plebiscito y Santos no solo estuvo a punto de renunciar por el fracaso, sino que, otra vez, debió llamar a Uribe para que diera sus opiniones, las cuales volvieron a tener un peso enorme.
Ahora vendrán las elecciones de 2026, donde hay una evidente fractura en el uribismo, que él se ha esforzado por cohesionar. Muchos analistas consideran que por los pobres resultados –reconocidos por el propio presidente Petro en el consejo de ministros– la izquierda tendrá pocas opciones de mantener el poder.
De ahí, que desde varios sectores volvieron a mirar a Uribe. Él, mientras tanto, iba a la frontera a pedir una invasión militar para desalojar al poder de Venezuela a Nicolás Maduro, daba sugerencias a la ministra de Relaciones Exteriores, Laura Sarabia, de cómo calmar las turbulentas aguas con Estados Unidos, volvía de repente a recuperar su vigor. Sus leales estaban entusiasmados al ver cómo naufragaba Petro, pero este juicio lo vuelve a cambiar todo.
