
Carlos Lleras Restrepo y Patricia Lara Salive conversan de frente.
Carlos Lleras: Retazos de vida
- Noticia relacionada:
- Presidencia de la República
- Gobierno
Patricia Lara Salive, quien acompañó a Carlos Lleras en la fundación del semanario 'Nueva Frontera' y, en esa época, fue su colaboradora más cercana, a raíz de su muerte le escribió una carta que se publicó en 'Cambio 16' Colombia. Ahora, con motivo de los 30 años de su fallecimiento, CAMBIO reproduce algunos fragmentos de ese texto.
Por: Patricia Lara Salive

Lo veo, doctor Lleras, el 30 de junio de 1973, rodeado de amigos en el Club de Abogados, durante un receso de la Convención Liberal que eligió a Alfonso López Michelsen candidato presidencial del partido. Usted aspiraba a la reelección y López a la candidatura. Ambos tenían a favor más o menos el mismo número de convencionistas. Había un grupo “neutral”, liderado por Julio César Turbay, entonces embajador en Londres, quien desde allá seguía los detalles del evento.
El apoyo de Turbay era indispensable para sacar adelante cualquier decisión. Pero usted había basado su campaña en el ataque al clientelismo, esa forma de hacer política que cambia votos por favores, llámense becas, puestos o demás prebendas.
En esa convención, los turbayistas coqueteaban con López y con usted al mismo tiempo. Por ese motivo, en el Club de Abogados, un amigo le propuso aliarse con Turbay que pedía -entre líneas- apoyo para su propia candidatura presidencial de 1978, a cambio de inclinar para cualquier lado la balanza política. Nunca olvidaré su respuesta: “Las ideas no se negocian; somos minoría y vamos a actuar como minoría” dijo usted. Entonces, solo y en silencio, hizo innumerables carambolas de billar hasta cuando llegó la hora de reanudar la sesión.
Regresamos al Capitolio. Usted pidió la palabra. Y pronunció uno de sus discursos más trascendentales: a sabiendas de que lo derrotarían y cuando nadie lo esperaba porque la designación de candidato no se contemplaba en el orden del día, usted solicitó que se precipitara la elección, en medio del asombro general. Por supuesto que lo derrotaron. Pero usted abandonó el recinto con la dignidad intacta. Y López fue aclamado candidato del Partido Liberal.
….
Lo veo, doctor Lleras, sentado en su sillón preferido, en su biblioteca de la casona de la calle 70A. Era un día de mayo de 1974. Nueve meses antes le había propuesto que hiciéramos una revista dirigida por usted. Entonces contestó: “Me llama la atención pero no quiero interferir en el curso de la campaña presidencial de López”. En cambio, ahora, alborozada lo escuchaba decir: “Ya el doctor López es presidente electo. Creo que es momento de montar la revista”. Le dije que emprendería esa tarea con entusiasmo, porque así volvería a trabajar a su lado y me iniciaría en el periodismo, que consideraba mi verdadera vocación.
En esa casa colonial de la Sociedad Económica de Amigos del País, en el barrio La Candelaria, desarrollamos los preparativos. Fueron cuatro meses de trabajo febril. Benjamín Villegas realizó el diseño de la revista. Nelson Castro organizó la administración. Mi papá planeó la contabilidad. Usted preparó el contenido periodístico. Y, ayudada por Wilson Arcila, yo hice lo demás. Por fin, el 12 de octubre de 1974 apareció el primer número de su revista Nueva Frontera, nombre inspirado en Kennedy. Su primer editorial se tituló “Los primeros sesenta días”. Lo ilustraban dos caricaturas dibujadas por Chapete pero diseñadas por usted. Editamos 10.000 ejemplares que se agotaron en dos horas. Nuestro sueño ya había nacido…

La revista fue creciendo. El país vivía pendiente de sus escritos. La prensa los reproducía. No puede negar, doctor Lleras, que a usted le fascinaba molestar al presidente López. Gozaba tomándole el pelo porque sabía que lo enfurecía. Se comentaba que al presidente le gustaba burlarse de los demás pero que no soportaba que se burlaran de él. Y usted lo hacía con su sentido del humor agudo y socarrón. Recuerdo esa expresión tan suya de picardía, cuando en las reuniones del consejo de redacción explicaba la razón oculta de sus editoriales. Se me grabó uno que tituló “Las noches del gato”. La portada la ilustraba un gato negro con garras, dientes y cara feroz, que ponía en estampida al muñeco que identificaba las caricaturas de Chapete. En el editorial, usted respondía esta frase de López: “me viene a la memoria, viendo a tantos que ladran contra el gobierno, un proverbio que dice que cada perro tiene su día pero que las noches son del gato”. Y usted le contestó: “si a mí me ha llamado perro, y ladridos a mis escritos, él, en cambio, se calificó como el gato del refrán. ¡Qué gracioso! el perro suele ser tenido como un noble animal, ‘el amigo del hombre’, y si bien sus ladridos incomodan a los caminantes, más a menudo sirven como avisos de peligro…Plinio el Viejo reconoce en su ‘Historia Natural’ que entre todos los animales es el más fiel…Sobre el caprichoso temperamento de los gatos que con tanta facilidad pasan del arrumaco al arañazo es mejor no hablar ahora…”
….
Me acuerdo de las órdenes peculiares que muchas veces me daba: “Patricia, necesito que me consiga una foto de Laureano (Gómez) con cara de diablo”, me dijo una vez. La conseguí…

….
Lo veo recitar cientos de poemas en compañía de su entrañable amigo Pedro Gómez Valderrama, del maestro Eduardo Carranza y de su hijo Fernando. Una de sus aficiones favoritas era llenar en Nueva Frontera ese rincón que usted reservaba para la poesía erótica. Tal vez hacía enrojecer a las señoras con los versos que trascribía del español antiguo o que traducía del portugués, del francés, del italiano y del inglés. Incluso tradujo libremente los “Siete sellos” de D.H. Lawrence:
“No quiero que te vayas: pero sobran ahora los reproches.
A mi lado acuéstate y permite que te ame muy largamente,
hasta que llegue el duro momento de tu marcha…”
….
Lo veo en la sala de mi casa, con un vaso de whisky en la mano y otros más entre pecho y espalda, sentado en la pequeña silla que usaba mi hijo. Escuchaba feliz a mis primas cantar “hay en tus ojos el verde esmeralda que sale del mar”, “ me importas tú, y tú, y tú, y nadie más que tú”, y “me cansé de rogarte”. Lo recuerdo acompañado de su esposa, doña Cecilia de la Fuente, una mujer con la fortaleza de Úrsula Iguarán y el humor negro de Antonio Caballero. Siempre decía usted que se equivocaba en política cuando no atendía sus consejos. Usted la quería mucho, doctor Lleras. Luego de casi 60 años de unión, dijo en una entrevista que el día más feliz de su vida había sido el de su matrimonio. La trataba con ternura: Ceci, le decía, y se complacía cuando ella descargaba en usted su maravilloso humor negro.
….
Recuerdo el fatídico 14 de julio de 1975: llegué a su casa para mostrarle una entrevista que el cineasta Lisandro Duque le había realizado al jefe del Partido Comunista portugués, Álvaro Cunhal. Usted bajó presuroso la escalera. “Lléveme rápido que le dio un infarto a Clemencia”, me dijo. La casa de su hija mayor, de 40 años entonces, y de su marido, Germán Vargas Espinosa, quedaba cerca de la suya. Llegamos en segundos. Su médico, José Félix Patiño, le masajeaba el corazón. Su esposo, Germán, caminaba de un lado a otro. Usted se arrodilló junto a la cama de esa hija suya cuyo llanto de los primeros días lo desveló tantas noches porque la acostumbró a apaciguarla con el arrullo de sus brazos. La abrazó. A los pocos segundos Clemencia murió. Entonces lo vi aferrarse a su cuerpo inerte y llorar desconsolado durante minutos que aún me parecen eternos.
Todo cambió después: usted no recuperó la alegría. Y nos percatamos de que no podíamos seguir haciendo todo prácticamente solos. Entonces ingresó en la codirección de la revista Luis Carlos Galán. Trabajamos juntos dos años. Fue una gran escuela. Luego viajé al exterior a especializarme en periodismo y le dejé mi puesto a María Mercedes Carranza, de manos expertas y repletas de lealtad.

….
Ahora lo miro llegar con doña Cecilia al velorio de mi padre. Verlo me reconforta: por lo menos me queda usted. Cinco años después, en 1987, lo observo atravesar la iglesia del Espíritu Santo hasta alcanzar la primera fila para colocarse a mi lado y tomarme del brazo mientras transcurre el entierro de mi madre.
….
Hace poco días escucho por teléfono su voz vigorosa que me cuenta que todo le duele a raíz de su fractura de pelvis; que no encuentra acomodo; que por fin decidió comerse el helado de chocolate que le mandé; y que va a comenzar a trabajar, ya no tecleando usted mismo su máquina de escribir vieja, sino dictándole a su fiel Clara Inés. Alcanzó a hacer dos nuevas crónicas de esa vida suya que durante 65 años -desde la Convención de Apulo en 1929- corrió paralela a la del país. El 27 de septiembre, cuando comenzaba a circular la edición 1.002 de Nueva Frontera con la última de ellas, usted dibujó bellamente su capítulo final: a las nueve de la noche le dijo a Reinaldo Cabrera, su médico de cabecera: “¿por qué lo molestan tanto? vaya a dormir a su casa”. Luego usted se durmió. Pero él, preocupado por su neumonía e insuficiencia cardiaca, permaneció a su lado y fue el único testigo que vio cómo usted durmió tranquilo hasta que dejó de respirar y descansó en paz.
