En el vuelo me acompañaron Gabriel García Márquez, Idea Vilariño y por breves minutos Federico Falco. Fueron casi tres horas entre Londres y Casablanca. Salté entre textos quizá por la ansiedad de quien acude a una cita emocionante, era mi primera vez en África.
Fui invitada al Salón Internacional del Libro de Rabat, en una alianza entre el Ministerio de Cultura de Marruecos y nuestra embajada colombiana en ese país, para tener una conversación con la profesora Rajaa Dakir, quien se ha especializado en estudiar la literatura latinoamericana y habla un avanzado español. Podría tratarse de un evento más, pero era imposible para mí, que tengo incrustado en mis raíces un pedazo de este continente.
La influencia africana en la literatura latinoamericana, fue lo primero que leí cuando llegué a reunirme con nuestro embajador José Renato Salazar. En el stand lucían los rostros de Manuel Zapata Olivella, Carolina María de Jesús, Conceição Evaristo, Susana Vaca y otras personalidades afro de las artes y la literatura, había portadas de libros como El Gaucho Martín Fierro, de José Hernández o Songoro cosongo, de Nicolás Guillén. Era, para mí, un pequeño paraíso. Me contó luego el embajador, en una especie de infidencia que guardaré a medias, que un solo país de los latinoamericanos con embajada en Marruecos rehusó estar en ese stand compartido, aduciendo una sentencia vergonzosa: en nuestro país no tenemos influencia africana en la literatura. Dijeron esto, a pesar de que una simple búsqueda en Google da cuenta de tres siglos de esclavización y que una de sus autoras relevantes escribió una de las novelas más interesantes protagonizada por una mujer esclavizada.
Debo aceptar que me golpean emocionalmente estas cosas porque es otra forma contemporánea de la invisibilización. Podríamos decir que fue solo ignorancia de los empleados de la embajada de ese país, pero esa ignorancia es también una prueba del lugar que, no solo ellos sino muchos otros en América Latina, intentan darle a la presencia de África en nosotros.
Ya hemos visto este rechazo en Colombia con amplio despliegue, en las innumerables críticas recibidas por nuestra vicepresidenta Francia Márquez cuando viajó a varios países del continente que se reconoce como cuna de la humanidad, intentando estrechar relaciones comerciales, culturales y diplomáticas razonables con un territorio de 54 países, donde Colombia solo tenía seis embajadas (Argelia, Egipto, Marruecos, Sudáfrica Kenia y Ghana). Precisamente, gracias a la Estrategia África, ahora tendrá dos más (Senegal y Etiopía)
Esta necesidad de conectarnos con África, que para algunos es una absurda obsesión de nosotros, la gente negra de Colombia y de Latinoamérica, carecería de sentido si no estuviera ligada de manera directa a las condiciones actuales de nuestra vida cotidiana.
Explicar el impacto del racismo estructural en la gente negra de la América Latina de hoy, es imposible sin recurrir a la verdad histórica de la esclavización de los africanos que fueron traídos a nuestro continente luego de ser secuestrados y sometidos a toda clase de vejámenes que, una vez comercializados, continuaban hasta la muerte; en ese sentido, borrar la presencia de África en nosotros, es un intento por borrar la trata y sus consecuencias, a fin de que no se consoliden las acciones de reivindicación de nuestros derechos.
Una vez en Casablanca me olvidé de las palabras de García Márquez, las de Falco y las de Vilariño, me dediqué a mirar por la ventana en el camino hasta Rabat, intentaba localizar el lugar del mar por la proveniencia de la brisa. Estaba feliz ahí.
–Estoy en África, le escribí a mi amigo nigeriano cuando llegué al hotel.
–Bienvenida a casa, me respondió.